Flamencas por derecho

Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Flamencas por derecho - Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

María de Albaicín, estrella del baile y reina del celuloide (y V)

A principios de agosto de 1928, la Compañía del Moulin Rouge se despide de Río de Janeiro con el espectáculo Adieu Paris, en el que destacan, entre otros números, “los bailes estilizados de María de Albaicín” (Gazeta de Noticias, 7-8-1928). Unos días más tarde, el grupo se dirige a São Paulo para actuar en el teatro Santa Ana. (1)

María de Albaicín (Foto de Rehbinder)

María de Albaicín (Foto de Rehbinder)

La prensa se muestra expectante ante la llegada de la troupe, cuyas revistas están dando mucho que hablar en Brasil, por su “vestuario rico y original, la escenografía confiada a los artistas parisinos más acreditados del género, y la gracia hermosa de todas las vedettes y girls” (Correio Paulistano, 8-8-1928). Entre todas ellas, destaca especialmente la bailaora española:

María de Albaicín es de las que gustan incondicionalmente. Su lugar en el elenco del ‘Moulin Rouge’ es el de bailarina. La Srta. de Albaicín nació en España. Marchó a París y en la capital francesa triunfó rápidamente. Tras entrar en el ‘Moulin Rouge’, conquistó el lugar que mantiene hasta el momento actual, el lugar de una ‘estrella’ enormemente aplaudida. María de Albaicín posee una belleza rara. Sus ojos inmensos y negros son la más encantadora ilustración de todos los números que presenta, con gracia y malicia característicamente española” (Correio Paulistano, 8-8-1928).

La compañía ofrece en São Paulo cuatro representaciones excepcionales de algunas de sus revistas más exitosas, como Paris à la diable, Paris aux étoiles, Paris en feu o Paris aux nues. Tras una nueva parada en la ciudad de Santos, la compañía regresa a Francia en el mes de septiembre. Así lo anuncia la prensa gala:

“El Sr. Jacques-Charles, el aplaudido autor de tantas revistas, acaba de regresar de América del Sur, donde ha permanecido tres meses, dirigiendo la gira del Moulin-Rouge. Ha actuado, sucesivamente, en Buenos Aires, Montevideo, Río, São Paulo y Santos. El éxito ha sido muy grande en todas las ciudades […]. La compañía […] regresará a París el 19 de este mes” (Le Gaulois, 7-9-1928).

María de Albaicín en La grande amie (1926)

María de Albaicín en La grande amie (1926)

De nuevo ante la cámara

Tras su regreso de América, son escasas las referencias que encontramos sobre María de Albaicín en los papeles franceses. En abril de 1929, la bailaora se anuncia, con “sus cantaores y sus guitarristas” (Le Figaro, 3-4-1929), en el Embassy de los Campos Elíseos.

A partir de 1930, la polifacética artista se vuelca de lleno en su faceta de actriz. La que ya se ha convertido en toda una estrella de las pantallas francesas, se lanza a la conquista de otras cinematografías. Así, María de Albaicín se pone a las órdenes de Benito Perojo, que cuenta con ella para su filme El embrujo de Sevilla, basado en la novela homónima de Carlos Reyles y rodado en la capital de Andalucía. Completan el elenco los actores Rafael Rivelles y María Fernanda Ladrón de Guevara, entre otros.

Cartel de El embrujo de Sevilla

Cartel de El embrujo de Sevilla

Como no podía ser de otra manera, en esta cinta la bailaora exhibe su terpsicóreo arte sobre las tablas de un café cantante sevillano, acompañada a la guitarra por el Niño de Huelva. Tras el estreno, que tiene lugar en 1931, la prensa destaca especialmente la actuación de María, que se anuncia con su nombre francés:

“En el Palacio de la Música se ha estrenado El embrujo de Sevilla, cinta españolista y española, dirigida con todo acierto por Benito Perojo. El alma sevillana, el ambiente de la bella ciudad andaluza aparecen retratados con fidelidad en esta admirable producción. Los intérpretes actúan con habilidad y muy entonadamente, sobre todo María d’Albaicín, González Marín y Rivelles. El embrujo de Sevilla, española por su ambiente y argumento, por sus intérpretes y directores y hasta por el capital con que se ha rodado, merece codearse con las mejores bandas extranjeras” (ABC, 7-4-1931).

