Flamencas por derecho

Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Flamencas por derecho - Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Carmencita Dauset, la reina de Broadway (IV)

Primera tournée americana

En octubre de 1889, la troupe de Antíope emprende una gira que atraviesa los Estados Unidos de costa a costa, desde Nueva York hasta California, pasando por numerosas ciudades. La prensa norteamericana insiste en destacar el número de Carmen Dauset como “lo más notable y sensacional” del espectáculo (Rock Island Daily Argus, 30-10-1889) (1). El público no se cansa de aplaudir a la joven artista, que alcanza “un triunfo nunca igualado por otras bailarinas europeas” (Rock Island Daily Argus, 29-10-1889). (2)

Carmencita Dauset

Carmencita Dauset

En el mes de noviembre, Antíope llega a California. Tras conquistar al público de San Francisco, que la recibe con muchos y merecidos aplausos, la artista se presenta en Sacramento (3) convertida en la “nueva figura de la escena americana” (Sacramento Daily Record-Union, 5-12-1889).

Carmencita […] es un prodigio de gracia y genialidad en sus bailes, que están llenos del apasionado y romántico abandono asociado a su raza. No se ha visto aquí ninguna bailarina española que la iguale en rapidez, brillantez y donaire en sus poses” (Sacramento Daily Record-Union, 7-12-1889).

Kiralfy ha realizado algunos cambios en la obra y ha incorporado a nuevos artistas, como “Antonio Martínez, otro bailarín español, [que] es un excelente apoyo para Carmencita, y quienes lo han observado dicen que, como ella, es auténtico en el vestuario y la actitud hacia los bailes de su tierra” (Sacramento Daily Record-Union, 7-12-1889).

A mediados de diciembre, Antíope se representa en la Grand Opera House de Los Angeles. Ni siquiera el fuerte temporal que inunda las calles de la ciudad es capaz de frenar al público, que acude en masa al estreno de la obra; y no sale decepcionado, a pesar de la pobreza del argumento y la vulgaridad de la música. No en vano la de Kiralfy es “la mejor compañía de especialidades que ha visitado la ciudad”.

Entre sus estrellas destaca la bailaora almeriense, que, a petición del público, tiene que volver a salir al escenario al menos en tres ocasiones:

“… sobre todas las atracciones está la sin par Carmencita. Esta última señora está estupendamente formada, y baila con muchísima elegancia los pasos más difíciles. Se viste de una manera espléndida, y sus bailes españoles cautivan por su gracia. Sus formas voluptuosas y sus movimientos sinuosos forman un cuadro imposible de borrar de la memoria” (Los Angeles Daily Herald, 13-12-1889).

La estrella de Koster & Bial’s

Tras su periplo por California, la bailaora almeriense regresa a Nueva York, pasando por ciudades como Omaha (Nebraska) o Saint Paul (Minnesota). Comienza entonces una nueva y crucial etapa en la carrera americana de Carmen Dauset -ya desvinculada del Sr. Kiralfy (4)-, que se convierte en la nueva estrella de la sala Koster & Bial’s. Según James Ramírez (5), éste puede considerarse el auténtico debut de la almeriense en los Estados Unidos.

Interior de Koster & Bial's

Interior de Koster & Bial’s, Nueva York

Desde el mes de febrero de 1890, el nombre de Carmencita se escribe con letras bien grandes en la cartelera del local neoyorquino, donde permanece durante diecisiete meses -ochenta y cuatro semanas-, de manera prácticamente ininterrumpida. Comienza entonces la “Carmencitamanía”, una moda que atrapa por igual a los hombres y mujeres de la buena sociedad neoyorquina.

Carmencita es el imán que atrae a las multitudes a Koster & Bial’s en este momento” (The Evening World, 25-3-1890).

Carmencita, la bailarina de Koster & Bial’s es sin duda la sensación del momento […]. Otras han bailado y fascinado antes que ella […] pero ninguna […] reúne el talento de Carmencita” (The Sun, 13-4-1890).

La mencionada sala no es más que una cervecería de dudosa reputación, donde apesta a humo de tabaco, y la actuación diaria de la almeriense sólo dura cinco minutos. Sin embargo, ninguna de estas circunstancias hace mella en la pasión del público, que espera pacientemente durante horas y soporta un espectáculo de lo más anodino, con la única motivación de ver a la estrella del momento.

