La Cuenca en la Gran Manzana
Tras esta primera estancia en Cuba, el siguiente destino de Trinidad Cuenca será Nueva York. Allí la sitúa la prensa norteamericana entre los meses de junio y agosto de 1888. Sobre este viaje también nos da su versión M. B. Leavitt, quien nos cuenta que, tras cancelar su contrato con él en México, la artista española marchó a La Habana, desde donde reclamó la ayuda del empresario:
“La Cuenca también rompió su compromiso conmigo, tras curar su corazón herido de la manera más habitual en tales circunstancias, y se dirigió a Centroamérica. La siguiente noticia que tuve de ella fue que estaba en La Habana, sin un penique y gravemente enferma. Me rogó que la llevara a Nueva York y le diera una oportunidad para demostrarme cuánto sentía su conducta en México, y al mismo tiempo, ganar suficiente dinero para devolverme la considerable cantidad que me debía.
Le envié la cantidad necesaria para pagar sus facturas en La Habana y su billete a Nueva York, donde apareció, por fin, una mujer arrepentida y muy cambiada, pero sin la chispa y la gracia de sus primeros años. Le arreglé un contrato para el verano con Edward E. Bice, en Manhattan Beach, para cantar y bailar, con imitaciones de corridas de toros […]”. (1)
Trinidad Huertas, La Cuenca
Según la prensa estadounidense, Trinidad Cuenca debutó en Nueva York el 2 de julio de 1888, en la sala de conciertos Koster & Bial’s. Durante los días previos a su presentación, varios diarios anuncian el evento, y se refieren a ella como bailarina y torera, no sólo de astados fingidos sino también de carne y hueso:
“La Cuenca, la celebrada bailarina y torera, hará su primera aparición en este país el lunes por la noche en la sala de conciertos Koster & Bial’s. La Cuenca no sólo ha toreado astados de imitación en el escenario, sino que a menudo se ha enfrentado a ejemplares de verdad sobre la arena, y ahora luce una fea herida en la garganta, que le recuerda uno de sus encuentros, además de un broche de diamantes que le regaló la reina de España como reconocimiento a su valentía. Bailará el lunes por la noche ‘El Tapateado‘ (sic) y ‘El Bolero‘” (The New York Times, 29-6-1888).
“La Cuenca, la bailarina y torera española, se verá por primera vez en esta ciudad en Koster & Bial’s esta noche. ‘Sólo es una pequeña mujer‘, se dice, ‘pero sus rápidos movimientos y el brillo de sus ojos muestran lo peligrosa que será como oponente en la lucha”. […] Parece que tiene una fea herida en la garganta como recuerdo de uno de sus enfrentamientos, y que no sólo se ha visto inmersa en corridas de toros de imitación, sino también en corridas reales. Por tanto, se dice que La Cuenca posee un broche de diamantes de 60.000 francos, regalo de la reina de España” (The Evening World, 2-7-1888).
La prensa neoyorquina coincide en destacar la novedad del espectáculo, así como la gracia y atractivo de su protagonista que, a pesar de lo que indica Leavitt en sus memorias, parece no haber perdido un ápice de su encanto y, como ya hiciera en París, México y La Habana, vuelve a cautivar al público con sus bailes. Justo después del estreno, las críticas se muestran bastante favorables.
Sala de conciertos Koster & Bial’s (Imagen: colección de la Biblioteca Pública de N. Y.)
De entre todas las crónicas y reseñas que se publican en esos días, seleccionamos las que nos parecen más interesantes:
“UNA NUEVA BAILARINA ESPAÑOLA. La cuenca, una joven y hermosa dama española, fue anoche la atracción especial de la sala de conciertos Koster & Bial’s. Apareció en dos actuaciones. La primera se titulaba ‘La Zapateado‘ (sic), un baile local. Iba vestida con un elegante y ceñido traje que resaltaba su esbelta figura. En la cabeza llevaba un gracioso sombrero negro, como una especie de boina, que estaba coquetamente inclinado hacia un lado. En los pies calzaba unas botas altas. Mostró gracia y agilidad decididas, y causó una buena impresión. Más tarde, esa misma noche, tomó parte en la representación de una ficticia corrida de toros, en la que misma ella interpretaba al vaquero. Tras la entrada triunfal del desfile, salió el torero al galope sobre un caballo, la agitación de la tela roja para enfurecer al toro, la carga, el desmonte, el toreo a pie y la derrota final del toro -todo esto con la excepción de que no había ni caballo ni toro. La Señorita demostraba inteligencia, y parecía hacerlo tan en serio que lograba mantener la ilusión bastante bien. Fue aplaudida con mucho entusiasmo y recibió varios ramos de flores de sus admiradores […]” (The New York Times, 3-7-1888).