El último papel que interpreta María de Albaicín ante la cámara es el de la bailarina Nadja, que aparece en las cintas Gassenhauer (12) y Les quatre vagabonds (13), ambas estrenadas en 1931, y que constituyen las dos versiones -alemana y francesa, respectivamente- de un mismo filme, dirigido por Lupu Pick. En la francesa, la artista vuelve a compartir cartel con su marido, Aimé Simon-Girard.

María de Albaicín

María de Albaicín. Foto: R. Sobol.

El trágico destino de María

Según relata en su libro Aventuras de un irlandés en España, en el verano de 1931 el escritor Walter Starkie coincide con Agustina Escudero en San Sebastián y le pregunta por su hija. La gitana le transmite su preocupación por el grave estado de salud de María, que ella atribuye a una maldición:

“El día de su boda fue un día negro para todos los zincalís del barrio de Tetuán de las Victorias. La maldijeron todos los gitanos de Madrid por casarse con un hombre blanco; pero a ella no le importó. Además, vino al mundo con unas grandes facultades de bailaora. Antes de saber andar, ya bailaba, y cuando se hizo mayorcita no pensaba más que en viajar para lograr con sus bailes mucha fama. ¡Pobre muchacha! La maldición que le echaron hizo su efecto demasiado pronto, pues ahí la tiene usted a la pobre tosiendo todo el día y con sus pulmones deshechos. Ahora está en Suiza, donde ha ido a curarse. Pero yo temo, porque creo en la maldición que le echaron el día de cuando abandonó la casa de su padres” (4).

María de Albaicín

María de Albaicín

En agosto de 1931, la bella bailaora se apaga para siempre, a la edad de treinta y tres años. La prensa francesa se hace eco de la luctuosa noticia:

Maria de Albaicín, que conoció, en París y en el extranjero, grandes éxitos como bailarina, acaba de morir en plena juventud. Tentada por el cine, había rodado varios filmes […]. Después había desaparecido. Para restablecer su quebrantada salud, viajaba a España -su país. Hace unos meses, fantaseaba con regresar al cine, cuando fue abatida por la enfermedad. Nos deja el recuerdo de una bella artista…” (Le Petit Parisien, 14-8-1931).

“El próximo lunes, a las once, tendrán lugar, en la iglesia de Saint-Honoré d’Eylau, las exequias de María de Albaicín” (Le Figaro, 15-8-1931).

Incluso los papeles suizos dedican algunos párrafos a rememorar los hitos más importantes de la carrera de María:

“La bailarina española y más tarde artista cinematográfica […] María de Albaicín acaba de morir en el olvido. Es Serge Diaghilev quien la había encontrado en España y la había contratado en su compañía itinerante de los Ballets rusos. María de Albaicín pronto se hizo famosa. Llamó mucho la atención por su interpretación ideal de El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla.

La vimos después en París, en el Olympia y posteriormente en el Apolo, donde conoció la gloria en los bailes populares.

El cine la atrajo. Rodó algunas películas y se casó con una estrella de la pantalla, el Sr. Aimé Simon-Girard, y después desapareció súbitamente de la actualidad artística. ¡El tiempo pasa rápido!” (Gazette de Lausane, 23-8-1931).

María de Albaicín

María de Albaicín

No obstante, la que gana en emotividad es, sin duda, la necrológica dedicada a María de Albaicín por el diario español La Voz:

Gime el bordón de la sonanta ‘cañí’. Un viejo cuatrero se emborracha de sol y de vino; la luz cegadora del astro rey disipa las sombras de la muerte; el veneno del vino disuelve las lágrimas que afluyen del corazón a los labios; una anciana zahorí, plañidera, maldice con rabia a los malos ‘mengues’ que se llevaron para siempre la juventud lozana, orgullo de la raza, pasmo de la Naturaleza, de María del Albaicín. […]

Mala hora para los hijos de Faraón, que lloran […] la pérdida de […] la gitana juncal que paseó su gracia y su rumbo por todos los confines de Europa, que en Londres supo hermanar el desgarro y el garbo de la raza con la ceremoniosa etiqueta de la aristocracia británica, y encantó a los franceses con su frívola y charmante ligereza” (La Voz, 14-8-1931).


