Flamencas por derecho

Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Flamencas por derecho - Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Retrato subjetivo de Pastora Pavón en su contexto histórico-artístico (I)

Mucho se ha escrito ya sobre la Niña de los Peines, cantaora excelsa y enciclopédica, y referente fundamental de los cantaores y cantaoras de distintas generaciones, incluida la actual.

Cuando acaba de conmemorarse el 53 aniversario de su partida, con el afán de ofrecer una mirada distinta sobre esta figura capital, cabe preguntarse qué imagen tenían de ella sus coetáneos, y si su arte y sus aportaciones eran ya justamente valorados.

Para tratar de responder a estas cuestiones, hemos acudido a la prensa de su tiempo en busca de impresiones y juicios de valor emitidos por escritores, críticos y cronistas que fueron testigos directos de su época y de su arte.

Pastora Pavón (Foto: Antonio Esplugas, ANC)

Pastora Pavón (Foto: Antonio Esplugas, ANC)

Pastora Pavón debutó en Madrid en los albores del siglo XX y empezó a adquirir cierta notoriedad en la prensa en torno a 1910. Tenía entonces veinte años de edad, y distintos medios la calificaban como “renombrada cantadora” (El Popular, 8-10-1908), “célebre cantadora” (El Popular, 26-10-1910), “auténtica notabilidad en su género” (La Mañana, 17-4-1909), “inimitable” (El Popular, 26-10-1910) o “una de las pocas que han logrado ser indiscutibles” (El Popular, 26-10-1910). Era considerada ya una cantaora larga, “sin rival […] en todos los más variados estilos” (El Telegrama del Rif, 17-6-1911).

En 1913, el periodista José Jiménez escribía en el Noticiero Granadino:

“El género andaluz, lo sostienen hoy Cayetano (el Niño de Cabra) y Pastora (la Niña de los Peines).

Esta les lleva en ventaja a los demás cantadores, que su repertorio es más extenso. Se compone de malagueñas, tarantas, tangos, bulerías, seguirillas o seguidillas, soleares y peteneras, estilo propio, marca Pastora” (26-6-1913).

Reina de las varietés, a pesar de todo

En ese momento histórico de decadencia y paulatina desaparición de los cafés cantantes, muchas artistas flamencas, entre ellas la Niña de los Peines, desarrollaron gran parte de su actividad en los teatros y salones de variedades que desde principios de siglo florecieron por toda la geografía española.

Entre las especialidades más demandadas en esos escenarios destacaba el cuplé, y en sus intérpretes se valoraba, sobre otras cualidades, el atractivo físico. El perfil de Pastora no era el más acorde a esos requisitos, y así lo hacían notar algunos medios.

Pastora Pavón (Foto: Antonio Esplugas, ANC)

Pastora Pavón (Foto: Antonio Esplugas, ANC)

Por ejemplo, La Correspondencia de España (30-10-1911) la definía como “artista singular y extraordinaria”, que debía “luchar con el inconveniente de lo poco habituado que está nuestro público a su género” pero que, por sus “extraordinarias facultades vocales”, su “maestría y sentimiento”, lograba entusiasmar al respetable.

Pastora era mucha Pastora y, a pesar de no seguir a pies juntillas el dictado de las modas, con su arte y sus excelentes cualidades logró ganarse el favor del público. No sucumbió a la fiebre del cuplé, aunque lo incluyó en sus creaciones por bulerías, en las que también tuvieron cabida canciones asturianas, mexicanas y hasta el charlestón.

Tampoco dijo el cante con acompañamiento de orquesta, como sí hicieron muchas de sus coetáneas; artistas como Amalia Molina o Adela López, que contribuyeron a prestigiar el denostado género flamenco, y a convertirlo en un arte refinado.

Según la revista El Diluvio, la Niña no podía “transigir con las orquestas porque […] se comen la voz” (5-6-1911). Sin embargo, una crónica de 1912 describe una actuación en el Trianón Palace de Madrid, en la que Pastora bailó con acompañamiento de música sinfónica:

“La orquesta comienza a preludiar unos aires andaluces. Álzase el telón y aparece en el escenario, muy gentil, muy airosa y muy española la Niña de los peines.

Cruza varias veces la escena al compás de un pasodoble, completamente envuelta en un rico mantón de Manila.

… se desprende del mantón y haciendo mil contorsiones, baila unas sevillanas primero, después un tango y así hasta volver locos a los espectadores” (El Progreso, 7-5-1912, 1).

Pastora Pavón (Foto: Antonio Esplugas, ANC)

Pastora Pavón (Foto: Antonio Esplugas, ANC)

Aunque se mantuvo fiel al estilo clásico y a la tradicional sonanta, Pastora también fue considerada la “reina del cante flamenco fino y elegante” (La Mañana, 23-10-1911) y atrajo a los teatros de variedades a un “público distinguido” (Crónica Meridional, 5-9-1916, 2). Nadie “como La Niña de los Peines logró que este arte burdo fuera aplaudido y oído con gusto” (El Pueblo, 28-11-1913).

Su maestría, “su voz extensa, su estilo y sus recursos excepcionales” (La Publicidad, 24-6-1913, 2), así como el sentimiento que ponía en sus interpretaciones, suplieron la carencia de otros atributos muy preciados en los escenarios de variedades, como era el caso de la belleza física.

En 1915, José Manuel Santos escribía en el Diario Toledano (20-2-1915):

“Sus triunfos la han matado. ‘La Niña de los Peines’ enfermó moralmente, porque así lo querían sus enemigos.

Sus compañeras, eran guapas, más que ella, pero no sabían cantar, no tenían tampoco sentimientos nobles; pero eran coquetas con el público, al que enviaban besos en vez de raudales de notas”.

En 1916 otro cronista afirmaba:

“Menos mal que, estéticamente, no todas las artistas que brillan en esta clase de espectáculos son ‘Niñas de los peines’… Las hay que son verdaderas divinidades con mantilla de claveles rojos, y algunas que, si no son hetairas o bacantes precisamente, lo parecen, con los sutiles trajes de malla que ahora se usan por aquí” (La Prensa, 11-8-1916).

Pastora Pavón (Foto: Antonio Esplugas, ANC)

Pastora Pavón (Foto: Antonio Esplugas, ANC)

Era la época del desnudo, del ir ligerita de ropa. El público quería contemplar a mujeres hermosas y rebosantes de juventud, y con 20 y con 30 años la Niña de los Peines tenía incluso que soportar que la llamasen vieja y decadente. He aquí varios ejemplos:

[Con 22 años] “La ya anticuadaNiña de los Peines’, […] una cantaora flamenca que ya está en el ocaso de su vida artística” (Diana, 22-3-1912).