“Cada noche sobre el escenario de la mayor sala de conciertos de Nueva York Carmen Dauset, una chica española (conocida como Carmencita) baila durante cinco minutos. Cuando han pasado esos cinco minutos, aunque la actuación de la noche apenas va por la mitad, un considerable número de personas de la sala se levantan y se abren paso como pueden a través del laberinto de mesas de cerveza y sillas dispuestas en el exterior. Puede que hayan entrado a las seis de la tarde; pero no es para ver el cabaret algo subido de tono para lo que han permanecido sentados allí hasta las diez. Estaban dispuestos a dejarse aburrir por la vulgaridad, a respirar una atmósfera de humo de tabaco y cerveza rancia durante cuatro horas, con el fin de asegurarse buenos asientos durante los cinco minutos de Carmencita sobre el escenario” (Bismarck Weekly Tribune, 23-5-1980).

Carmencita Dauset (The Sun, 13-4-1890)

Carmencita Dauset (The Sun, 13-4-1890)

La espera siempre merece la pena, pues cuando la española aparece sobre el escenario, el tiempo se detiene y el público vive a una experiencia que difícilmente podrá borrar de sus retinas. Aunque las veinte chicas del ballet permanecen en escena, toda la atención se dirige a Carmencita, que no tarda ni un segundo en meterse al público en el bolsillo.

“Ella baja los escalones del fondo y avanza hacia las candilejas con esa soberbia pose […] y elegancia de movimientos que sólo podría atribuirse a una gran obra de arte de Fidias a la que se hubiese insuflado el aliento de la vida. Va vestida con un vestido largo de lentejuelas que cubre una gran profusión de enaguas blancas. Las faldas casi le llegan a los tobillos, y sólo se ve un poco de sus medias. Sus zapatos son bajos, pero sus tacones son como pilares. Si estás sentado a la distancia correcta de las candilejas, la bailarina parece como un pájaro luminoso, brillante y huidizo, que revolotea con ligereza sobre el escenario. […] El brío, el fuego y el éxtasis de su actuación son intraducibles: no pueden ser pintados con un pincel ni dichos con una pluma” (The Sun, 13-4-1890).

Durante su breve actuación, Carmencita ejecuta los bailes españoles que tanta fama le han dado, como la cachucha, la petenera, el vito o el bolero. El público neoyorquino, habituado a ver a señoritas ligeras de ropa que levantan una y otra vez sus piernas desnudas, queda realmente impactado por los movimientos de la almeriense, que pone toda su anatomía al servicio de su arte:

“Cuando comienza uno de sus bailes se eleva sobre sus piernas y levanta un pie. Pero pronto todas las partes de su cuerpo están en movimiento, y uno queda más cautivado por el bamboleo de su torso y su cabeza que por los movimientos de sus piernas. Se retuerce y se contonea desde las puntas de los dedos hasta la punta de su pelo negro. Se dobla hasta que su cabeza casi toca su espalda; se agacha, salta; se sacude a su antojo en este conjunto de movimientos y empieza otro, agarrando los bordes de su falda y caminando con orgullo de aquí a allá, hasta que inicia una rápida carrera que termina en un giro desconcertante, en el que sólo se entrevé un trocito más de sus medias rosas y sus enaguas blancas, y entonces, mientras te preguntas qué excentricidad mostrará a continuación, la música para y ella se inclina y desaparece” (The Sun, 13-4-1890).

Carmencita Dauset (The Salt Lake Herald, 12-10-1890)

Carmencita Dauset (The Salt Lake Herald, 12-10-1890)

Sin embargo, a muchos de sus admiradores les saben a poco esos cinco minutos que se prodiga Carmencita sobre el escenario. Una vez terminada su actuación, incluidos los correspondientes bises, hay quienes acuden a la sala verde de Koster & Bial’s, con el fin de verla de cerca e invitarla a una copa.

