En 1925 Amalia Molina alcanza uno de los mayores hitos de su carrera artística. Tras haber seducido al público de París, Londres, Buenos Aires y La Habana, entre otras muchas ciudades, la artista sevillana desembarca en los Estados Unidos dispuesta a conquistar Broadway, el sueño dorado de todo artista que desee triunfar en el mundo del espectáculo.

Amalia Molina
Como viene siendo habitual, el éxito no se hace esperar y, poco después de su llegada, la prensa yanqui ya sitúa a Amalia Molina entre las mejores bailarinas del mundo:
“La artista destacada de la primera parte del programa ha sido Amalia Molina, la mejor bailaora de España. Los Reyes de España le han concedido la cruz de honor y es considerada como una de las mejores bailarinas del mundo. Ha presentado una propuesta muy interesante y ha demostrado que es capaz de lo mejor en el baile original e interpretativo. Ha cantado y ha bailado con mucha gracia y encanto” (The Palm Beach Daily News, 5-2-1925). (1)
Artista y española de verdad
Las calles de la Gran Manzana se llenan de enormes letreros luminosos con el nombre de la artista sevillana, anunciada como The Soul of Spain, es decir, el alma de España. Mientras tanto, en nuestro país, se celebran con entusiasmo los triunfos de Amalia, que es considerada uno de los mayores exponentes del casticismo y una artista de las que ya no quedan, en una época en que el destape y las canciones extranjeras se han convertido en los únicos recursos al alcance de muchas cupletistas de nuestro país:
“… acabamos de asistir a la inesperada apoteosis de una auténtica artista española, que, bien segura de su arte, sin bombo ni platillos, sin fantástica propaganda de ninguna clase, sin más anuncio que el de su solo nombre, se ha presentado en el nuevo y suntuoso Mecca Auditorium, ante más de 6.000 espectadores, y con otros tantos a la puerta, que no pudieron entrar por haberse agotado las localidades […]
Amalia Molina, la españolísima, castiza siempre, nos ha deleitado con un programa tan español y tan castizo como ella: con música de España, trajes de España y gracia de España. […] Unas saetas, unas soleares, unas granadinas, una jota aragonesa, un pregón sevillano, un schotis madrileño… […]
Por primera vez se han oído aquí, sin adulteración alguna, los típicos aires españoles […] y se aplaudieron con entusiasmo loco. Y las saetas, rezadas más que cantadas, nos conmovieron tan profundamente, que en más de una garganta se hizo un nudo y más de un pañuelo enjugó una lágrima. La aclamación fue entonces atronadora” (ABC, 4-6-1925).

Amalia Molina con su cuadro español en el Regent Theatre, N. Y. (Mundo Gráfico, 18-9-1929)
Porque Amalia lo vale
Después de triunfar en el Mecca Auditorium, donde se embolsa más de 5.000 dólares -al cambio, 8.000 duros de la época-, la Molina deja al público neoyorquino con la miel en los labios y se lanza a recorrer la costa este de los Estados Unidos.
En agosto regresa a la Gran Manzana, contratada esta vez por el Shea’s Hippodrome, de la poderosa empresa Keith-Albee, que le paga un sueldo de 3.000 dólares semanales. “156.000 dólares al año. Traducidos a moneda española, ¡más de un millón de pesetas!” (ABC, 24-10-1925). A pesar del abultado caché de la sevillana, el teatro cuelga cada noche el cartel de ‘no hay billetes’:
“Los 7.500 espectadores que a diario llenan, tarde y noche, el Hippodrome -¡15.000 espectadores por día!- no han de regatearle a Amalia ni un centavo. El espectáculo que ella les brinda bien lo vale. ¡Ella sola lo vale! Sin el pintoresco cuadro en que se presenta, sin acompañante alguno, sin coro, sin orquesta, sin decoración siquiera, […] Amalia triunfaría lo mismo. ¿Qué importa cuanto la rodea? Todo palidece al lado suyo” (ABC, 24-10-1925).

Amalia Molina en Nueva York (Heraldo de Madrid, 29-7-1929)
Aunque a la Molina le basta con su arte para llenar el escenario, en Nueva York se presenta arropada por un elenco de dieciocho músicos, cantantes y bailarines, que actúan bajo su dirección:
“Yo era la ‘head-line’, cabeza de línea, estrella de los grupos; pero conmigo venían catorce profesores de orquesta, especializados en la música española, que además de acompañarme, tocaban en los intermedios obras de Albéniz, Falla, Granados… Luego, dieciocho ‘girls’, perfectamente aleccionadas por mí, que bailaban, y manejaban los mantones de Manila con bastante desenvoltura […]. También venía un tenor, que preparaba mi presentación con una romanza, y un bailarín, que en algunos momentos me secundaba” (Mundo Gráfico, 18-9-1929).
Amalia, toda una celebridad en los Estados Unidos
Sólo unos meses después de su debut en los Estados Unidos, Amalia Molina se ha convertido en una persona muy popular, hasta el punto de ser requerida por la prensa de aquel país, a la que concede alguna entrevista. En agosto de 1925, la artista confiesa a The Philadelphia Inquirer sentirse muy feliz por “traer a América los bailes y cantes” españoles, que intenta mostrar tal y “como se dan realmente en España”, sin que el hecho de cantar en la lengua de Cervantes suponga ningún impedimento, pues “la frescura de su expresión lírica transmite que es una verdadera artista incluso para quienes no comprenden su lengua” (Variety, 22-9-1925).