[Con 29 años] “La Niña de los Peines, en los linderos de su caducidad artística, o ha perdido mucho de su antiguo esplendor, o ha ganado bastante en picardía y desaprensión.

[…] no hay derecho a esto cuando se cobran ¡seis reales! por una butaca” (Correo de la Mañana, 13-3-1919, 2).

[Con 33 años] “… esa anciana Niña de voz cascada y humos de trasatlántico que trabaja poco, mal y de peor humor. Industrialmente justifico el debut de la abuela de los Peines, pues hay mucho flamenco en Madrid amante de la tradición que aún va a aplaudir esa reliquia cascada del cante jondo; pero artísticamente censuro a la empresa por tan lamentable camelo” (La Unión Ilustrada, 18-3-1923).

Sin embargo, el principal objetivo de las críticas era el aspecto físico de Pastora. En la prensa de los años diez aparecen varios artículos que no son nada favorables en su descripción de la entonces joven artista.

En 1913 Nicasio Hernández Luquero afirma que la Niña tiene una “cara de corte filipino, mongólico, sin el menor asomo de Andalucía” (El Pueblo, 15-11-1913); y Diego Martín del Campo escribe:

“La ‘Niña de los Peines’ no es guapa. Su rostro, de una morenidad cetrina, […] no tiene realmente ningún atractivo. Solo sus cabellos, de un precioso negror azabachino, y el mirar de sus ojos negros –ojos de hechizo, de lujuria y de alucinación– ponen algo de feminidad al semblante andrógino” (El Radical, 6-11-1913).

Pastora Pavón (La Esquella della Torratxa, 15-11-1912)

Pastora Pavón (La Esquella della Torratxa, 15-11-1912)

La descripción que hace de ella Wenceslao Fernández Flórez en 1916 resulta realmente demoledora:

“una mujer de amplias formas desmoronadas por la ancianidad, de mantecosas mejillas colgantes, de boca grande, de mirada muerta en los ojos bovinos […]

La boca repulsiva se abre. Y he aquí que brota el mismo sonido terrorífico que pudiera producir el bostezo de un salvaje embriagado. […] El son de bocina destemplada, sigue. […]

‒ ¡Bravo!… ¡Viva tu madre!… ¡Ole!…

Y aquella carne mantecosa, que sugiere la idea del sudor, del pus, de los flujos, de la baba de todo lo viscoso y sucio, se queda quieta con su gesto inmutable de diosa…” (El Noroeste, 20-4-1916, 1).


La Andalucita, una gran artista que no quiso caer en el olvido

A Rosario Núñez, in memoriam

A Dioany y José Luis, por compartir su legado

A Pedro y a la Sociedad Pizarras & Flamendro, por hacer posible el encuentro

Desde muy pequeña tuvo clara su vocación y luchó por su sueño. A los siete años se escapó de casa con una troupe de artistas ambulantes; antes de cumplir los catorce se subió a las tablas del Imperial, en su Sevilla natal; y al año siguiente armó un lío grande cantando saetas en la Plaza de San Francisco.

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La niña valía y el éxito le vino rodado. Recorrió pueblos y ciudades de la península y el norte de África, y en la primera mitad de la década de los veinte ya había conquistado el Romea madrileño, conocido como la catedral de las variedades, y contaba con varias decenas de grabaciones en el mercado.

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Como muchas artistas de su tiempo, era enormemente versátil. Sus excepcionales cualidades vocales e interpretativas le permitieron cultivar un amplio repertorio de estilos, desde las canciones y cuplés, hasta los aires regionales y el cante flamenco; además de bailar y tocar con virtuosismo las castañuelas.

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Entre 1929 y 1930 participó en tres grandes éxitos teatrales, que incrementaron aun más su popularidad: las comedias líricas La copla andaluza y El alma de la Copla, de Quintero y Guillén, que se llevaron a escena respectivamente en los teatros Pavón y Fuencarral de Madrid; y el cinedrama La hija de Juan Simón, de Sobrevila y Granada, que fue estrenado en el Teatro de la Latina.

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En estas obras, además de conquistar al público con su cante, se reveló como una solvente actriz y, a rebufo del éxito obtenido, registró otro medio centenar de cantes. Muy del gusto de la época que le tocó vivir, en su discografía abundan los fandangos, seguidos de estilos como las malagueñas, milongas, guajiras, colombianas, saetas y granaínas; y, en bastante menor medida, los cantes de compás, entre los que destaca una seguiriya monumental.

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En 1933 le ofrecieron un contrato para hacer las Américas y lo que comenzó como una gira se convirtió en un exilio eterno. A Sevilla ya solo la ataba el dolor por la trágica desaparición de su familia, víctima de la barbarie anti-republicana, y los hechos que se sucedieron después hicieron imposible su regreso.

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Una vez más tuvo que reinventarse, y no sería la última. La primera etapa de su periplo americano transcurrió en Argentina. Triunfó en los principales teatros de Buenos Aires -Mayo, Avenida, Maravillas…- junto a una compañía que se hacía llamar “Postales españolas” y comenzó una exitosa carrera en el medio radiofónico. Durante años su voz entró en los hogares de millones de latinoamericanos, que abarrotaron los teatros para ver en carne y hueso a su admirada estrella.

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Recorrió distintas ciudades argentinas, entre ellas Córdoba, donde fue consagrada artísticamente por la gran Amalia Molina; y su fama pronto se extendió a los países vecinos. Durante largas temporadas trabajó en Uruguay, Chile, Brasil, Perú y Ecuador, compaginando siempre sus actuaciones escénicas con su intensa labor en las ondas.

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Generosa y comprometida, durante los años de la guerra civil organizó numerosos festivales destinados a recaudar fondos a beneficio de los huérfanos de la España republicana, y colaboró desinteresadamente con cuantas instituciones se lo solicitaron.

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En 1941 recaló en Cuba, adonde llegó convertida en una gran estrella. Dan fe de ello las abundantes entrevistas que concedió a distintos medios, su lujosa presentación, así como las cartas y poemas recibidos de sus muchos admiradores. Allí trabajó durante meses en la cadena CMQ como artista exclusiva de un programa patrocinado por la tabaquera Regalías El Cuño. También actuó en el Teatro Nacional de La Habana y viajó a Tampa para intervenir en la Verbena del Tabaco.

