Flamencas por derecho

Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Flamencas por derecho - Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

La Malena, la elegancia de una bailaora de la vieja escuela (I)

Magdalena Seda Loreto, “La Malena”, nació en Jerez de la Frontera en torno a 1875, en el seno de una familia gitana de gran tradición flamenca. Tuvo como maestra a su tía María la Chorrúa, que destacaba especialmente en el baile por alegrías. De ella aprendió a mover las manos y los brazos con una gracia y un estilo insuperables.

Pronto se trasladó a Sevilla y fijó su residencia en la Alameda de Hércules, que en aquellos años destacaba por ser uno de los espacios más flamencos de la capital andaluza. Allí tuvo como vecina a su paisana y genial artista Juana la Macarrona, la única bailaora de su tiempo capaz de hacerle sombra a La Malena. Según Fernando el de Triana, era difícil elegir a una de las dos:

“Esta célebre bailadora es la que durante muchos años tiene divididas las opiniones sobre cuál es la mejor, si la Macarrona o ella. Por la colocación de sus brazos, y por los majestuosos movimientos de su arrogante figura, llenos de ritmo y de salsa gitana, siempre contó y cuenta con la admiración del público, que con entusiasmo aplaude el maravilloso arte de tan genial artista. Ya está metida en años, como su eterna competidora; pero, así y todo, cuando las dos dicen ¡vamos allá!, sin duda ni discusión, son las dueñas del baile clásico flamenco” (Arte y artistas flamencos, 1935).

La bailaora Magalena Seda, La MalenaLa bailaora Magalena Seda, La Malena

De hecho, las carreras de ambas artistas discurrieron por derroteros similares, desde sus inicios en los cafés cantantes sevillanos, pasando por los teatros y los éxitos internacionales, hasta terminar su vida profesional en distintas compañías artísticas. A finales del siglo XIX, la Malena y la Macarrona reinaban en El Burrero, y posteriormente coincidieron en el Novedades. A principios del siglo XX, el café Filarmónico también fue testigo del baile majestuoso, elegante y recogido de Magdalena Seda, de la gracia de sus brazos y la belleza gitana de su rostro.

“La Malena simbolizaba y compendiaba toda la gracia, todo el garbo y todo el mejor estilo de un arte aprendido y asimilado por ella con verdadera devoción, y en el que ponía toda su alma y todos sus sentidos […]. Y añade Manuel Vallejo: ‘Nosotros los flamencos no sabríamos elegir entre ella y la Macarrona, y tampoco cuál de las dos era mejor. La Macarrona era todo nervio, flamenquismo, gracia, un verdadero fenómeno. Por el contrario, la Malena, más espiritual, más exquisita, más cultivada, obedecía a unos principios en los que el arte en toda su pureza se imponía. Jamás pisó la cola de su traje -añade- ni dio pasos hacia atrás, como lo hacen todas. Su arte era distinto a las de su género, y había que verla bailando en contra tiempo. Además, tenía un buen tipo y unos brazos interesantes, con los que realizaba verdaderas filigranas. En los sitios en los que ella actuaba había que ‘cerrar las cancelas’ todos los días. Hará unos cuarenta años, en el Novedades de Sevilla, le pagaban treinta reales diarios, igual que a la Macarrona” (Revista Dígame, 27-2-1956). (1)

En 1908, la Malena figuraba en el cuadro flamenco del sevillano Teatro Novedades, junto a los siguientes artistas:

“Tocador de guitarra, José Triana, ‘El Ecijano’.
Cantadores: Antonio Valiente, ‘El Macareno’, uno de los más famosos y que más se distinguen en el género andaluz, y José Pérez, ‘El Tiznao’.
Bailadoras: Magdalena Seda; Antonia Gallardo, ‘La Coquinera‘; Juana Junquera; Rita Ortega.
Cantadora: Teresa Seda, ‘La Jerezanita’.
Boleras: Carmen Fernández, Presentación Muñoz, María Pardo, Antonia Serrano, Ángela Álvarez y Teresa Jordán.
Coupletistas: Candelaria Medina y ‘la Lulú’” (El Globo, 10-3-1908).