“La pequeña bailarina española, llamada en el programa La Cuenca, apareció en Koster & Bial’s anoche, y en seguida se hizo famosa. La Cuenca bailó con gracia, e hizo una imitación extremadamente realista de los métodos de un torero. La cicatriz, que se dice que recibió durante un combate real, era claramente visible en su blanca y delicada garganta” (The Evening World, 3-7-1888).
“La Cuenca. En Koster & Bial’s Garden anoche apareció La Cuenca, anunciada como una torera española real. Salió al escenario con cinco ayudantes, y bailó una animada pantomima, en la que cargaba y se apartaba de la bandera roja, y se acompañaba de la pica. Fue derribada y malherida, pero la ayudaron a levantarse y tras un valiente discurso y un gesto español muy extravagante, despachó al toro imaginario con una espada. Todo esto gustó tanto a los espectadores, que tuvo que ser repetido, incluso la entrada triunfal. El estilo de baile es completamente nuevo para los ojos de los neoyorquinos. La Cuenca iba vestida con medias verdes y una capa negra de terciopelo, con una faja azul oscura alrededor de la cintura. Con sus ojos negros, y su pelo y su tez morena, parecía una auténtica española, a pesar de las dudas que haya podido suscitar su pericia sobre la arena” (The Sun, 3-7-1888).
“El peculiar estilo del baile de La Cuenca es completamente nuevo en la ciudad. No se puede evitar admirar a esta pequeña mujer. Su pequeña figura en un momento se mueve con gracia de un lado a otro; luego da una vuelta, y con el brillo de sus ojos y las animadas notas de la orquesta, acompañadas por el sonido de las castañuelas y los címbalos, culmina un baile que sólo la sangre española es capaz de realizar” (The Sun, 15-7-1888).
Nueva York (Imagen: AP / Archivos Municipales de la Ciudad de Nueva York)
A principios del mes de agosto, los bailes de Trinidad Cuenca no sólo seguían encandilando al público de la Gran Manzana, sino que su fama había recorrido los Estados Unidos de punta a punta, a juzgar por lo que publica el Arizona weekly citizen de Tucson, que no escatima en elogios para el ya célebre espectáculo:
“La única atracción que en estos momentos está causando sensación entre las diversiones de Nueva York es una bailarina española en una gran sala de conciertos. Se llama ‘La Cuenca‘, y si por casualidad hubiera hecho su debut metropolitano en el ballet de la ópera alemana durante la temporada, es fácil imaginar que causaría tanto furor entre las filas de los ‘cuatrocientos’ y sus satélites como ha causado entre la clase cuya experiencia de verano en la costa no va más allá de Coney Island o Rockaway, y cuyo entretenimiento nocturno consiste en dar tragos a la espumosa ‘Pilsener’ mientras escuchan las canciones de las divas de los conciertos al aire libre.
‘La Cuenca‘ es fácilmente la mayor carta que los gerentes de este tipo de entretenimiento han presentado en los últimos años. Es una mujer muy pequeña, de figura ligera y ágil, con músculos de acero, y su gran baile es el retrato de una corrida de toros española. Ella representa a un torero muy pequeño y delgado cuando, con la música de las mandolinas y castañuelas españolas, y el rítmico batir de la palmas, desfila sobre el escenario equipada para la corrida de toros. Entonces, agita la roja muleta para atraer al toro; su cimbreante figura salta primero hacia un lado y luego hacia el otro, mientras baila delante del toro imaginario.
Casi se puede ver cómo el animal furioso viene y carga contra ella desde detrás del escenario. ¡Y cómo rodarían las mesas y los vasos de cerveza si de verdad lo hiciera! Sin embargo, el temor al peligro desaparece cuando La Cuenca saca una espada de Toledo y, al ver su oportunidad, se la clava al monstruo desde el hombro hasta el corazón, y ejecuta luego un baile triunfal sobre el supuesto cadáver. Se trata ciertamente de un espectáculo fascinante, y sólo un poco menos excitante que una auténtica corrida de toros de España o México” (4-8-1888).