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Puerto Rico, México y Venezuela fueron sus siguientes destinos. En Caracas nació su único hijo y volvió a cambiar el rumbo de su vida, cuando decidió abandonar a su marido y representante tras sorprenderlo en flagrante adulterio. Se instaló en Buenos Aires y volvió a comenzar de cero.

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A principios de los cincuenta viajó en varias ocasiones a Perú, mas no tardó demasiado en llegar su declive físico y artístico, a causa de su frágil estado de salud y de la escasez de contratos. Pasó momentos difíciles, viviendo en un mísero cuartito, hasta que su hijo José Luis pudo empezar a aportar algo de plata al hogar. Él se ocupó de que no volviera a faltarle de nada, la cuidó hasta el final y ha conservado como oro en paño su legado.

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Rosario no pudo dejarle dinero ni propiedades, pero sí unos valores, como la disciplina en el trabajo, y un valioso archivo fotográfico y documental que ella misma se encargó de recopilar durante toda su vida en América. Hojeando los cientos de páginas que lo componen, observando las incontables fotografías y los abundantes recortes de prensa de distintos países, no puedo sino sonreír ante la audacia de esta mujer valiente, que se resistió a caer en el olvido y que además tuvo la satisfacción moral de sobrevivir al dictador, aunque fuese apenas un mes.


Configuración del repertorio y la personalidad artística de Amalia Molina en la primera etapa del género de variedades* (y V)

2.5. Escenografía de las varietés

Además de todas las innovaciones y aportaciones mencionadas en lo que se refiere a la conformación de su repertorio, desde el inicio de su trayectoria como artista de variedades, Amalia Molina demostró una gran visión escénica.

Amalia Molina ante uno de sus decorados (Eco Artístico, 25-12-1913)

Amalia Molina ante uno de sus decorados (Eco Artístico, 25-12-1913)

Si en 1904 llegaba a Madrid prácticamente con lo puesto, sus éxitos pronto le permitieron alcanzar una buena posición económica, y no dudó en invertir parte de las ganancias en la adquisición de vestuario y otros elementos escenográficos para presentar dignamente su arte. En 1908 ya llamaba la atención por la riqueza y variedad de su indumentaria:

La presentación de tan notable artista es la más lujosa que aquí hemos visto, puesto que sus trajes son de una riqueza extraordinaria y están confeccionados con un gusto exquisito, y creemos que ha de tener numeroso vestuario pues en las tres noches que viene actuando en tan favorecido salón, nos ha presentado tres completamente distintos, acompañados de una gran colección de mantones de Manila y capotes de paseo, siendo también la artista que mejor alhajada se presenta… (Fray-Cine, El Eco de Cartagena, 7-1-1908: 2).

Su ajuar artístico se fue incrementando paulatinamente, al mismo ritmo que su selección de canciones y bailes, pues cada número contaba con vestuario, joyas y complementos específicos, adecuados a la temática o al personaje que interpretaba. Entre 1908 y 1910 estrenó un «traje de luces, un hermosísimo traje con taleguilla inclusive» (El Popular, 18-8-1908: 4), un «clásico traje andaluz, de bota de cuero y calañés» (El Popular, 29-8-1908: 4), «un lujosísimo traje confeccionado exprofeso [sic] en París» (La Patria, 16-4-1910: 3); y sorprendió al público del Salón Pradera de Santander al presentarse «sobre unos zapatos Luis XV, dorados, de regio tacón», ataviada con «un traje de oro y sedas» (El Cantábrico, 20-12-1910: 2).

Amalia Molina ante uno de los telones pintados para ella por Muriel.

Amalia Molina ante uno de los telones pintados para ella por Luis Muriel (Mundo Gráfico, 16-4-1913).

Mas sin duda una de las piezas más significativas de su vestimenta era su exquisita colección de mantones de Manila, que también fue creciendo con los años:

De todos los elementos que hacen atractivo y bello el arte delicado y sobrio de esa bailarina flamenca […] uno de los primeros, más que su cuerpo esbelto y grácil, más que su voz infantil, quebrada a ratos, más que su tipo puro y castizo, y que sus ojos y su pelo negros como el ala del cuervo, más que la mayor parte de sus cantos y bailes, y tanto por lo menos como lo mejor de ellos, incluso que las divinas soleares gitanas que entona a veces lánguidas y melancólicas, extrañamente bellas, son sus mantones de Manila, de dibujos pomposos, colores brillantes y largos flecos. Los mantones de Amalia Molina, ricos, variados, espléndidos, son un gran elemento estético (El Noroeste, 13-12-1908: 1).

La sevillana cuidaba al máximo todos los detalles. Los números inspirados en el folclore popular siempre trataba de llevarlos a escena con la mayor fidelidad al modelo original. Cuando viajaba a los pueblos y romerías para aprender los cantos y bailes regionales, aprovechaba para visitar museos o incluso acudía a familias de la zona en busca de los trajes más adecuados, y bien los adquiría in situ, bien encargaba su reproducción a una modista de confianza (21).

Otro elemento fundamental de su puesta en escena eran los telones forillo que mostraban lugares emblemáticos de la geografía española y que servían para crear la ambientación adecuada. Contaba con uno específico para cada número, algo en lo que también puede considerarse pionera.

Amalia Molina, con traje de luces y capote de paseo.

Amalia Molina, con traje de luces y capote de paseo.

La primera referencia periodística que encontramos sobre ellos es de 1911 y da cuenta del estreno en el Teatro Liceo de Salamanca de «una decoración que representa la perspectiva de la plaza desde el arco de San Martín» (El Adelanto, 12-1-1911: 3). Era obra del prestigioso pintor Luis Muriel, que fue su escenógrafo de cabecera hasta su fallecimiento, en 1919 (22).

En 1916 había acumulado ya un total de cuarenta y cinco telones:

Todos sirven de fondo a una riquísima y suntuosa decoración de puro estilo árabe, adornada con hermosos cortinajes de damasco de seda y alfombras que imitan el mosaico árabe. El telón de boca es serio y figura dos cortinones que se descorren. En el centro aparece el escudo de España.

Cuando Amalia termina un número, no se baja el telón, sino que se apaga la luz mientras los maquinistas realizan la mutación.

Entre tanto, la orquesta preludia la canción que luego ha de salir a cantar.