En 1911, la bailaora paseó su arte por la Rusia de los zares, junto a la compañía del maestro Realito. A finales de los años veinte era “ovacionada a diario” (Heraldo de Madrid, 23-4-1929) en el Kursaal sevillano, donde formaba parte de un cuadro dirigido por el bailaor Frasquillo. Convertida ya en toda una institución del baile flamenco y, una vez más, junto a Realito, la Malena se presentó con gran éxito en la Exposición de Barcelona de 1930.

Comienza entonces una nueva etapa de esplendor para la artista, que vuelve a salir de gira con distintos espectáculos, saborea de nuevo las mieles del éxito y es constantemente elogiada por la prensa de la época.

La Malena con la compañía de la Argentinita (La Libertad, 1933)La Malena con la compañía de la Argentinita (La Libertad, 1933)

En abril de 1933 se estrena en Madrid el sainete andaluz Manolo Reyes o La fragua del Sacromonte, de Pedro Moreno García. Según la crítica, la obra no es más que un pretexto para el lucimiento de grandes figuras, como la Niña de los Peines, Pepe Pinto o la Malena, que son calurosamente acogidas por el público.

“La Malena, la ‘bailaora’ de sabor clásico, fue muy celebrada. […] En suma: una afortunada jornada para el cante ‘jondo’ y el baile flamenco” (El Imparcial, 20-4-1933).

“A decir verdad, Manolo Reyes son unas cuantas coplas gitanas y flamencas con gotas de sainete. […] Pastora Pavón […] con sus ‘seguiriyas’ gitanas, madre del ‘cante jondo’; Pepe Pinto, con su ‘prosa flamenca’ […]. Luego, ‘La Malena‘, encarnación soberbia del ‘baile jondo’ -que nada tiene que ver con el baile flamenco- nos deleitó con la maga elocuencia de su busto y de sus pies, donde la armonía contenida y expresiva, crispada y refrenada de la carne en pasión, labra su mejor poema” (El Sol, 20-4-1933).

Su renacer artístico junto a La Argentinita

Un mes más tarde, la Malena, junto a la Macarrona y Fernanda Antúnez, forma parte del nuevo espectáculo de Encarnación López, la Argentinita, que se presenta por primera vez en el Teatro Falla de Cádiz. Se trata de una adaptación de “El amor brujo” de Manuel de Falla, en la que también intervienen, además de su directora, los bailaores Rafael Ortega y Antonio Triana, y una jovencísima Pilar López. La música corre a cargo de la Orquesta Bética de Cámara.

En un reportaje previo al estreno, Miguel Pérez Ferrero ofrece sus impresiones sobre el ensayo de la obra, y reproduce las declaraciones de la Argentinita sobre las veteranas bailaoras:

“Baila incomparablemente la mocita. Se queda quieta, pensativa, La rodean las viejas. Corre la espina dorsal un calofrío. No hay adjetivos posibles. ¡Son las abuelas del baile con el prestigio de su nieta mejor!”

“Yo me he encargado de buscar los elementos de esta compañía. […] Los que Falla merece y necesita. Estoy encantada de todos: de esas tres enormes ‘bailaoras’ que son la Macarrona, la Malena y la Pompi, con las cuales el baile flamenco puede conservar su categoría de primer plano artístico en todo el Mundo” (Heraldo de Madrid, 30-5-1933).

El estreno del espectáculo es todo un éxito, amplificado por el hecho de tener lugar en Cádiz, ciudad natal de Manuel de Falla.

“A propósito de la representación, copiamos de un periódico de Cádiz: […]
La Argentinita ha conseguido obtener en Cádiz -precisamente por ser el púbico más difícil y entendido- un rotundo éxito con El amor brujo. […] Porque Cádiz, tan difícil de engañar, ha dado su fallo, y el fallo ha sido aplaudir incansablemente y desgarrarse en vítores de júbilo toda la noche” (La Voz, 15-6-1933).