NOTAS:
(1) La traducción de todos los textos extranjeros es nuestra.
(2) El título de este filme puede traducirse como Canción de moda.
(3) La traducción literal del título sería Los cuatro vagabundos.
(4) Extracto del capítulo dedicado a Agustina Escudero por Walter Starkie en su novela Aventuras de un irlandés en España (1935); citado por Joaquín de Albaicín en su artículo “Vida, leyenda y muerte de María de Albaicín”, publicado en el nº 7 de la revista La Caña (1994).


María de Albaicín, estrella del baile y reina del celuloide (III)

Tras su interpretación en Mylord l’Arsouille (1925), hay quienes sitúan a María de Albaicín, por sus “grandes cualidades […] en primera fila de las jóvenes estrellas de la pantalla francesa” (La Rampe, 3-5-1925). (1) De hecho, cuando se estrena el filme, la artista española ya está inmersa en el rodaje de su siguiente película, L’espionne aux yeux noirs (2), dirigida por Henri Desfontaines.

María de Albaicín

María de Albaicín

Con esta cinta, María se enfrenta a un nuevo reto, pues para interpretar el papel de la protagonista, la espía La Kowa, debe tomar clases de tiro, hasta convertirse en “una hábil tiradora”, que “hace diana en cada golpe” (La Rampe, 26-4-1925). Completan el reparto Roger Karl y Génica Missirio, entre otros actores y actrices.

La belleza exótica de María de Albaicín llama poderosamente la atención y despierta la curiosidad de sus admiradores, que, tras haberla visto interpretar el papel de una india en su primera película, ahora se preguntan cuál es su verdadera nacionalidad:

“… la que provocaba mayor curiosidad era María de Albaicín. Lo que preocupaba sobre todo a la gente era la nacionalidad de La Kowa. Como la vimos de hindú en el papel de Madiana, de Surcouf, el aspecto exótico de María de Albaicín hacía pensar que nos llegaba del país de los brahmanes. Un día, cansada de los debates que provocaba, María de Albaicín se volvió hacia sus malos jueces y, con ese acento que ella sabe hacer tan agradable, gritó, realmente enfadada:

– ¡No, yo souis espagnolé!” (Paris-Soir, 6-8-1925).

Maria de Albaicín, como La Kowa

Maria de Albaicín, como La Kowa

También quedó prendado del exotismo de María el escultor Sebastián Miranda, que, en una entrevista concedida al diario ABC en 1967, aún recuerda con nitidez el encuentro casual con la bailaora en su marido, acaecido en los años veinte en un hotel de Viena:

“Ella me dio la impresión, en un principio, que quizá fuese una princesa india. Alta, de pelo negro, como ala de cuervo, luciendo en el escote un collar de esmeraldas, armonizando con el verdor de sus enormes ojos. Vestía con suma elegancia y sencillez un traje de noche. Sonreía dejando asomar, entre sus labios rojos, una hilera de dientes blanquísimos, que contrastaban con la tez morena y aceitunada de su rostro. […]

Nos presentó a su marido, […] del que apenas guardo memoria. Asistimos aquella misma noche a la ópera, donde pusieron ‘La viuda alegre’ […]. A la salida cenamos en un famoso cabaret. Se empeñó en bailar conmigo la Albaicín, porque su marido no la dejaba hacerlo con nadie. […] a los pocos segundos de levantarnos todas las parejas cesaron de bailar, sentándose para poder contemplar aquella para ellos exótica belleza” (ABC, 11-6-1967).

