Gabriela Ortega Feria nació el 30 de julio de 1862 en la gaditana calle de Santo Domingo, en el seno de una familia gitana de gran tradición flamenca y torera. Su padre era el cantaor y banderillero Enrique Ortega Díaz, “El Gordo Viejo”; y varios de sus hermanos y hermanas también destacaron en el cante y en el baile flamenco.
Gabriela sobresalió en ambas disciplinas. Tras debutar, muy joven, en su Cádiz natal, pronto se trasladó a Sevilla junto a sus hermanos José, Enrique, Manuel, Carlota y Francisco. Era la época de esplendor de los cafés cantantes, y Gabriela fue contratada en El Burrero, donde cada noche encandilaba al público con su belleza racial, y su baile por alegrías y tangos.
Gabriela Ortega Feria
Según Fernando el de Triana, “la Gabriela fue una bailadora que no tuvo que envidiar a las mejores de su época, época la mejor y de mejores artistas de este género”. Tales eran su arte y sus encantos, que el torero Fernando Gómez “El Gallo” cayó rendido a sus pies… y Gabriela se bajó de los escenarios para siempre. Como sucedió a otras tantas artistas de su época, esta “popularísima y eminente bailaora” renunció a su carrera por amor.
“Ya quería yo ser cantadorcete cuando aquellas memorables juergas de la antigua venta de la Victoria, donde su pretendiente Fernando el Gallo invitaba a todo el personal del cuadro flamenco que actuaba en el famoso café del Burrero primitivo”, recuerda el cantaor trianero.
Su historia de amor con ‘El Gallo’
El de Gabriela y el Gallo fue un romance casi de película, pues, ante la oposición de la familia de ella, el torero no tuvo mejor idea que raptarla. Así relata su historia, años más tarde, El Heraldo de Madrid:
“Hace ya muchos años […] bailaba en Sevilla una admirable y honestísima cañí, la ‘Grabiela‘, cuyos encantos traían de coronilla a la espuma de la aristocracia y a la flor de la majeza. El Gallito, padre, […], que por aquellos tiempos mecíase en las cumbres de la notoriedad, cautivó con su ingenio a la cañí y venció sus escrúpulos con promesas, logrando así ahuyentar a sus rivales y ser proclamado novio oficial de la esquiva bailadora.
Mas no se conformaba el lidiador con las dulzuras espirituales del noviazgo; quería algo más substancioso y más positivo, y para saciar, sin amarrarse de por vida, sus deseos, y vencer la resistencia de la virtuosa, brava y áspera mujer, planeó un pícaro engaño que la había de rendir a su albedrío.
Una noche, la ‘Grabiela‘, el Gallo y algunos amigotes del espada salieron de Sevilla y refugiáronse en un cortijuelo. La bailarina se vistió un rico traje y prendióse en el busto las simbólicas flores del naranjo; el lidiador llenóse de alhajas resplandecientes, y muy grave vio entrar en la habitación a Bartolesi, el fornido piquero, que, disfrazado de cura, hizo una parodia nefaria e irrespetuosísima del más temible de los Sacramentos. […]
Los bendijo, se fue con los amigotes y el Gallo vio de par en par las puertas de la gloria. Pero trascendió la aventura, indignáronse los hermanos de la ‘Grabiela’, y el Gallito, acorralado temiendo que los sabuesos que le perseguían le hiciesen un agujero incerrable en la piel, comenzó a negociar, se vino a las buenas y se casó” (10-2-1911).
Gabriela Ortega y Fernando el Gallo con su familia
Del matrimonio de la bailaora y el torero nacieron seis hijos, tres de los cuales -Rafael, Fernando y Joselito- darían continuidad a la dinastía de “los Gallos”. Tras quedar viuda, en 1897, Gabriela y los suyos pasaron unos años difíciles, hasta que Rafael comenzó a triunfar en los ruedos y pudo comprar a su madre una casa en la sevillana Alameda de Hércules.
Una vida de virtud y sufrimiento
La prensa de la época ensalza la figura de Gabriela Ortega como madre ejemplar, muy devota y sufridora, debido al oficio de sus hijos. Así, en 1914, El Heraldo de Madrid destaca la gran religiosidad de la matriarca de los ‘Gallos’:
“En el patio de la casa de ‘los Gallos’, en Sevilla, hay un lujoso oratorio, inaugurado hace un año, bajo la advocación de la Virgen de la Esperanza, la Macarena, de quien los toreros y su familia, singularmente Rafael y su madre, son muy devotos.
La madre de Rafael apenas sale a la calle, y su hijo quiso tener esta capilla en casa, que fue solemnemente consagrada el año pasado, y en la que el capellán de la casa oficia todos los domingos y fiestas de guardar, para ahorrar a su madre la molestia de salir a misa los días de precepto.