La Malena, en 1933La Malena, en 1933

Tras su bautismo de fuego en la tacita de plata, en junio de 1933 El amor brujo se presenta en el Teatro Español de Madrid, donde sigue cosechando aplausos y elogios. La prensa alaba especialmente la contribución de la Malena y sus coetáneas:

“… en esa parte de la fiesta, hay que registrar una resurrección: la del auténtico baile gitano en la sucesión -entre faraónica y goyesca- de las ‘alegrías‘ finales, incorporadas, con milagrosa inspiración lazárica por esas tres viejas glorias, ‘emperaoras‘ del viejo café Novedades sevillano: La Macarrona, La Fernanda, La Malena” (Heraldo de Madrid, 16-6-1933).

“Momentos hubo, como en ‘La danza del fuego fatuo’, donde la emoción plástica y rítmica alcanzó una intensidad y realización perfectas con la intervención de esas tres viejas bailaoras que recordaban a las tres Parcas, hermanas grises, hijas del Caos y ministras del Destino” (La Libertad, 17-6-1933).

“La Macarrona, la Malena y la Fernanda no tienen cuerpo, ni falta que les hace. ¡Bailan sin tener cuerpo! […] Las tres viejas no son las herederas de las bailarinas de Tartessos, son las mismas bailarinas, sin edad desde siempre” (La Voz, 16-9-1933).

“Y esas tres viejas maestras del fandango clásico que son ‘La Macarrona‘, ‘La Malena‘ y ‘La Fernanda‘, que no sienten el peso de los años sobre sus figuras fondonas: cuando los ‘sones’ flamencos cruzan el aire, se truecan jóvenes, ingrávidas, y arquean las cinturas graciosas y sus pies repiquetean sobre el tablao liberados, por unos segundos, de la esclavitud dolorosa de los juanetes. ¡Porque tienen juanetes, y muy grandes, sí, señor! Pero no se les nota cuando bailan” (La Crónica Meridional”, 30-6-1933).

NOTA:

(1) Citada por José Manuel Gamboa en Una historia del flamenco, Barcelona, Espasa, 2004.


Juana la Macarrona, la estrella de los cafés cantantes (I)

“Ésta es la que hace muchos años reina en el arte de bailar flamenco, porque la dotó Dios de todo lo necesario para que así sea: cara gitana, figura escultural, flexibilidad en el cuerpo, y gracia en los movimientos y contorsiones, sencillamente inimitables”. Con estas palabras retrataba Fernando el de Triana a Juana la Macarrona, en su obra Arte y artistas flamencos (1935).

La bailaora Juana la Macarrona

La bailaora Juana la Macarrona

Juana Vargas de la Hera, que así se llamaba esta bailaora, vino al mundo en Jerez de la Frontera el 3 de mayo de 1870 y recibió las aguas bautismales tres días más tarde en la parroquia de Santiago. Su padre, Juan Vargas, era guitarrista y su madre, Ramona de la Hera, cantaora. Su hermana María también bailaba y cantaba, y juntas recorrerían muchos escenarios.

“Mi padre tocaba la guitarra y mi madre se cantiñeaba. Cuando yo tenía diez años, me llevaban a la Feria, me ponían encima de una mesa, donde yo bailaba, y luego pasaban la batea” (ABC, 15-12-1945), relata Juana. Su fama pronto llegó a la capital malagueña, donde fue contratada por dos años en el Café Siete Revueltas. Más tarde se trasladó a Barcelona, para actuar en el Café Alegría, siempre según el testimonio de la artista.

En 1886, se instaló por primera vez en Sevilla (1), en el Café de Silverio, donde coincidió con artistas de la talla de Fosforito, Antonio Chacón, Juana Antúnez, Rosario La Honrá y Mariquita Malvío, por citar sólo a algunos de sus compañeros de cartel. Fue allí donde la descubrió un cuñado del torero Mazzantini, que la llevó a Madrid por unos meses.

