Flamencas por derecho

Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Flamencas por derecho - Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Isabel Cubas, la embajadora de los bailes andaluces (II)

Tras su exitosa presentación en el Lyceum de Londres, la “celebrada bailarina española, DOÑA ISABEL CUBAS” (The Liverpool Mail, 18-2-1860) es contratada para bailar durante doce noches en el Royal Amphitheatre de Liverpool (1).

Isabel Cubas (por Charles D. Fredricks, 1862)

Isabel Cubas (por Charles D. Fredricks, 1862)

El programa de sus actuaciones en la ciudad británica incluye números como La Flor de Andalucía, La Malagueña o La Gallegada. Secundada por Juan Ximénez, la española sigue cosechando triunfos desde el día de su debut:

“La nueva bailarina, Doña Isabel Cubas, tuvo un éxito categórico. Supera en agilidad a todas sus predecesoras españolas; y, después de anoche, sin duda se le puede asegurar una amplia audiencia en el patio de butacas” (The Liverpool Daily Post, 21-2-1860).

París, Bruselas, Berlín…

La siguiente etapa de su gira lleva a Isabel a París, en cuyo Théâtre des Variétés se representan “cuatro obras muy entretenidas […] y un original intermedio por la encantadora bailarina española” (Le Constitutionnel, 1-4-1860), que interpreta números como La Gitanilla y el Curro. Las críticas no pueden ser más favorables:

“Ahora les hablaré de los bailarines españoles, del elegante Don Juan Ximénez y de la sonriente Doña Isabel Cubas, que reciben cada noche, en este mismo Théâtre des Variétés, una sonora cosecha de aplausos. ¡Qué vigor, qué pasión, qué elegancia de actitudes, qué elocuente pantomima, qué furia andaluza! Unas veces indolente e inclinada como Sara la bañista, y otras veces ágil y saltarina como Esmeralda, la señora Isabel Cubas conoce todos los secretos de su arte. Su baile es casi un vuelo, pues ella es aérea, y no sabríamos soñar nada más agradable que la Gitanilla y la Malagueña” (Le Monde Dramatique, 5-4-1860).

Pepita de Oliva (por Eduard Kaiser, 1859)

Pepita de Oliva (por Eduard Kaiser, 1859)

En mayo de 1860 la Cubas debuta en Bruselas y Colonia. Unas semanas más tarde inicia sus actuaciones en el Kroll’s Theater de Berlín, donde permanece más de un mes (National-Zeitung, 10-6-1860), y de allí marcha a Dresde. En agosto, durante su estancia en el Victoria-Theater de Magdeburgo, la prensa la compara con la gran Pepita de Oliva:

“En el curso de la próxima semana también daremos la bienvenida en nuestro escenario a los famosos bailarines españoles Señora Isabel Cubas y Señor Juan Ximénez, que de hecho recientemente han causado un furor poco habitual en Colonia y en Berlín, en el Kroll’schen Theater, y por último han encendido al público de Dresde […].

Ambas personalidades son de una rara belleza y la Señora Cubas recuerda extraordinariamente a la celebrada Pepita en sus mejores tiempos” (Magdeburgische Zeitung, 12-8-1860).

La sucesora de Pepita

La crítica vienesa también ve en el arte de la Cubas una nueva versión, mejorada, del baile de la sin par Pepita de Oliva:

“… lo que se suele alabar de las andaluzas: ardientes ojos negros, pelo moreno ondulado, formas exuberantes, todos estos adornos, auténticos, los posee la Señora. Su pie, lo mismo que su baile, no tiene nada de la fragilidad de los duendes. Es mucho más real y recuerda a las formas de Ogro o de Goliat. Inevitablemente hay que admirarse cuando esas formas hercúleas se mecen sobre un solo dedo y ese pie de titán muestra una elasticidad similar a la de las patas de una curruca. […] La Señora hace saltos y bailes cuya audacia habría sido merecedora de un primer premio en los juegos olímpicos. Así, desarrolla un apasionamiento, un ardor verdaderamente infernal que, a pesar de ‘Pepita’ […], nunca hemos visto sobre el escenario. Además, su agilidad, desde la cabeza hasta los pies, es impresionante y sus movimientos, ostentosos. […] Su éxito fue brillante. La llamaron varias veces y tuvo que repetir los dos bailes. Sea como fuere, la Señora Isabel es una curiosidad que merece la pena ver” (Fremden-Blatt, 25-9-1860).