Maria de Albaicín, como La Kowa

Maria de Albaicín

María de Albaicín, el orgullo de Francia

Tras el estreno de L’espionne aux yeux noirs, en febrero de 1926, la prensa gala elogia las buenas cualidades artísticas de la actriz española, que ya es considerada casi como una gloria nacional:

“En primer plano, la figura que domina todo el filme, la famosa espía de ojos negros: La Kowa, bailarina y gitana, una mujer con un encanto extraño e inquietante que conmociona la vida de un hombre y causa la ruina de un país. Era difícil encarnar este personaje mejor que María de Albaicín, designada para este rol que parece haber sido hecho para ella” (Le Matin, 12-2-1926).

“Extraña, flexible, felina incluso, la bonita María de Albaicín interpreta el impactante papel de ‘la Kowa’ con el notable talento que la sitúa en uno de los mejores lugares entre nuestras artistas” (Le Matin, 23-6-1926).

“En un rol de espía misteriosa, María de Albaicín se revela como una gran artista, bonita de una belleza realmente felina, actúa con todos los recursos de un buen temperamento dramático” (Paris-Soir, 27-3-1926).

Maria de Albaicin y su marido, Aimé Simon-Girard (Journal de Genève, 2-9-1926)

Maria de Albaicin y su marido, Aimé Simon-Girard (Journal de Genève, 2-9-1926)

Vuelta a las tablas, con Gitanerías

En marzo de 1926 se anuncia la próxima presentación de María de Albaicín en el music hall Apolo de París, acompañada de una compañía de gitanos que ha contratado en Madrid. La prensa francesa se muestra expectante ante la llegada del grupo, al que considera de lo más exótico:

“Las gitanas en París

Reina de la belleza y el misterio, la de Albaicín regresa.

París no ha visto todavía, agrupadas en un cuadro poderosamente evocador, a estas gitanas a las que la historia, así como la leyenda, nos representa como la más enigmática de las tribus del mundo.

Conservando de sus ancestros, hijos de Faraón, una naturaleza esencialmente salvaje, viviendo según leyes secretas que les son propias y enemigos de toda civilización, los gitanos hasta ahora no han sido accesibles a ninguna oferta de nuestros directores de teatro.

Ha sido necesario que una de sus reinas -la más bella, la más misteriosa, María de Albaicín– sea conquistada por París para que toda una familia de gitanos se decida a dejar sus comarcas impenetrables para venir hasta nosotros.

Vamos a verlas el 9 de abril en el music hall Apolo.

María de Albaicín nos las presentará tal y como son en España, con sus trajes primitivos; bailarán; cantarán.

Y la de Albaicín, a quien la pantalla francesa […] ha hecho popular entre todas, hará revivir ante nuestros ojos a las más turbadoras mujeres de su raza” (Le Journal, 8-1-1926).

Maria de Albaicín en uno de sus filmes

Maria de Albaicín en uno de sus filmes

En abril de 1926, María de Albaicín estrena su espectáculo Gitanerías, que permanece dos semanas en el cartel del Apolo. La crítica destaca su autenticidad, “porque no es en absoluto el ambiente de un local de bailes, donde se exhiben bailaoras singulares y sumisas a las diversas expresiones del baile español. Es mucho más una fiesta familiar, donde se baila para uno mismo y no para los demás. Costumbres y ritos, y no proezas coreográficas de escuela” (La Presse, 21-4-1926).

La puesta en escena, “perfectamente arreglada, […] hábilmente compuesta y con tal preocupación por el color local, que creeríamos estar mucho más cerca de Cádiz y de Sevilla que de la plaza de Clichy” (Le Matin, 17-4-1926), es obra del marido de la bailaora, Aimé Simon-Girard, y de Pierre Sandrini.

Entre el conjunto de gitanas llama poderosamente la atención María de Albaicín, a quien acompaña su madre, Agustina Escudero:

María de Albaicín es una de esas mujeres con vestidos de florecitas y volantitos… pero se distingue de las demás por la suavidad de todo su ser, por la incomparable pureza de los rasgos de su cara, por la flexibilidad altiva de su cuerpo ondulante poseído por el baile. Ella es reina, pero con la más sobria de las majestades. […]

Está la madre de la de Albaicín, que se parece totalmente a su raza. Su hija también, pero con un no sé qué más civilizado, más idealizado…” (La Presse, 21-4-1926).