“¿Quieres ver a Carmencita? Bien, entonces dale al camarero un cuarto de dólar y una tarjeta -no importa de quién- y dile que deseas tomarte un vaso de vino con la favorita. Él desaparece y reaparece. Ella tiene un bis y lo hará inmediatamente. El ruido de los aplausos lo sigue hasta dentro y, antes de que se haya apagado, la belleza española hace su aparición, jadeando y sudando hasta el agotamiento. Pero su trabajo ha terminado por esta noche. Ella se hunde en una silla de tu mesa con la más dulce de las sonrisas, le falta demasiado el aire como para hacer algo más. Abres una botella de cuarto de Pommery seco (4 $) y ella levanta su vaso con elegancia, mientras tú adviertes que sus ojos y su pelo son tan negros como la noche en una mina de carbón. Si eres galante y la abanicas y le ofreces tu pañuelo para que se limpie su bonita cara, recibirás más sonrisas fascinantes y toda una exhibición de bonitos y regulares dientes, y de un inglés muy poco ortodoxo. Si ella bebe sólo medio vaso y te ruega que la disculpes, recuerda que probablemente ésta sea la décima botella que se abre esta noche en su honor” (Pittsburg Dispatch, 27-4-1890).


NOTAS:
(1) La traducción de todos los textos extranjeros es nuestra.

(2) Kiko Mora ofrece detallada información sobre las actuaciones de Carmen Dauset en los Estados Unidos, en su artículo “Carmencita on the road: Baile español y vaudeville en los Estados Unidos de América (1889-1895)”.

(3) La presentación de Antíope en la Grand Opera House de Sacramento tiene que posponerse debido a problemas logísticos. Sin embargo, Carmencita no se resiste a ejecutar su baile:

“La troupe de Kiralfy llegó ayer temprano, pero no pudo presentarse anoche, debido a un percance en el transporte de los elaborados decorados desde el depósito. La carga del camión se fue al traste por la avería del vehículo en medio de una fuerte tormenta, y el resultado fue un montón de cortinas mojadas. […] los carpinteros no fueron capaces de secar y montar todos los decorados a tiempo, y Kiralfy despidió a su gente con un corto discurso que provocó que Carmencita, la guapa bailarina española, dijera que bailaría de todos modos, y giró por el escenario para la diversión de todos sus compañeros” (Sacramento Daily Record-Union, 6-12-1889).

(4) Unos meses más tarde, la prensa se hace eco de la denuncia interpuesta por Carmencita contra el Sr. Kiralfy, a quien acusa de no haberle pagado una parte de sus honorarios:

Carmencita Daucet, la elegante bailarina española que vino a este país el año pasado contratada por Bolossy Kiralfy, lo ha denunciado por 750 $, su salario de cinco semanas, que, según afirma ella, éste no le ha pagado. Carmencita alega, según su abogado Philip Orgler, que firmó el contrato con Kiralfy hace un año en París, y sus términos eran que su salario sería de 150 $ a la semana, y que actuaría durante veintiséis semanas. Cuando emprendió la gira por el oeste, que comenzó el pasado mes de agosto, afirma que Kiralfy nunca le pagó su salario semanal completo, sino que le fue regateando cada vez un poquito de aquí y de allí. Esto continuó hasta que ella lo dejó, el 1 de febrero, en Chicago, cuando el contrato expiró.

Kiralfy dice que tenía un nuevo contrato con ella hasta el final de la presente temporada, que había comenzado al término de su compromiso parisino. Carmencita lo niega.” (The New York Times, 13-5-1890).

Unos días más tarde, los representantes de cada una de las partes declaran ante el Juez:

“El Sr. Baldwin describió a Kiralfy como el amigo y benefactor de Carmencita, que la sacó de un oscuro circo europeo y le dio 600 $ para pagar sus gastos de París, e invirtió mucho dinero para anunciarla en este país. Según declaró, el cuatro de febrero Kiralfy le pagó y le permitió marcharse de su compañía con el fin de cuidar a su marido, un tocador de mandolina, que estaba enfermo en Filadelfia. Se estipuló que volvería a la compañía de Kiralfy, pero ella se comprometió con Koster & Bial’s unas semanas más tarde. Los esfuerzos para resolver este asunto de manera amistosa han fracasado.

En contra de la moción, Abrahan L. Fromme dijo que el contrato con Kiralfy había expirado y que ella no había recibido ninguna notificación de renovación. De haberlo hecho, no la habría podido leer, ya que no sabe leer ni escribir. Se había visto obligada a demandar Kiralfy por 750 $ de su salario, y Kiralfy había dicho que la había echado por su fracaso, y que se había visto obligado a contratar gente para que la aplaudiera. […]. El contrato, según se afirmó, fue roto efectivamente por el impago de Kiralfy a Carmencita” (The Sun, 24-5-1890).

(5) Ramírez, James, Carmencita, The Pearl of Seville, Nueva York, 1890.

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Categoría: Bailaora

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