Kroll's Theater de Berlín, ca. 1850

Kroll’s Theater de Berlín, ca. 1850

Durante su estancia en el Theater in der Josefstadt de la capital austriaca, la Cubas ofrece bailes individuales, como La Madrileña o El ole, y otros en pareja junto a Juan Ximénez: La Gitanilla y el Curro, La Gallegada, La Flor de Sevilla, La perla gaditana, El rumbo macareno

La aventura americana

Breslau, Munich, Copenhague, Estocolmo y Hamburgo son algunas de las ciudades en las que actúa la española antes de embarcar en el puerto de Liverpool con destino a América. La acompaña su marido, el Sr. Blasco. La pareja llega a Nueva York, a bordo del vapor ‘Glasgow’, el 18 de abril de 1861, si bien el debut de Isabel en la Gran Manzana ha de posponerse unos meses.

A finales de septiembre, la española es contratada por James Nixon para actuar en el Winter Garden, por un caché que asciende a 100 $ semanales más gastos (Fort Worth Daily Gazette, 28-12-1890). El día de su presentación, el programa incluye varios números musicales, la comedia “An actress by daylight” y el burlesque de “Cinderella”, en el que se inserta el baile La Gitanilla y el Curro, por Cubas y Ximénez. La pareja española también interpreta, junto a “un completo cuerpo de ballet” (The New York Herald, 29-9-1861), La Flor de Sevilla, que unos días más tarde es sustituido por La Madrileña.

Isabel Cubas (The Brooklyn Daily Eagle, 4-3-1900)

Isabel Cubas (The Brooklyn Daily Eagle, 4-3-1900)

El debut de Isabel es recibido con gran entusiasmo por el público neoyorquino, “más acostumbrado a las clásicas elegancias de la escuela francesa que a la impetuosa voluptuosidad de la española” (The New York Times; en The New York Herald, 2-10-1861). La crítica coincide en destacar la pasión, elegancia y flexibilidad de la bailarina, que deja bien alto el pabellón de nuestro país:

“… Nueva York reservó sus más ruidosas ovaciones para los bailarines españoles, la Señora Isabel Cubas y el Señor Juan Ximénez, que alcanzaron un notable éxito. […] La señora ejerce todo el encanto de una belleza cálida y una fogosa actividad […]. Sus movimientos siempre están llenos de pasión, pero nunca ofenden al buen gusto. Jóvenes y mayores sucumbieron fácilmente a la deslumbrante belleza, y una especie de éxtasis se adueñó del público” (The New York Tribune; en The New York Herald, 2-10-1861).

“… nunca se ha visto en esta ciudad a una bailarina más plenamente activa y elegante. En realidad, es una revelación ver lo maravillosamente que ejecuta los terpsicorianismos de España […]. La Señora Cubas es incuestionablemente la mejor bailarina de su escuela que hemos tenido nunca” (The New York Times; en The New York Herald, 2-10-1861).

“… es una de las mejores bailarinas que se ha presentado aquí desde hace años. Su estilo es puramente español, y sorprende por la maravillosa flexibilidad de sus movimientos y por la perfecta elegancia y precisión con la que ejecuta sus más audaces vuelos. […] Su baile [de Isabel y Juan] provocó una satisfacción ilimitada a la audiencia, que les obligó a realizar un bis, después de haber reaparecido en dos ocasiones para hacer una reverencia de agradecimiento” (The New York Herald, 2-10-1861).

El Metropolitan Theatre de Búfalo

El Metropolitan Theatre de Búfalo (en 1868)

Se está forjando una estrella

Desde el inicio de su gira por los Estados Unidos, el lleno hasta la bandera es una constante en todos los teatros en los que actúa la Cubas. Tras su sonado triunfo en la Gran Manzana, la rutilante bailarina española se presenta en el Metropolitan Theatre de Búfalo, donde se lleva a escena un variado programa que incluye, entre otros números, la obra The French Spy, en la que Isabel interpreta tres papeles diferentes y se revela como una excelente actriz:

“… el teatro estaba abarrotado, al máximo de su capacidad. ‘The French Spy’, en la que Cubas no tiene rival, fue repetida, y sus maravillosas interpretaciones de ‘Henrie St. Alme’, ‘Hamet, the Wild Arab Boy’ y ‘Mathilde’ fueron vistas con inconfundible admiración. En la salvaje Danza árabe y en el Combate de sables, se saca el mayor partido y sus numerosos admiradores tienen razones para regalarle sus felicitaciones” (Buffalo Daily Courier, 25-10-1861).