París, Berlín, Moscú…

La Macarrona se encontraba ya de vuelta en Sevilla, esta vez en el Burrero, cuando la requirieron para actuar en el Gran Teatro de la Exposición Universal de París de 1889. “Tenía yo entonces diecisiete años. Estuve tres meses. Mi padre tocaba la guitarra. Le bailé al zar de Rusia y a Isabel II, que estaba allí. Fuimos con un cuadro de gitanos. Ellos llegaron antes. Por mí fueron en un viaje especial, extraordinario, aparte de todos”, refiere Juana. “Aquello fue tremendo. Los periódicos hablaban cosas grandes de mí, de mi arte”.

La Macarrona en su juventud

Una de las Macarronas, en su juventud

Efectivamente, en la prensa de la época se pueden encontrar testimonios como el que nos ofrece La Ilustración Española y Americana, que el 18 de agosto de 1889 publica una crónica del espectáculo en que debutó la Macarrona, y atribuye las siguientes palabras al Shah de Persia: “Andad y decid a esa serpiente […] que la mejor de mis odaliscas palidece al lado de semejante estrella”.

Convertida ya en una afamada y reconocida bailaora, la siguiente etapa de su periplo la lleva de nuevo a Madrid, donde consigue un contrato en el Café Romero. Sin embargo, buena parte de las referencias sobre Juana que aparecen en la prensa de esos años tienen que ver con un hecho que va más allá de lo puramente artístico.

Así, en 1893 son varios los periódicos que se hacen eco del “rapto” –o, más bien, la huida- de la Macarrona con un adinerado capitalista. Ella misma lo contará años después, como una anécdota más de su etapa madrileña: “se enamoró de mí un banquero muy rico. Iba todas las noches. Me regalaba muchos brillantes. Y yo, mosita. Muchos regalos, pero yo honradita, ¿eh? Se gastaba un dineral en el café. Hasta que, a los dos años de hacerme el amor, me escapé con él. […] Pusimos casa, ¡qué casa!, y ya no trabajé más. Pero yo no me adaptaba”.

Los últimos años del siglo los pasó Juana entre Madrid y Sevilla, actuando en el Liceo Rius y en el Salón Variedades de la capital de España, así como en el Novedades hispalense, entre otros locales. Bailó ante grandes personalidades y volvió a pasear su arte por Europa. En 1895, la prensa contiene informaciones sobre el viaje a Berlín de una compañía integrada por dieciocho cantaores, bailaores y guitarristas flamencos, contratados por cuatro duros diarios cada uno.

“El espectáculo es nuevo para los alemanes, y a juzgar por lo que dicen de los gitanos españoles los referidos periódicos, el número que más agrada es el de los bailables sevillanos. […] La Macarrona, La Cotufera y las hijas del Ciego, hacen las delicias de los alemanes en los diferentes números de baile flamenco que ejecutan. De la Macarrona se ocupan bastante los periódicos” (La Correspondencia de España, 5-4-1895).

Salud y Lola Rodríguez, en Berlín

Salud y Lola Rodríguez, en Berlín

También data de esa época su viaje a Rusia, si hacemos caso a César González Ruano, que en 1947 escribe lo siguiente en La Vanguardia: “Juana, ‘la Macarrona’, contaba a todos que había bailado a ‘los Zares de las Rusias’, y esto que quedaba pintoresco, barroco y lejano, era la pura verdad. Yo he conocido a Fabián de Castro, que, como guitarrista, se fue con ella a las Rusias, y con ella triunfó. […] actuó en el Palacio Imperial de los Zares, en mil ochocientos ochenta y tantos, y en un gran café”.

Nuevo siglo y nuevos triunfos de la Macarrona

Madrid, Sevilla y París siguen siendo las principales paradas en la ruta de Juana la Macarrona durante los primeros años del siglo XX. Locales como el Salon de Actualidades y el teatro Eslava de la capital de España son testigos de sus éxitos.