Puede asegurarse que en el género de varietés no hay nadie que se presente con tanto lujo y conciencia artística en trajes y decorado (García Carraffa, Cancionistas y bailarinas españolas. Amalia Molina, 1916: 97-98).

Amalia Molina (Nuevo Mundo, 3-4-1915)

Amalia Molina (Nuevo Mundo, 3-4-1915)

El lujo, elegancia y exquisitez que caracterizaban su vestuario y su puesta en escena se convirtieron en uno de sus signos distintivos, y ejercían sobre el público un poder de atracción casi tan fuerte como el de su arte:

La aparición de esta mujercita delgada produce asombro. Es una aparición luminosa. Su traje refulge al sentir la caricia de la luz. Sus dedos, sus orejas, su garganta, sus muñecas aparecen aherrojados por hermosas joyas de cambiantes deliciosos…

—¡Qué bien se presenta!…

Esto dicen todas las bocas y efectivamente es verdad. Se presenta muy bien (Luengo y Conde, El Progreso, 13-12-1908: 1).

Ese refinamiento, tanto de los cuplés y los bailes como del envoltorio en que los ofrecía, resultó esencial para cambiar la concepción que muchos tenían del género de variedades, y atraer a los teatros a una audiencia más amplia y plural, a «ese público que gusta de los espectáculos cultos y que sabe apreciar el verdadero arte» (Las Provincias, 24-9-1910: 2).

Por tanto, podemos afirmar que Amalia Molina se adelantó a Aurora M. Jauffret, a quien Álvaro Retana considera «dignificadora de las variedades» porque, tras su debut en el Trianón Palace en junio de 1911, «acabó de barrer, con su arte depurado y sus iniciativas inteligentes, cuanto de feo y ordinario quedaba en el género ínfimo» (“Historia de las ‘varietés’”, Estampa, 9-7-1932: 44) (23).

Aurora M. Jauffret, la Goya. MAE-IT.

Aurora M. Jauffret, la Goya. MAE-IT.

Antes de la aparición de La Goya, la Molina ya era «una de las pocas artistas del género que cultivan un repertorio perfectamente moral y de buen gusto» (El Adelanto, “Amalia” 2), «la artista predilecta del público fino, […] por su trabajo cultísimo y delicado, la artista de las señoras… y esto sí que es conseguir en ese género llamado de Varietés» (Las Provincias, 24-9-1910: 2).

De hecho, nada sucedió por casualidad, pues en 1908, en una entrevista concedida durante su actuación en La Coruña, la propia artista reconocía su voluntad de captar a la audiencia femenina:

Amalia Molina préciase de gustar a las damas. Yo creo que gusta más a los hombres. Pero ella lo acaba de explicar.

—Los espectáculos para hombres han decaído. Hay que buscar a las señoras (El Noroeste, 10-12-1908: 1).

3. Las claves de su éxito

En esos pocos años de su carrera que hemos tomado como referencia, y que se corresponden con sus inicios en el género de variedades, se distinguen ya claramente las que serían las líneas fundamentales de su propuesta artística, que siguió desarrollando durante toda su vida.

Por su versatilidad, y por la variedad de estilos que cultivó, Amalia Molina es una artista difícil de clasificar en un género concreto. Era cupletista, pero no siguió la línea sicalíptica imperante en los albores del siglo XX, sino que desarrolló un nuevo tipo de canción andaluza en la que primaban la gracia y el sentimiento.

Amalia Molina. Centro Andaluz de Documentación del Flamenco.

Amalia Molina. Centro Andaluz de Documentación del Flamenco.

Era cantaora y bailaora, mas se alejó del estereotipo del denostado flamenquismo, y emprendió una labor de refinamiento y dignificación del arte jondo como espectáculo teatral. Inició, además, una tarea de recuperación de los cantos y bailes del folclore regional español para llevarlos a escena sin menoscabo de su autenticidad.

A todo ello hay que sumar las distintas combinaciones y mezclas posibles, como los cuplés con acompañamiento de guitarra, la orquestación del cante flamenco o las canciones de autor inspiradas en los aires andaluces y de otras regiones españolas e incluso latinoamericanas.

Ante la necesidad de hallar un término que englobe todas las manifestaciones de su arte, en 1910 hay quien la definía como «cantatriz andaluza» (ABC, 7-11-1910: 11) o, de modo más global, «cantatriz española»:

Puede decirse que es artista única en su género. No la cupletista de café concert; no la cantaora de tablado. Es lo más puramente artístico de ello, y algo más, que solo es ella. Cantatriz española es la denominación que para su arte se ha empleado más, y no encontraríamos otra más adecuada. Toda el alma española derramada en las canciones típicas, en las canciones que son sangre y savia de la raza, está expresada por la bella artista, que ha sabido asimilarla y exteriorizarla con toda la suya, delicada y genial (El Cantábrico, 4-12-1910: 2).

Amalia Molina (La Unión Ilustrada, 6-10-1912).

Amalia Molina (La Unión Ilustrada, 6-10-1912).

Independientemente del nombre que se le quiera atribuir, distintas fuentes coinciden en designar a Amalia Molina como la «creadora de un género personal e inimitable» (La Correspondencia de España, 13-8-1910: 5), como «la perla de las artistas de su género, en el que difícilmente habrá otra que sea tan completa, tan graciosa y tan artista» (El Cantábrico, 31-12-1910: 2):

—¿Por qué triunfa siempre Amalia Molina? […]

—Porque es artista.

Hubo un tiempo en que para dedicarse al género de varietés creyeron muchos que solo se necesitaba ser bella…, tener buen tipo…, alguien que las patrocinase, y desfilaron por los escenarios multitud de jóvenes a buscar aplausos y dinero.

Pero la realidad en el arte, como en todas las cosas, se impone, y esas figuras que pretendieron encumbrarse tan solo por su físico, se acabaron pronto, más pronto de lo que ellas quisieran.

Por eso la figura grácil de Amalia Molina, fina de cuerpo, se agranda en escena como los genios, hasta el punto de que el espectador no puede caer en la cuenta de su menudita personilla, que se va agigantando por los sublimes resortes del arte (Diario de Burgos, 5-2-1916: 2).

Amalia Molina (Mundo Gráfico, 28-2-1912).

Amalia Molina (Mundo Gráfico, 28-2-1912).