Amalia Molina en Nueva Orleans (ABC, 26-6-1927)
Asimismo, Amalia ofrece algunos detalles sobre las piezas que componen su repertorio, y hace especial hincapié en la importancia de las castañuelas, que ella domina a la perfección:
“En el programa está la jota. Es un baile rápido en un compás de tres cuartos. El fandango de Andalucía va en un tiempo similar, pero lleva acompañamiento de guitarras, castañuelas y, a veces, de panderetas. Muchas personas asocian las castañuelas con el baile español y, de hecho, es típico bailar con el redoble de esas conchas de madera. No es fácil para el extranjero aprender a tocar las castañuelas y en nuestro país prestamos mucha atención a este instrumento, que probablemente sea de origen árabe” (The Philadelphia Inquirer, 13-8-1925).
Después de dos años en Norteamérica, Amalia se ha convertido en toda una institución en los Estados Unidos. Ha trabajado “en cuarenta y siete poblaciones distintas y en otros tantos teatros de primer orden” (ABC, 26-6-1927); ha grabado sus cantes y el sonido de su crótalos con la casa Columbia a cambio de un buen puñado de dólares; ha estado en Hollywood, donde ha llegado a trabajar con estrellas de la talla de Rodolfo Valentino; y continúan lloviéndole las ofertas, a cuál más ventajosa.

Amalia Molina con Rodolfo Valentino y Luis Solá (Estampa, 30-3-1935)
Algunas incluyen proposiciones un tanto indecentes, como solicitar la nacionalidad norteamericana o aligerar su vestuario. Como no podía ser de otra manera, la más castiza de nuestras artistas permanece fiel a sus valores:
“A nuestra Amalia, y con la oferta de un nuevo y fantástico contrato, de los que ya está ella acostumbrada a firmar, la invitaron a que renunciase a la ciudadanía española y pidiera los primeros papeles de la americana… Amalia no acabó de escuchar la invitación. Se puso de pie, roja de ira, y le gritó al oficioso proponente:
– ¿Pero usted pensó que yo podría vender mi alma por todos los dólares de esta tierra? […] ¿Venderme yo? ¡Vamos, hombre…!
El hombre no volvió a hablar más del asunto, y Amalia ha continuado triunfando, como siempre, en cuantos escenarios se presentó. […] Ni siquiera tuvo que abdicar como artista. No aceptó ni la menor imposición. […] Ella impuso el respeto a sus trajes castizos, para que no desentonaran nunca sus canciones clásicas, ¡y hubo que oírla cuando alguien se atrevió a indicarla que haría muy artístico efecto verla bailar sin medias…!
– Pero ¿por quién me han tomado? ¡Yo no necesito desnudarme para que me admiren! – exclamó indignada” (Blanco y Negro, 26-9-1926).
Triunfal regreso a la patria
En verano de 1929, tras actuar durante unos meses en el teatro Avenida de Buenos Aires, Amalia Molina regresa a España, más estrella y más millonaria que cuando se fue. Podría haber vuelto a la Gran Manzana, con otro estupendo contrato, pero en su Sevilla se ha inaugurado la Exposición Iberoamericana y para ella ésas son palabras mayores.

Amalia Molina, en una ‘españolada’, junto a Rodolfo Valentino (Estampa, 30-3-1935)
A su regreso, con la simpatía que la caracteriza y ese acento sevillano, que no pierde por muchos años que pase en el extranjero, Amalia relata a la prensa sus impresiones sobre Nueva York, una ciudad que la maravilla por su lujo, por la educación de su gente y, sobre todo, por el tamaño de sus edificios, que ella rebautiza con un nombre muy peculiar:
“- ¿Qué te parecieron aquellos edificios de cincuenta pisos?
– Pues, hijo, que si no fuera por los ansensores, empiesas a subí resién almorsao y cuando llegas al último tiés ganas de merendá. Ellos les llaman rascasielos; pero yo le dije a un extanjis de aquéllos: ‘Esto son rascanubes, porque rascasielos sólo hay uno que se llama la Giralda, y ése le tenemos en mi Sevilla’” (Heraldo de Madrid, 29-7-1929).
A pesar de su larga estancia en Norteamérica, Amalia no se lleva demasiado bien con el inglés, y ello da lugar a alguna que otra situación embarazosa, como la de aquel día que, después de realizar ingentes esfuerzos para hacerse entender por un fontanero, aquél resultó ser de Gijón. Sin embargo, éste no es problema cuando se trata de promocionarse:
“- ¿Cómo te presentabas en América?
– Pues mu sencillo. Decía en la radio: ‘Queridos oyentes: Amalia Molina en persona. Oleé, viva Sevilla, mi tierra querida, la más bonita der mundo. Después todo lo demás” (ABC de Sevilla, 7-7-1944).

Amalia Molina, junto a G. Martínez Sierra y Catalina Bárcena en el Wanamaker Auditorium (Blanco y Negro, 5-6-1927)
La artista también recuerda con cariño la acogida del público, cuyos aplausos la hacían llorar de alegría, y hace referencia a una de las muchas fiestas a las que fue invitada durante su estancia en la Gran Manzana:
“A poco de debutar yo en Nueva York, llegó Ignacio Zuloaga. Y cuando dio en su honor una fiesta la millonaria mistress Maraffield yo fui la sorpresa del célebre pintor. Me presentaron en el salón vestida con un traje de maja con miriñaque de tisú de oro, la mantilla de encaje de oro, los sapatos de lentejuelas doradas y el abanico de plumas amarillas. Chiquillo, paresía yo talmente un ascua de oro. To el salón iluminao con luses de colores muy suaves, en malva y en rosa, y al entrar yo me echaron un foco blanco. Canté unas tonadillas y me aplaudieron mucho. Zuloaga se llevó una gran alegría” (Heraldo de Madrid, 29-7-1929).
…
NOTA:
(1) La traducción de todos los textos extranjeros es nuestra.