Agustina Escudero, retratada por Zuloaga

Agustina Escudero, retratada por Zuloaga

Tras el estreno del espectáculo, la crónica de Georges le Cardonnel nos da una clara idea de lo sucedido en el music hall:

“En el Apolo hemos vuelto a ver con mucho gusto a María de Albaicín en Gitanerías, una muy curiosa evocación de la vida de las gitanas. Vemos despertarse a los correcaminos en las cuevas de Granada. Salen de su caravana para ocuparse de las tareas de su primitivo hogar, y saludan con sus bailes y sus cantes el regreso del sol. Tras un solo de guitarra de Amalio Cuenca, los vemos en su casa, donde dan una fiesta que nos vuelve a ofrecer bailes y cantes: la Sevillana, la Farruca, con Juan Valencia; nos hemos quedado sobre todo con la fantasía de unas Alegrías, bailadas por la elegante, flexible, sinuosa y bella María de Albaicín. Todos estos bailes, de una voluptuosidad un poco salvaje, derivan evidentemente de las danzas árabes; sólo que sus ritmos son más variados y un poco dulcificados, y además creemos sentir la nostalgia de una lejana patria perdida. Es realmente un bello espectáculo” (Le Journal, 12-4-1926).

NOTAS:
(1) La traducción de todos los textos extranjeros es nuestra.
(2) L’espionne aux yeux noirs (La espía de ojos negros) es el título definitivo del filme. Sin embargo, durante su rodaje se barajaron también los siguientes: Le Prince Aryad (El príncipe Aryad) y Le sang des aïeux (La sangre de los antepasados). No obstante, la película llega a España en 1928 como El salvador de la patria.


María de Albaicín, estrella del baile y reina del celuloide (I)

Josefa García Escudero, que más tarde pasaría a la historia como María de Albaicín, viene al mundo en 1898 en la localidad conquense de Chindallón (1) y se cría en el barrio madrileño de Tetuán de las Victorias. Pepita es la primera hija del tratante de caballos Benigno García Gabarre y de la bellísima Agustina Escudero Heredia (2), bailaora no profesional y modelo, entre otros, del pintor Ignacio Zuloaga. El matrimonio tiene tres hijos más, Miguel, Rafael y Luisito (3).

María de Albaicín y su madre, Agustina, por Manuel Benedito (La Esfera, 6-6-1914)

María de Albaicín y su madre, Agustina, pintadas por Manuel Benedito (La Esfera, 6-6-1914)

La joven, que desde muy pequeña siente inclinación por el baile, se adentra en el mundo del espectáculo de la mano de una de las más grandes estrellas del momento, Pastora Imperio, que se convierte en su mentora.

La genial artista sevillana cuenta con Pepita para uno de sus más ambiciosos proyectos, el ballet cantado El amor brujo, que se estrena en el teatro Lara de Madrid el 15 de abril de 1915. El libreto es obra de María Lejárraga (4) y la partitura, de Manuel de Falla, que se inspira en los cantes y las leyendas que le cuenta la madre de la artista, Rosario la Mejorana.

En el reparto figuran Pastora Imperio, su hermano Víctor Rojas, Josefa García Escudero (con el nombre de María Imperio) y su madre, Agustina Escudero (como Perlita Negra). Aunque en su estreno madrileño el espectáculo no conquista al público ni a la crítica, cuando se presenta, unos meses más tarde, en el teatro Novedades de Barcelona, sí parece convencer al respetable.

Pastora Imperio, ataviada para interpretar El amor brujo

Pastora Imperio, ataviada para interpretar El amor brujo

Nuevos éxitos como La Faraónica

Tras su bautizo de fuego con El amor brujo, Pepita García Escudero cambia su nombre artístico por el de La Faraónica. La prensa se refiere a ella en alguna ocasión como la “protegida de Pastora Imperio” (Eco Artístico, 25-9-1918), lo cual nos hace pensar que la artista sevillana sigue jugando un papel importante en esa primera etapa profesional de la joven bailaora. De hecho, cuando debuta en el teatro Romea de Madrid, en mayo de 1917, Pepita comparte cartel con Pastora y con Víctor Rojas. Unos meses más tarde la encontramos anunciada en el Trianón-Palace.