Nueva York – París – La Habana
Según M. B. Leavitt, después de actuar en Nueva York durante una o dos semanas, Trinidad Cuenca volvió a hacer las maletas y regresó a La Habana, donde más tarde enfermó y murió. Sin embargo, después de su aventura neoyorquina, la polifacética artista aún tuvo tiempo de regresar, una vez más a París, donde aún resonaban los ecos de sus triunfos de antaño.
En marzo de 1889, Le Figaro informa sobre el reestreno del espectáculo La Feria de Sevilla, que vuelve a representarse en el Nuevo Circo de París. Aunque el elenco no es el mismo que viajó a la capital francesa en 1887, La Cuenca sigue siendo una de sus atracciones principales:
“Esta noche he vuelto a ver La Feria de Sevilla, y he experimentado el mismo placer que hace dos años. ¿Es realmente un reestreno? En su flamante nuevo reparto, este espectáculo tiene un cierto regusto de inédito, de nunca visto. Ostaza sigue dirigiendo la estudiantina, pero ha reforzado su banda de virtuosos. El nuevo solista, José Martínez, no deja que añoremos a Groo. ¿Pensamos en las pequeñas bailarinas de antaño cuando miramos las lindas caritas y las gracias exquisitas de Pepita, de Encarnación y de Clotilde? Confieso que a La Cuenca la había echado de menos. Pero ella sigue estando allí, La Cuenca, con sus movimientos lascivos de cadera y sus caras provocativas… Todo está saliendo a pedir de boca.
Por muy bien ordenadas que estén las corridas de toros que prometen regalarnos para la Exposición Universal, dudo que puedan aguantar la comparación con la corrida del Nuevo Circo” (22-3-1889).
Vista de París
Meses más tarde, en otro local parisino, Trinidad Cuenca vuelve a cosechar éxitos con un nuevo espectáculo. La prensa nos desvela, además, una nueva faceta de la artista, la de profesora de baile de la actriz Jeanne Granier:
“Todo el mundo conoce la revista Paris-Exposition, donde la Srta. J. Granier baila los pasos de la Macarrona. Gracias a las buenas lecciones de la señorita Cuenca, la Srta. J. Granier ha alcanzado la perfección en este baile español. Anoche, en las Montañas Rusas, estreno de Un baile de gitanos, por la señorita Cuenca; esta diversión tan atractiva obtuvo un gran éxito ante una sala llena. No dudamos que este nuevo ballet se mantendrá en cartel durante mucho tiempo” (Le Figaro, 11-12-1889).
A través del mismo diario sabemos que, en enero de 1890, Trinidad Cuenca sigue en París, al frente del ballet de las Montañas Rusas, cuyo elenco se une al del Gato Negro:
“Un pequeño y pintoresco detalle del Baile de los oficiales en la Ópera:
Sabemos que las cantinas militares serán tomadas por cuarenta de nuestros más guapos aristas parisinos; el bar de la Ópera y el de la Ópera Cómica serán atendidos por bailarinas de los cuerpos de baile. Casi todos los teatros tienen el suyo; pero el bar del Gato Negro merece una mención especial: al personal de la casa se unen las cuatro bellas andaluzas de las Montañas Rusas, y la capataz de esta cuadrilla no es otra que La Cuenca, la célebre bailarina que ha enseñado a Jeanne Granier su famoso baile de la Macarrona” (10-1-1890).
La actriz Jeanne Granier
Ésta es la última referencia periodística que encontramos sobre Trinidad Cuenca, cuyo fallecimiento ha sido documentado por José Luis Ortiz Nuevo en La Habana, en ese mismo año de 1890. Su existencia fue corta, pero vivió muy deprisa. La genial bailaora dejaba tras de sí una larga estela de triunfos a ambos lados del Atlántico y grandes innovaciones en el baile de mujer. Treinta y pocos años le bastaron para escribir su nombre con letras de oro en los anales de la historia flamenca.
NOTA:
(1) La traducción de todos los textos de periódicos y libros extranjeros es nuestra.