Si desde el principio dio buena muestra de sus muchas capacidades artísticas, también dejó entrever una personalidad bien definida, a la que siempre se mantendría fiel. Era una artista creadora, sumamente original, con sello propio, lo cual sin duda constituyó una de las claves fundamentales de su éxito. La propia Amalia era consciente de ello, pues, al ser preguntada por el secreto o fórmula de su arte, no dudó en responder que «para triunfar es necesario crear» (Duncan, Diario de la Marina, 20-7-1927: 9).

Notas:

* Artículo publicado en Enclaves. Revista de Literatura, Música y Artes Escénicas, n.º 1, 2021, pp. 36-55. e-ISSN 2792-7350.

(21) En la segunda mitad de los años 20, se puso en manos de modistos como Thiele o Retana, que crearon para ella un vestuario más moderno y sofisticado:

Amalia Molina se declara “cupletista de vanguardia”, para arrancar al casticismo su propia médula. Antes vestía cada canción con el traje adecuado, que copiaba del Museo; ahora ha modernizado su arte y se declara “andaluza de vanguardia” y “usa trajes a capricho de orientación superrealista”. […] Lo que yo presento ahora –concluye– es creado para mí y con arreglo a mis indicaciones (La Libertad, 6-8-1929: 1).

(22) Después trabajó con pintores de la categoría de Ignacio Zuloaga y Joaquín Sorolla.

(23) «A “La Goya” fue a la primera que se le ocurrió ataviarse para cada canción con la indumentaria adecuada y lanzó el primer repertorio para familias, que le había de conquistar las simpatías de los hogares. Fue la primera cupletista para personas decentes, y su recato personal, la meditación de su trabajo y sus constantes anhelos de superación estimularon a sus compañeras demostrando al mundo que el arte frívolo podía ser compatible con otras modalidades escénicas consideradas como de mayor categoría» (Retana, “El arte frívolo en España”, Ahora, 24-11-1935: 15).


Configuración del repertorio y la personalidad artística de Amalia Molina en la primera etapa del género de variedades* (IV)

2.3. Estrella coreográfica

Aunque hasta el momento nos hemos centrado en su faceta de cantaora y cupletista, no hay que olvidar que desde niña Amalia Molina había cultivado el arte de Terpsícore, algo que continuaría haciendo durante toda su vida. En sus números cantados solía incluir pasos de baile y también el toque de castañuelas, que dominaba como una auténtica maestra.

Amalia Molina. Colección Antonio Esplugas, ANC.

Amalia Molina. Colección Antonio Esplugas, ANC.

Por ejemplo, durante su estancia en Cartagena, los tangos, soleares y cuplés «los canta con un gusto singular y los adorna con su correspondiente parte de baile, donde se aprecia que no solamente es la primera hoy en España como cupletista, sino que también es difícil que nadie la aventaje como bailarina» (Fray-Cine, El Eco de Cartagena, 7-1-1908: 2).

Multitud de referencias tomadas de las hemerotecas coinciden en destacar, por encima de todas, su faceta coreográfica. Pocos días después de su debut en el Salón de Actualidades de Madrid, ya había quien señalaba que la Molina era «sin duda alguna de las mejores bailarinas de España» (El Liberal, 23-5-1904: 4).

Lo demostraba en los escenarios de variedades, donde además de ofrecer actuaciones individuales, con acompañamiento de guitarra u otro tipo de instrumentación, también formó parte de cuadros flamencos junto a grandes figuras del género.

Por ejemplo, en 1905, en el Salón Zorrilla de Madrid, «bailó unas sevillanas y un tango con toda la gracia que haya en Serva la vari [sic]» (El País, 10-12-1905: 3), junto a un elenco formado por las bailaoras Nicolasa González y la Paloma, y los cantaores Juanito Ríos, Luisa la de los Tangos y su admirado Antonio Chacón, acompañados a la guitarra por Miguel Borrull.

Amalia Molina

Amalia Molina (ABC, 23-3-1919).

Asimismo, fue contratada para actuar en fiestas organizadas por gentes de postín, deseosas de conocer el cante y el baile flamenco en su versión más auténtica, como la celebrada en 1907 en la Legación de México en Madrid:

[…] reunióse en el hermoso «hall» del hotel un cuadro completo del género formado por el famoso guitarrista Miguel Borrull, por el notable «cantaor» conocido por el «Mochuelo», las gentilísimas bailarinas hermanas Esmeraldas, y Amalia Molina, una de las «estrellas» del arte coreográfico andaluz.

[…] Sevillanas, tangos, peteneras, toda la gama de los géneros andaluz y flamenco, fue pasando ante los espectadores, sin que el cansancio rindiera los gentiles cuerpecitos de Amalia Molina y de las Esmeraldas (Monte-Cristo, El Imparcial, 13-3-1907: 2).

Amalia Molina (Revista de Varietés, 30-7-1914).

Amalia Molina (Revista de Varietés, 30-7-1914).

Por su formación clásica, junto a los maestros Pericet y Otero, la macarena rayaba a gran altura en las danzas de la Escuela Bolera, que en aquel tiempo aún compartían protagonismo con el baile flamenco en los escenarios. Con ese repertorio causó auténtica sensación en el Teatro Alcázar de México, donde cosechó excelentes críticas:

Si Amalia Molina se nos ha revelado como una coupletista de gran talento, y como una cantadora de flamenco que no tiene rival, más notable aún se nos ha revelado como bailarina, pues en el «baile inglés» no tiene igual; bailando boleros y malagueñas, ha alcanzado verdaderas y merecidas ovaciones, al grado de que la Molina es considerada hoy como superior bailando que cantando (El Imparcial, 15-8-1909: 3).

Pero bailando hay que desengañarse, que donde está Amalia Molina, todo se nubla, todo se convierte en nada. La bella sevillana ha causado una revolución en el Alcázar, con sus bailes, pues entusiasma tanta ligereza, tanto arte, tanta preciosidad en ademanes y figuras. Sus danzas nos parecen nuevas, y es que las [sic] imprime un sello especial que las hace seductoras. ¡Hay que ir a ver bailar a la encantadora Amalia Molina! (El Diario, 16-8-1909: 2).

Amalia Molina. Centro Andaluz de Documentación del Flamenco.

Amalia Molina. Centro Andaluz de Documentación del Flamenco.