En 1918, La Faraónica actúa en distintas salas de la capital de España, y también se presenta durante unas semanas en el Kursaal Internacional de Sevilla. A finales de ese año, cuando se estrena el Gran Kursaal Madrileño, la joven bailaora participa en la sesión inaugural, junto a un nutrido elenco de artistas en el que destaca la gran Juana la Macarrona.

Unas semanas más tarde, Pepita debuta en la Catedral de las Variedades, es decir, el Circo Price, donde forma parte del “cartel más variado y moral de Madrid, propio para familias” (Heraldo de Madrid, 21-2-1919). Más o menos en esa época, siguiendo los pasos de su madre, la bailaora es inmortalizada por Ignacio Zuloaga en su obra “La Faraónica”.

La Faraónica, por Ignacio Zuloaga (1919)

La Faraónica, por Ignacio Zuloaga (1919)

En la primavera de 1920 llegan al teatro Parisiana de Madrid la cupletista Luz Imperio, la canzonetista Adelina Campos y “La Faraónica, gitanilla auténtica, que baila discretamente y nos trae perfumes del Albaicín y el Sacromonte” (Eco Artístico, 4-5-1920). Unos meses más tarde, Pepita emprende una gira por el norte de España, con paradas en ciudades como Bilbao y San Sebastián, en cuyo teatro Colón se presenta un elenco de lujo:

“En San Sebastián.- Ha debutado en el teatro Colón un notabilísimo y completo cuadro flamenco, serio y artístico. Lo integran las bailadoras La Macarrona, La Faraónica, Luisita la Jerezana y La Gaditana. El bailador es el famoso Antonio Ramírez; la cantadora, Amparo Montín, y los tocadores, Manuel Gómez (Huelvano) y Aurelio Gómez.

Para la actuación de este cuadro se ha pintado en Madrid, por un reputado escenógrafo, nuevo decorado” (La Correspondencia de España, 30-7-1920).

Nacimiento y ascenso de María de Albaicín

Poco después, a la joven bailaora se le presenta la que sin duda es la gran oportunidad de su carrera. En 1921, el coreógrafo Serge Diaghilev, director de los Ballets Rusos, viaja a Madrid y Sevilla en busca de artistas para su nuevo montaje, que pretende ser “un espectáculo auténticamente español con guitarras” (Diaghilev: les ballets russes, 1979). (5)

La Rubia de Jerez, Mate y María de Albaicín (La Esfera, 9-7-1921)

La Rubia de Jerez, Mate y María de Albaicín (La Esfera, 9-7-1921)

El empresario no escatima en medios para este proyecto, cuyo vestuario y decorados encarga al pintor Pablo Picasso. Entre los bailaores y cantaores contratados, destaca quien será la estrella principal del espectáculo, Pepita García Escudero, La Faraónica, a quien Diaghilev bautiza como María de Albaicín (6).

Del 17 al 23 de mayo de 1921, los Ballets Rusos se presentan en el teatro de la Gaité-Lyrique de París con un programa renovado, que incluye la pieza inédita Cuadro flamenco. Para este montaje, el director cuenta con “una decena de bailarines y bailarinas elegidos en Sevilla” (Le Figaro, 7-5-1921), una troupe de gitanas auténticas “que tiene a la cabeza a María de Albaicín, la mujer más guapa de España, acompañada por un tipo extraño, un hombre que parece no tener piernas, el famoso Mate; además, dos bailarines de bolero, los Moreno, y la cantaora morisca La Minerita, etc.” (Le Gaulois, 7-2-1921).

Con este conjunto de artistas, Diaghilev pretende “penetrar en alma de España”, y para ello nos transporta a un café cantante, en el que, valiéndose del cante, las palmas, la guitarra y los zapateados, ofrece al público parisino “una muestra lo más pintoresca posible de la música del país ibérico” (Le Figaro, 7-5-1921); una “serie de bailes españoles […] recogidos en los ambientes populares, y bailados por auténticas gitanas” (Le petit Parisien, 8-5-1921).

