Flamencas por derecho

Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Flamencas por derecho - Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Amalia Molina, el arte y la gracia de Sevilla que conquistan al mundo (V)

En diciembre de 1908, tras una larga y exitosa gira por la geografía española, Amalia Molina embarca en el puerto de La Coruña con destino a La Habana. Lleva bajo el brazo un ventajoso contrato, que le reportará 6.000 francos mensuales, más beneficios. A través de la prensa española podemos conocer algunos detalles de su estancia en la capital cubana:

Amalia Molina.- Esta notable artista sevillana debutó en la Habana en el teatro Nacional, obteniendo un gran éxito, pasando después al teatro Martí.

Los periódicos de la capital de Cuba hacen grandes elogios de nuestra compatriota.

‘La Lucha’, dice:

Amalia Molina, la reina del canto flamenco, la sevillana hermosa de negros ojos que dicen poemas pasionales de meridionalismo hondo y que pone en sus labios clavel rojo al proferir notas un filtro dulce tejido con sal y ‘angel’, dejará oír, como en noches pasadas sentidas y bellas canciones que subyugan y conmueven, despertando tempestades de aplausos y bravos.

Amalia Molina -y con esto hacemos su mayor elogio– se lleva al público de calle’” (El País, 22-3-1909).

Amalia Molina (Portada de la revista Nuevo Mundo, 1908)

Amalia Molina (Portada de la revista Nuevo Mundo, 1908)

Amalia Molina, la genial cantadora de coplas flamencas, celebró recientemente su función de gracia, que fue todo un lírico y teatral acontecimiento.

Amalia Molina vale mucho y canta con todo el dulce sentimiento de su alegre tierra” (Heraldo de Madrid, 12-4-1909).

Años más tarde, en una entrevista concedida a El Caballero Audaz, la artista rememora con cariño la gran acogida del público cubano:

“Mi debut en La Habana no se me olvidará nunca. Al cantá esas granaínas de Adió Granada, ¡Granada mía!, el público se puso de pie loco de entusiasmo y creí que me comían. Josú qué locura… Todos aplaudiendo, la música tocando la Marcha Reá, gritos ensordecedores de ¡Viva España!… ¡Viva la madre patria!…¡Viva Cuba española!… Y yo allí en medio del escenario llorando como una pasmá… ¡Qué día, Dios mío!” (Nuevo Mundo, 23-3-1917).

De Cuba a México

Tras su triunfal paseo por la isla de Cuba, a finales de junio de 1909 Amalia Molina embarca con rumbo a tierras mexicanas, donde se espera con impaciencia a “la más notable de las artistas de canto y baile flamenco: la sin rival en su género” (El Imparcial, 26-6-1909). Su primer destino es el teatro Alcázar de la capital. Allí actúa durante varios meses y, desde el día de su debut, el público abarrota la sala y la hace repetir muchos de sus números.

Amalia Molina, la artista predilecta del numeroso público que llena las localidades de este salón, sigue conquistando nuevos triunfos. La agradable música de sus canciones, la letra, la gracia de Amalia y los riquísimos y vistosos trajes que luce, así como los finísimos mantones de Manila que ciñen su cuerpo entusiasman al público que le prodiga delirantes y atronadoras ovaciones” (La Patria, 15-7-1909).

Amalia Molina

Amalia Molina

La “reina del canto flamenco” interpreta también cuplés y aires regionales típicos de otras zonas de España, como Salamanca. Sin embargo, lo que despierta más admiración son sus bailes:

“Si Amalia se nos ha revelado como una coupletista de gran talento, y como una cantadora de flamenco, que no tiene rival, más notable aún, se nos ha revelado, como bailarina, pues en el ‘baile inglés’ no tiene igual; y bailando boleros y malagueñas ha alcanzado verdaderas y merecidas ovaciones, al grado de que la Molina es considerada hoy como superior bailando que cantando” (El Imparcial, 18-8-1909).

Consciente de su origen humilde, la gran estrella española es una mujer muy generosa y comprometida, que no duda en prestar su colaboración en favor de distintas causas. Durante su estancia en el teatro Alcázar, Amalia participa en una función benéfica destinada a recaudar fondos para las víctimas de los terremotos de Acapulco y para los soldados heridos en la guerra de Melilla. Su cante por marianas, granadinas y malagueñas hace brotar los más patrióticos sentimientos del público, sobre todo cuando, envuelta “en rojo pañuelo de Manila, y tocada con flamenco sombrero cordobés”, entona la siguiente letra:

“Serán en la primavera
más encarnadas las rosas,
porque se riegan los campos
con nuestra sangre española
(El Correo Español, 24-8-1909).