Ese afán de la artista por hacer del flamenco y el cuplé un espectáculo culto y refinado también se reflejaba en su concepción de la danza: «Su baile, no es el desgarrado de otras artistas, no es el flamenco exageradamente achulapado de otras, no; Amalia Molina, baila con elegante finura y artísticos movimientos que agradan sumamente a sus muchos admiradores» (Carthago Moderna, 12-1-1908: 9).

Años más tarde, sería precisamente esa faceta coreográfica la que le abriría las puertas de los teatros europeos y la consagraría como estrella internacional, tras su triunfo al frente del ballet de la ópera Goyescas de Granados, que se estrenó en la Gran Ópera de París en diciembre de 1919.

2.4. El género de los cantes y bailes regionales

Las grandes inquietudes artísticas de la polifacética sevillana también la hicieron interesarse por los cantos y los bailes populares de las distintas regiones españolas, que poco a poco fue incorporando en su repertorio, y que terminaron convirtiéndose en un nuevo género, del que Amalia Molina puede considerarse creadora.

En la primera década del siglo XX ya se ve el germen de esa especialidad, que en años posteriores alcanzó un gran desarrollo. La primera referencia la encontramos en 1908, durante su actuación en el Palacio de la Ilusión de Salamanca, donde la artista, para agradecer al público su buena acogida, decidió obsequiarlo con «algunos cantos de esta tierra, que han sido dirigidos, en los ensayos, por el señor Bernal», y lo hizo ataviada con «un soberbio traje de charra» adquirido para la ocasión en la misma ciudad (El Adelanto, 28-11-1908: 2).

En 1910, en el Teatro Pradera de Valladolid, «cantó, vestida con típicos trajes de charra, asturiana y andaluza, bellas canciones de los respectivos países» (ABC, 10-12-1910: 10); y poco después interpretó, en el Salón Pradera de Santander, «unas preciosas canciones asturianas, a las que sabe dar todo el intenso sentimiento, el inconfundible matiz, que requieren tan deleitosas baladas norteñas» (El Cantábrico, 20-12-1910: 2).

Amalia Molina con uno de sus trajes regionales

Amalia Molina con uno de sus trajes regionales.

En los años siguientes, aprovechando sus continuas giras por toda la geografía española, desarrolló un arduo trabajo de investigación en los pueblos, fiestas y romerías. Fue a buscar a los maestros más destacados de cada lugar, para estudiar in situ las canciones y las danzas populares, que luego interpretó en los escenarios convertidas en auténticas creaciones, pero sin perder su autenticidad: «Estudio las costumbres de cada pueblo y tomo de ellas lo más sano para llevarlo a la escena con el mejor arte posible», confesaba la artista (Diario de Burgos, 3-2-1916: 2).

Dentro de este nuevo género, inspirándose en el folclore regional, distintos compositores también fueron creando números exclusivos para ella, como las «Canciones asturianas» de Baldomero Fernández, los temas montañeses «Cantos de la tierruca» y «Peñas arriba» del maestro Pedro Vilches, «A Vizcaya» de Arocena y Alberdi, el cuplé «Ecos de Cantabria», la canción gallega «O gaiteriño» o la jota «Del vergel valenciano».

Amalia Molina, con traje de fallera valenciana (El Cine, 21-3-1914).

Amalia Molina, con traje de fallera valenciana (El Cine, 21-3-1914).

Asimismo, durante sus giras de los años 20 y 30 por América latina siguió ampliando el repertorio con la introducción de temas originarios de aquellas latitudes. Por mencionar solo algunos ejemplos, podemos citar el punto guajiro «Mi Cuba querida» y la canción criolla «Son oriental», ambas del cubano Eliseo Grenet; «El sombrero mexicano» y «La chiapaneca», del mexicano Juan Arozamena; o «El Tortillero» y «El rotito», del compositor chileno Osmán Pérez Freire (20).

Puede afirmarse, por tanto, que Amalia Molina fue precursora de artistas como Antonia Mercé, la Argentina, que años más tarde también buscó inspiración en el folclore regional español, latinoamericano e incluso filipino para la creación de muchos de sus solos de danza, con música sinfónica compuesta para ella por autores como Turina, Valverde, Esplá o Pittaluga:

Al sobrevenir la decadencia del cuplé […] se consolidó la soberanía de la canción española. […] El charlestón no consiguió anular el interés de las jotas bravías de Aragón, de las serenatas de Valencia, del cante jondo de Andalucía, de las ternuras de Galicia, de la poesía que palpita cuanto brota de ambas Castillas […].

Estas melodías populares, estilizadas, son las que en la actualidad sufren una nueva revisión y depuración, y sirven de temas a ilustres compositores para sus producciones, que aplaudimos en los grandes conciertos. Los cantos regionales conquistan mayor espacio estético, se hacen interpretar por las orquestas sinfónicas; pero el triunfo, entre los elementos culturales de hoy, se lo deben a las tonadilleras de ayer o a las que, como Amalia Molina […], permanecen hoy fieles a la orientación españolísima (Retana, “La estilización de los cantos regionales”, Blanco y Negro, 10-5-1931: 78).

Notas:

* Artículo publicado en Enclaves. Revista de Literatura, Música y Artes Escénicas, n.º 1, 2021, pp. 36-55. e-ISSN 2792-7350.

(20) Amalia Molina impresionó algunas de estas canciones en Nueva York para la casa Columbia.


Configuración del repertorio y la personalidad artística de Amalia Molina en la primera etapa del género de variedades* (III)

Consciente del gran potencial de Amalia Molina, la empresa del Salón de Actualidades le ofreció los medios para ir ampliando su repertorio, con canciones escritas por distintos maestros, que ella convirtió en creaciones personales.

"La Reja" ,creación de Amalia Molina".

“La Reja”, de Avecilla y Larruga, creación de Amalia Molina”.

De esa época son «Achares» y «Mi serrano», ambas con letra de Eduardo Montesinos y música de Pedro Badía; «La pena pena», escrita por José Cánovas Vallejo, con partitura de Arturo Lapuerta; «Mi azotea», de Montesinos y Lapuerta; o «El columpio» y el tango coreado «El cocotero», con letra y música de Enrique García Álvarez (García Carraffa, Cancionistas y bailarinas españolas. Amalia Molina, 1916: 33-34). Esta búsqueda de la diferenciación y de la exclusividad se convertiría en una constante a lo largo de su carrera:

Amalia cuida también mucho de mantener su personalidad artística. No canta ningún número que no sea creación suya y que no haya pasado por el tamiz de su hondo sentido artístico. Además, exige a todos los autores una carta en la que hacen constar que mientras ella actúa en una población, no puede otra cancionista o bailarina cantar o bailar las mismas composiciones musicales en ninguno de los teatros de la localidad.