Agustina Escudero, retratada por Manuel Benedito

Agustina Escudero, retratada por Manuel Benedito

La prensa gala ofrece una detallada crónica del estreno, que da buena cuenta de los bailes interpretados por cada uno de los artistas:

“… sobre una pequeña tarima, cinco bailaores y cinco bailaoras de Andalucía. Los bailes españoles auténticos presentados por los Ballets Rusos son bailes gitanos […].

Una señora sentada al lado de un tocador (guitarrista) lanzó primero varios gritos guturales como los que profieren en las calles parisinas los vendedores de ropa, pero que, en español son, como todo el mundo sabe, de una rara nobleza. Rojas y El Tejero, embutidos en unos pantalones negros que terminan bajo los brazos, se sacudieron nerviosamente el polvo de sus zapatos para expresar el Tango gitano. María de Albaicín, una bellísima Leda, miró durante unos momentos con curiosidad cómo sus brazos jugaban al cisne alrededor de su cuerpo, y de ese modo conocimos la Farruca (7). La López y El Moreno bailaron muy bien la Jota aragonesa, la Rubia de Jerez se estiró perezosamente en la Alegría que bailó con furia Estampillo (sic). El Garrotín grotesco fue bailado sobre sus rodillas por Mate El Sin Pies y el Garrotín cómico, por la viejecita Gabrielita, que parecía haber escapado de un álbum de Goya. Todo terminó con una Sevillana general” (Le Journal, 22-5-1921).

Aparte de los artistas mencionados, también interviene La Minerita, que canta una malagueña. El estreno no puede ser más exitoso: “La sala estaba llena otra vez, -en tres días, más de cien mil francos de taquilla. Un público en delirio consagraba una vez más el renombre de esta maravillosa compañía” (Le Figaro, 20-5-1921). Críticos como Léandre Vaillat no ocultan su satisfacción a la salida del espectáculo: “Son ovacionados. Y, al llegar al metro de Sébasto, fantaseo con los cabarets y con los antros de Andalucía…” (Le Ménestrel, 27-5-1921).

NOTAS:
(1) Datos aportados por Joaquín Albaicín -sobrino nieto de María de Albaicín- en su artículo “Vida, leyenda y muerte de María de Albaicín”, publicado en el nº 7 de la revista La Caña (1994).
(2) Sobre la figura de Agustina García Escudero, consúltese el artículo de Mercedes Albi, “Agustina la Reina: la artista que acompañó a Pastora Imperio en ‘El amor brujo’ (1915)”.
(3) Miguel Albaicín (1913-1999) era bailaor. Según su sobrino nieto Joaquín Albaicín (óp. cit.), lo mismo bailaba por soleá que se atrevía con algunos pasos de claqué. En los años treinta, trabajó junto a Encarnación López, La Argentinita, y Pilar López en “Las calles de Cádiz” (1933), así como en otros espectáculos posteriores de la misma compañía.
Rafael Albaicín (1919-1981) era músico y torero. Según Antonio Santainés, “poseía una educación esmerada y una loable cultura. Tocaba el piano y el violín; le gustaba Bach y Mozart y le entusiasmaban Chopin y Falla. Viajó por Francia, Bélgica y Holanda y hablaba correctamente francés e inglés. Escribía música y sabía dibujar, y él mismo diseñaba los figurines de sus trajes de luces” (ABC, 19-3-2007).
Luisito falleció cuando era niño.
(4) El libreto de El amor brujo, como la mayoría de las obras de María Lejárraga, lo firma su marido, Gregorio Martínez Sierra.
(5) La traducción de todos los textos extranjeros es nuestra.
(6) La prensa española se refiere a ella indistintamente como María de Albaicín o María del Albaicín. Sin embargo, no hay que confundirla con la cantaora y canzonetista granadina María del Albaicín. En Francia y el resto del mundo se la conoce como como María d’Albaicín o Marie Dalbaïcin.
(7) Según Joaquín Albaicín (óp. cit.), María fue “una de las primeras y escasísimas mujeres que bailaron la farruca, que no en vano había creado como tal baile su tío Faíco, primo hermano de Agustina”.