Entre 1908 y 1909, la bailaora viaja a París en varias ocasiones. Es “contratada por una reunión de franceses para actuar una sola noche ante ellos” (El Globo, 11-6-1908), y más tarde se presenta en el Pré Catalán, donde canta, baila y hace las delicias del público:

“Salta sobre la mesa el Faíco y se baila un tango desenfrenado, mientras la Macarrona -nuestra legendaria institución flamenca– dándose un golpe en el ala del cordobés y sonando los palillos grita: ‘¡Caballero!, ¡caballero!’
¡Ole!– exclama la concurrencia de señoritos de frac y muchachas de toilettes de baile… […] – En tanto, la Macarrona se ha preparado la ‘salida’ y continúa:

‘Fue mi madre una gitana,
y mi padre un caballero
de ésos que pelan borricos
en Puerta del mataero…’

Nadie la entiende; pero ¡no importa! Ha puesto la cara pícara, ha guiñado los ojos a tres o cuatro señoritos, hace un ruido infernal con las manos y con los pies, y todo el mundo la aplaude…” (Blanco y Negro, 11-7-1908)

De nuevo en Madrid, en 1911 presenta con gran éxito su espectáculo “Una fiesta en Sevilla” en el Teatro Romea, junto al bailaor Rafael Ortega; y triunfa en el Trianón Palace, con “Fiesta andaluza”, dirigido por la guitarrista Adela Cubas. “No se cansaban los espectadores de aplaudir ni la artista cañí de bailar y cantar farrucas, chuflas, garrotines y todos los bailes del género flamenco, en los que la Macarrona resulta insuperable por el carácter, la gracia y el clasicismo” (Heraldo de Madrid, 17-6-1911).

Juana la Macarrona

Juana la Macarrona

Vuelve a París un año más tarde, invitada por Julia Borrull a la inauguración de un restaurante flamenco, y ofrece un recital en el Olympia. Triunfa de nuevo en el Romea madrileño, y en 1914 recala otra vez en Sevilla, en el Salón de Novedades, donde comparte escenario con artistas como la Malena, la Sordilla, la Melliza, la Roteña, la Trini, Rita Ortega, la Macaca o la Junquera. Pablillos de Valladolid, en la revista Por esos mundos, describe así el baile de la Macarrona en el Novedades:

“Álzase de su silla con la majestuosa dignidad de una reina de Saba. Soberbiamente. Magníficamente. Sube los brazos sobre la cabeza como si fuese a bendecir el mundo. Los hace serpentear trenzando las manos, que doblan las sombras sobre las sombras de sus ojos. Ha llegado al fondo del tabladillo, y tras el revoleo de su falda almidonada, oculta al tocaor. Y así parece que del mismo cuerpo de la Macarrona brotan los acordes trágicos de la guitarra. Desde el fondo avanza redoblando su taconeo sobre el tabladillo, del que se alza el polvo como una nube que fuese a elevar hacia el cielo a la bailaora. Lentamente, con una cadencia religiosa, desciende los brazos hasta doblarse a la altura del vientre, que avanza en una lujuriante voluptuosidad. […]

Gira. Se expande por el escenario el amplio vuelo almidonado de la gran cola blanca del vestido de batista. […] Sobre su cara de marfil ahumado, la blancura agresiva y sucia de sus ojos, y sobre su pelo negro y mate, se desmaya un clavel que cae rendido de estremecimientos en el redoble final de aquellos pies de maravilla calzados con zapatillas de carmín, como si hubiese un charco de sangre a sus pies.

[…] La Macarrona se transfigura. Su cara negra, áspera, de piel sucia, cruzada de sombras fugitivas, entre las que relampaguean los ojos y los dientes, se ilumina […]. Es tan grande la belleza de la línea del cuerpo, que arrolla la fealdad de la cara. Sin duda que el espíritu de esta mujer en otra carne bailo en el palacio de un faraón. Y en la corte de Boabdil”.

NOTA:

(1) Según el padrón de Sevilla, en 1889 Juana Vargas (19 años) vivía en el número 78 de la Alameda de Hércules, junto con sus padres -Juan Vargas Monge y Ramona de la Hera Valencia-, su hermano Vicente (también de 19 años) y su hermana María (de 9 años).

En 1902, la bailaora aparece censada junto a sus padres y su hermano en el número 1 de la calle Torrejón.