También goza de la exclusiva para impresionar sus creaciones en los gramófonos (ibidem: 92-93).

En aquellos años también estrenó la canción «El niño de las escobas», en la que imitaba a un popular tipo sevillano; el bailable cantado «La chiclanera», del maestro Segura; el pasacalle «Viva mi tierra», con letra de Montesinos; el pregón andaluz «Clavelitos» (15) de José Juan Cadenas con música de Quinito Valverde; la canción «El hoyito», el cuplé «La sultana», el «Tango de la Esperanza» o unos «tientos gitanos titulados “la Molina”, cuya música muy original y muy delicada por cierto, débese al distinguido maestro don Luis López» (El Popular, 18-8-1908: 1).

Amalia Molina

Amalia Molina

Estas canciones y cuplés, interpretados por la artista de un modo tan personal, no tardaron en calar en el público, que los hizo suyos:

Quien más, quien menos, marcha por nuestras calles tarareando los saladísimos «couplets» que la simpática artista nos coloca todas las noches […].

Y ahora no vendrían mal, entre estos párrafos, unas cuantas observaciones sobre la influencia que el «couplet» ejerce en el público. Claro está que para ello, partiríamos de la base de «según quien los cantase».

[…] Unos «couplets», aun muy ingeniosos y oportunos, cantados por una artista, ayuna de belleza, de arte y de picardía, mueren sin encontrar eco en la opinión.

[…] Así, pues, los «couplets» que la Amalia Molina nos sirve, han de convivir con nosotros, por mucho tiempo, porque yo creo que la gracia, la gentileza y la hermosura de la Amalia Molina, son de las que no se olvidan tan fácilmente (El Adelanto, 24-11-1908: 1).

Las crónicas de la época coinciden en destacar la gracia, el arte y el sentimiento con que dice sus canciones. No necesita recurrir a la picardía, el erotismo y los dobles sentidos para conquistar al público, «pues su trabajo es por sí solo sugestivo y arranca a los morenos haciéndose aplaudir todo cuanto quiere, sin emplear […] frases ni ademanes propios de la moderna sicalipsis» (Fray-Cine, El Eco de Cartagena, 7-1-1908: 2).

Su originalidad no se basaba únicamente en la elección de un repertorio nuevo y exclusivo, sino también en la manera de interpretarlo y presentarlo, con un marcado carácter andaluz y flamenco, que estaba presente en los giros de su voz, en los pasos de baile que intercalaba, en el vestuario y en la actitud, así como en la inspiración de los autores que escribían y componían para ella, muchos de los cuales eran de origen andaluz. Es el caso de Eduardo Montesinos o Gerónimo Giménez, ya mencionados, y también de Manuel Font de Anta, Gaspar Vivas o José Padilla, con los que también trabajó a lo largo de su carrera.

2.2. El refinamiento del cante jondo

Inés María Luna López destaca las influencias recíprocas que se produjeron entre el cuplé y el flamenco a principios del siglo XX:

Estos años constituyen una época muy negativa para el flamenco, que ha vivido un periodo de esplendor en los tiempos del café cantante. Muchos cantaores y cantaoras interpretan dicho género artístico y actúan en los espectáculos de variedades […].

Como un camino alternativo, el flamenco encuentra un refugio en el cuplé. Sucede, además, que músicos, dramaturgos y letristas realizan, en su búsqueda de cultura nacional, una gran labor de conservación y divulgación de las canciones regionales. […] De esta manera, el flamenco entra en los teatros para ser interpretado con la orquesta (La soledad como categoría estética, 2017: 40-41).

En esa etapa de evolución y efervescencia creativa, Amalia Molina puso su talento y versatilidad al servicio del nuevo género que se estaba gestando. Sin embargo, aunque alcanzó gran fama con las canciones o cuplés aflamencados, nunca dejó de lado el repertorio propiamente flamenco, que siguió siendo su seña de identidad.

En la prueba que le realizaron Eduardo Montesinos y Ramiro Cebrián –director artístico y empresario del Salón de Actualidades– antes de contratarla, interpretó varios cuplés, tangos y soleares acompañada al piano por el maestro Badía, con las partituras que le había proporcionado el cieguecito Reyes en el Café Novedades de Sevilla (García Carraffa, ibidem: 31).

Como señala Inés Luna, «en los albores del siglo XX comienza la orquestación de los cantes flamencos» (ibidem: 45) y Amalia Molina mostró abiertamente su preferencia por este tipo de instrumentación: «A mí el flamenco me gusta cantarlo al piano… ¡Qué sé yo!… A la guitarra me huele a aguardiente y en orquesta a champagne» (Carretero Novillo, Nuevo Mundo, 23-3-1917: 17).

Da testimonio de ello su extensa discografía, en la que encontramos interesantes ejemplos de cantes por soleares, bulerías, fandangos de Huelva, malagueñas, fandangos de Lucena, sevillanas, tangos, saetas o pregones, con letras tradicionales y acompañamiento sinfónico.

Mas sus innovaciones no se limitaron a lo meramente musical. En un momento de profundo rechazo a la «imagen del “flamenquismo” que emanó de los ambientes que rodeaban locales y espectáculos jondos, calificados tanto por los intelectuales como por la sociedad civil como lugares de vida marginal, refugio de borrachos, prostitutas, arena de peleas y procacidad» (Cruces, “El Flamenco”, 2012: 254), Amalia consiguió elevar la categoría del género, haciendo de él un arte refinado, de buen gusto, capaz de satisfacer a los paladares más exigentes:

Y esas canciones eran expresadas por Amalia Molina […] como nunca las habíamos oído. Despojado del flamenquismo ronco del tablado, que envuelve en una sombra de vicio el cuadro. Despojado de todo aquello que a la delicadeza más exigente ofender pudiera, el alma del pueblo ora transparentada a través de la ejecución admirable de una artista de corazón, de una genialísima artista, que ha sabido elevar, desde las mesas de los cafés cantantes a los escenarios en que las más depuradas exquisiteces se exhiben, el desgarrado, brioso, sentido, bellísimo cante flamenco. Milagro de diosa o de hechicera (El Cantábrico, “Amalia” 1).