Gabriela Ortega apenas sale al año más que una vez: el jueves o viernes Santos, para acompañar a la Cofradía de la Macarena, de la que ella y sus hijos son hermanos, y en cuya procesión, y durante todo el larguísimo recorrido, […] Rafael y su madre, encapuchados, como todos los cofrades, y sin hacer ostentación de su fervor para pasar inadvertidos, van descalzos de pie y pierna. […]
En el oratorio de la casa, y teniendo encendidas todas las numerosas velas que hay en el altar, la madre del torero aguarda, rezando con sus hijas, desde la hora en que la corrida que torean sus ‘chavales’ debe dar comienzo hasta que un chiquillo de Teléfonos alborota el patio, gritando desde la cancela: ¡Señá Gabriela, el parte!”
Señá Gabriela Ortega
Unos años más tarde, la revista taurina La Lidia se refiere a Gabriela Ortega como “la reina gitana” y le dedica estas líneas:
“Lector; Si como yo admiras a esas figuras que lograron destacar su silueta sobre el oscuro fondo de la muchedumbre, ¿verdad que tu atención se habrá detenido un momento en esa mujer de raza cañí que se llama Gabriela Ortega, reina madre de esos príncipes gitanos que van por España manteniendo gallardamente nuestra leyenda de sol y alegría?… En el patio de su casa, un típico patio moruno de blancas arcadas sostenidas por columnas de mármol, entre el perfume de los claveles color de fuego y de las rosas color de nieve y color de carne, pasa su vida la reina gitana rodeada de las morenas princesas sus hijas, cuyas trenzas son negras como los frutos de la endrina. Y su corazón de madre palpita más deprisa en espera de las noticias que llegarán de las tierras donde sus hijos luchan por el triunfo de su nombre. […]” (1-1-1917).
En 1919, son constantes las noticias sobre el delicado estado de salud de Señá Gabriela, que fallece en Sevilla el 25 de enero de ese año. Según Fernando el de Triana, son precisamente esos “dolorosísimos golpes” -la angustia y el sufrimiento por el destino de sus hijos en el ruedo- los que “terminaron con la vida de aquella deslumbrante belleza, que también fue una notabilísima artista del baile flamenco”.
Unos días más tarde, la revista La Lidia publica varias fotografías del cortejo fúnebre de “Doña Gabriela Ortega”, en las que se aprecia una Alameda de Hércules abarrotada de gente, y dedica a la madre de los Gallos un reportaje titulado “Las heroínas de la fiesta”, en el que ensalza sus virtudes como madre y esposa, y como persona de bien:
“La Sra. Gabriela, como familiarmente la llamaban todos sus amigos y la afición toda, poseía dotes inagotables de bondad y generosidades sin fin. Nadie llamó a su puerta que no fuera bien recibido, y a todos, magnánima, socorría, desprendiéndose con largueza las más de las ocasiones.
Fue como esposa un modelo de compañera, con una ternura infinita, con una sublime bondad, con un gran sentido del cumplimiento de su deber: vivió para el señor Fernando, e hizo de su estado una religión, un ideal de su vida, de su hogar un paraíso. […]
Madre, esta noble señora ha cumplido la más alta misión de su vida con un celo y un amor tan fuerte como digno, tan intenso como inefable. Todas las exquisiteces de su ternura, todas las sublimidades de su gran corazón puso siempre ¡madre amantísima! a contribución de sus hijos y ofrendó su vida en holocausto de su bien” (31-1-1919).
El cortejo fúnebre de Gabriela Ortega a su paso por la Alameda
Fue una gran renuncia la de esta mujer, a quien la prensa de la época no dudó en elevar a los altares como modelo de virtud femenina. No obstante, preferimos recordar a Gabriela Ortega como la artista que fue, como la gran bailaora a la que Cupido -auxiliado por la mentalidad de la época- cortó las alas, privándonos para siempre del vuelo de los volantes de su bata de percal.
Gabriela
Una bata de cola
de percal florío
adorná de volantes
con mil fruncío.
Una flor y una peina
de carey labrao
y un pañuelo de talle
toíto bordao.
Un cuerpo de gitana
mu bien plantao,
¡ánfora de Triana
sobre el tablao!
[…]” (Manuel Beca Mateos)
Francisco Prat Bernardi comentó:
He vuelto a leer esta entrada de mi gran paisana que nació muy cerquita de donde yo vi la luz Barrio de Santa María y otro de los motivos de volver a leerlo es porque me gusta la forma de describir que tiene la autora de este blog y en especial en esta entrada. Como aficionado, aunque muy pequeño, pero no de edad, siempre que tengo tiempo hago un repaso de este blog al cual siento un gran aprecio.
Ángeles Cruzado comentó:
Muchas gracias, Paco. Un saludo.