Amalia Molina

Amalia Molina

En septiembre de 1909, con motivo de la función de gracia que le dedica el teatro Alcázar, la prensa mexicana ensalza, una vez más, la figura de quien se ha convertido ya en un ídolo, haciendo especial hincapié en su calidad artística. Amalia Molina, “la hechicera y deslumbrante estrella del canto flamenco”, sigue siendo ella misma, sin artificios de ningún tipo:

“He aquí una artista que tiene ángel; […] la Reina del Alcázar, la filigrana artística que ha sabido conquistarse afecto, simpatía, cariño y más cariño del numeroso y aristocrático público que noche a noche le prodiga aplausos a millares y ovaciones infinitas.

Pero ese Estuche de monerías que se llama Amalia Molina […] desde que se presenta a la escena revela su talento extraordinario, su gracia sin igual, su temperamento artístico y su alma netamente latina que se refleja en sus miradas y en cada una de las sublimes notas de sus flamencos cantares.

Amalia Molina no es una cantaora de café cantante, no es una de esas convencionales bellezas que se anuncian pomposamente en los carteles para atraer con escandalosos escotes, movimientos lascivos y venenosos cuplets, sino que es una verdadera gloria del arte coreográfico español, una artista que se hace sentir, que conmueve” (La Patria, 6-9-1909).

Amalia Molina (1910)

Amalia Molina (1910)

Después de varios meses levantando pasiones en el Alcázar, en octubre de 1909 la artista sevillana debuta en el Teatro Colón, con un selecto repertorio en el que destacan los cantes y bailes andaluces. Acompañada por el guitarrista José Aparicio, la Molina interpreta ganadinas, marianas y “tientos gitanos”, entre otros palos flamencos. El público cae rendido a los pies de la española y la prensa continúa dedicándole elogiosos artículos, que destacan “su eco dulcísimo” y su “estilo, lleno de gusto y exquisito sabor” (El Correo Español, 16-10-1909).

Y Amalia conquistó México

Durante los primeros meses de 1910, Amalia Molina continúa su gira por otras ciudades mexicanas, como Veracruz, Monterrey, Saltillo, Nuevo Laredo o San Luis de Potosí. En primavera regresa al teatro Alcázar de la capital “en calidad de reina” (El Correo Español, 1-4-1910). Para la ocasión estrena “un lujosísimo traje confeccionado ex profeso en París”, así como “un nuevo y vastísimo repertorio flamenco, [que incluye] algo dedicado y escrito expresamente para ella” (La Patria, 16-4-1910).

Si a principios del siglo XX el flamenco ya goza de una gran aceptación al otro lado del charco, ello se debe sin duda a la labor de artistas como la Molina, que se lanzan a hacer las Américas con las maletas cargadas de arte del bueno, así como a la existencia de públicos ávidos de disfrutar de ese patrimonio cultural -hoy ya, oficialmente- universal.

La segunda temporada de Amalia en el Alcázar resulta tan exitosa como la primera. Los llenos se suceden y la crítica la cubre de flores, tanto por su calidad artística como por su decencia:

“El mérito de Amalia Molina como artista del género flamenco es verdaderamente grande, y lo prueba el hecho de que la Colonia andaluza de la Capital, en su desfile constante por el Alcázar, hace a la hermosa sevillana ovaciones entusiastas, frenéticas, delirantes. Y es que no se sabe qué admirar más en Amalia, si su arte, su gracia, su sentimiento, su guapeza, su pudor escénico o su amabilidad para con el público” (El Correo Español, 1-4-1910).

Amalia Molina

Amalia Molina

“Sus cantares son picarescos o sentimentales, sin traspasar los límites de la decencia. Sus bailes son alegres y sugestivos, pero alejados de la obscenidad. No necesita, para triunfar, del movimiento grosero de la Navarro ni de la ‘cadencia’ repugnante de las Argentinas.

La figurita de Amalia es interesante. Su cara de niña traviesa, sus ojos llenos de una picardía sana conquistan la voluntad del espectador, y la finura de sus actitudes en el baile se traduce en ovaciones prolongadas” (La Iberia, 31-3-1910).

En junio de 1910 Amalia Molina, “la de los pies alados” (El Imparcial, 29-4-1910), la predilecta del público mexicano, embarca en Veracruz con destino a la madre patria. Un mes más tarde, tras una breve estancia en París para renovar su vestuario, la artista llega a Madrid.

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Categoría: Bailaora, Cantaora
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