Para lograrlo se valió de su «bonita y timbrada voz» (Fray-Cine, El Eco de Cartagena, 25-1-1908: 2), de «un estilo que para sí quisieran tantas y tantos cantaores que se desgañitan por esos mundos de Dios» (Las Provincias, 24-9-1910: 2), y de una elevada dosis de sentimiento y verdad. «No canta por salir del paso ni por cumplir un compromiso; cuando canta lo hace con el corazón» (La Opinión, 9-7-1910: 2). Amalia teatralizó el cante flamenco y lo dijo con su cuerpo entero:

Todo en ella es armónico, igual, es el prototipo del cante flamenco. Al mirarla se convence uno que esa mujer nació para cantar: cantan sus ojos malignos y gachones; cantan sus dedos ágiles, cubiertos de joyas; canta su pelo negro como la noche; y en las orejas, chiquitinas y blancas, los brillantes cegadores cantan triunfales, heridos por la luz, un himno al amor y a la belleza (Cuevas, El Cantábrico, 10-12-1910: 2).

Adela Cubas (Carthago Moderna, 10-2-1908).

Adela Cubas (Carthago Moderna, 10-2-1908).

En esos años deleitó a los públicos españoles y latinoamericanos (16) con sus tientos, tangos, soleares, granaínas, malagueñas, sevillanas, peteneras, marianas, farrucas y garrotines, que unas veces interpretó con orquesta y otras, a la manera tradicional.

Una de sus más fieles acompañantes fue la guitarrista Adela Cubas, con quien trabajó en diversas ocasiones (17). Merecen especial mención sus actuaciones en tierras levantinas durante el año 1908, en las que ambas demostraron gran compenetración artística (18). Según distintos testimonios, uno de sus cantes más emblemáticos eran las malagueñas:

Amalia Molina, verdadera estrella en su género, acompañada con guitarra por la Cubas, […] cantó unas malagueñas deliciosas, modelo de sentimiento y de buen gusto, que el selecto auditorio saboreó con deleite. Ante los insistentes aplausos la joven y bella sevillana cantó unos tientos que le valieron una nueva ovación (ABC, 26-10-1905: 14)

[…] en su trabajo tiene una gran especialidad que consiste en cantarse unas malagueñas de inimitable y exquisito gusto, y muy bien traídas, por cierto, que le valen justas y delirantes ovaciones (Carthago Moderna, 19-1-1908: 8).

Las imprescindibles malagueñas que, a petición del público, canta siempre la citada artista, despertaron el entusiasmo del público (El Popular, 24-8-1908: 2).

Amalia Molina. Colección Antonio Esplugas, ANC.

Amalia Molina. Colección Antonio Esplugas, ANC.

Su magistral interpretación de los cantes la hizo merecedora de apelativos como el de «reina del canto flamenco» (El Imparcial, “Correo” a 3) o «reina de las marianas, farrucas y garrotín gitano» (Heraldo de Zamora 2), aunque también fue denominada «reina del couplet» (Eco Artístico, 25-11-1910: 9).

Por su gran versatilidad, se movió como pez en el agua en la frontera entre ambos géneros, que en ocasiones quedó un poco difusa, como cuando en 1908 interpretó en el Salón Novedades de Alicante unos cuplés flamencos acompañada a la guitarra por el maestro Montoya (19):

Amalia Molina […] estuvo magistral, oyendo ovaciones delirantes del gentío inmenso que llenaba por completo el local, el cual se desbordaba de entusiasmo con los graciosísimos couplets flamencos de la mencionada coupletista. […]

Ramón Montoya, maestro de guitarra, hizo su debut acompañando a la Amalia Molina en sus couplets. Este señor hace verdaderos prodigios, lo cual le valió una nutrida salva de aplausos (Robelín, Heraldo de Alicante, 9-6-1908: 3).

Su dominio de los dos estilos también le permitió intercalar en los cuplés estrofas de coplas flamencas, a veces de manera improvisada. Encontramos un ejemplo de ello en enero de 1908, durante su actuación en el Salón de Actualidades de Cartagena:

[…] aprovechando que se encontraba entre el público el simpático matador de toros Rafael González (a) Machaquito, se sintió inspirada y cantó la siguiente copla:

Para jardines Valencia
la Habana para el tabaco,
para toreros valientes
ninguno como el «Machaco».

Al terminar el couplet donde intercaló la referida copla, le valió una entusiasta ovación por la oportunidad de la alusión (El Eco de Cartagena, 11-1-1908: 2).

Amalia Molina (Blanco y Negro, 18-12-1910)

Amalia Molina (Blanco y Negro, 18-12-1910).

Esa mezcla de géneros y estilos también quedó patente en números como el monólogo cómico-lírico-bailable Caminito del cielo, compuesto para ella por el poeta malagueño José Sánchez Rodríguez, que le daba la oportunidad de lucirse cantando granaínas, marianas y tientos gitanos, además de mostrar sus buenas dotes para la actuación:

AMALIA MOLINA, ACTRIZ

Para completar el triunfo de la genial artista, faltábale presentarse bajo este nuevo aspecto, y el público, que no esperaba ciertamente tal conjunto de méritos en Amalia Molina, viose anoche gratamente sorprendido, con motivo de la interpretación del monólogo Caminito del cielo. La obrita es un pretexto para que la famosa cupletista cante algunos números de su aplaudido repertorio, y fue desempeñada con notable acierto (El Popular, 20-9-1908: 4).

Notas:

(15) Esta canción ya había sido cantada por Consuelo Vello Cano, la Fornarina.

(16) Amalia Molina pasó todo el año 1909 y la primera mitad de 1910 de gira por Cuba y México.

(17) Durante su actuación en el Teatro Colón de Ciudad de México, en octubre de 1909, la acompañó el guitarrista José Aparicio (El Diario, “La metrópoli” 6); y en septiembre de 1910, se presentó en el Salón Novedades de Málaga junto al maestro Carlos Sánchez (El Popular, “Salón” 4).

(18) «La Molina y la Cuba [sic] se completan de tal modo artísticamente que sería un buen acuerdo de ambas ir siempre juntas» (El Eco de Cartagena, “Amalia” 2).

(19) Unos meses antes, en el Salón de Actualidades de Cartagena, también había cantado «varios couplets de los más escogidos de su extenso repertorio», acompañada a la sonanta por Adela Cubas, «con esa maestría especial que solo posee tan aventajada concertista, formando entre las dos una verdadera notabilidad difícil de imitar por su original mérito» (Película 2).