Durante los meses siguientes, la Cubas continúa con su tournée a las órdenes de James Nixon, que la hace debutar en ciudades como Boston, Hartford, New Haven o Filadelfia. El 5 de diciembre se anuncia su presentación en la American Academy of Music de esa última localidad, en las noches libres del actor Edwin Forrest.

La española interpreta sus ya conocidos números La Gitanilla y el Curro, La Flor de Sevilla y La Madrileña, en los que comparte escenario con Juan Ximénez y un cuerpo de baile español. Además, Isabel introduce en su repertorio el ballet francés La Folie. El público de Filadelfia también cae rendido a sus pies:

“Anoche Doña Isabel Cubas actuó en la Academy en dos bailes de carácter. Cubas es una señora española -y casada, por cierto- con ojos muy brillantes y una forma que podría ser definida literalmente como arrebatadora. Actuó dos veces pero en ambas ocasiones le pidieron que repitiera, e hizo su mejor exhibición en el número ‘La flor de Sevilla’. En este último baile se puso de manifiesto la extraordinaria flexibilidad de su cuerpo y una lluvia de ramos de flores dio testimonio de la pasión que había despertado en el teatro” (The Press, 6-12-1861).

Academy of Music de Filadelfia (foto de 1870)

Academy of Music de Filadelfia (foto de 1870)

A pesar de su breve trayectoria en los Estados Unidos, la española se ha convertido ya en toda una celebridad. Buena prueba de ello son las invitaciones que recibe para visitar distintos establecimientos e instituciones, como el Arsenal Naval de Filadelfia, adonde acude escoltada por su empresario y su representante:

“La Señorita ISABEL CUBAS, acompañada por el Sr. Nixon, su mánager, y el Sr. Charles Wilson, su agente, visitó ayer el Arsenal Naval. Fue cortésmente recibida por el Capitán Turner, que le explicó el funcionamiento de varios departamentos. Después el Capitán Turner la invitó a su casa, contigua al arsenal, donde compartieron un refrigerio. Ella confesó estar muy satisfecha con la visita. A continuación fueron escoltados al Cooper Shop Volunteer Refreshment Saloon por Mr. William M. Cooper, su presidente” (The Philadelphia Inquirer, 25-12-1861).

El 2 de enero de 1862, Isabel Cubas se despide del público de Filadelfia. Las primeras doscientas primeras señoras que acceden a la Academy of Music con motivo del beneficio de la artista reciben como recuerdo “un bonito MEDALLÓN y un RETRATO FOTOGRÁFICO de ISABEL CUBAS” (The Philadelphia Inquirer, 1-2-1862).


NOTA:
(1) La traducción de todos los textos extranjeros es mía.


Isabel Cubas, la embajadora de los bailes andaluces (I)

En las décadas centrales del siglo XIX, bailarinas andaluzas como Manuela Perea, Petra Cámara, Josefa Vargas o Pepita de Oliva conquistaron los escenarios de España y Europa con sus danzas boleras, que fascinaban a los públicos por su exotismo y voluptuosidad.

Isabel Cubas (foto de Charles D. Fredricks, 1862)

Isabel Cubas (foto de Charles D. Fredricks, 1862)

Todas ellas alcanzaron gran notoriedad en su momento y son hoy recordadas como grandes exponentes de la Escuela Bolera. Bastante más desconocida, sin embargo, es la figura de Isabel Cubas, otra gran bailarina española que, durante su breve pero intensa carrera, ejerció como embajadora de nuestros bailes a ambos lados del Atlántico y alcanzó una fama extraordinaria en los Estados Unidos, donde provocó una auténtica revolución. Es de justicia, por tanto, reivindicar su memoria.

Sus orígenes

Los escasos datos que hemos logrado recabar sobre la genealogía de Isabel Cubas proceden de la prensa norteamericana, que, incluso décadas después de su desaparición, dedica varios artículos a la memoria de tan insigne artista, si bien nos ofrece distintas versiones sobre su fecha y lugar de nacimiento: hay quien la sitúa en 1831 en Sevilla, mientras que otros afirman que vino al mundo en Valencia en 1837.

Lo que sí parece indiscutible es que Isabel procede de una familia de artistas. Su abuelo, Pedro Cubas, era un buen actor cómico del Teatro Real de Madrid y, aunque una parálisis en los pies casi lo obligó a retirarse, continuó cosechando éxitos en papeles que podía interpretar sentado. Su padre, Juan Cubas, se dedicaba a la misma profesión, mientras que su madre, Pepa Alfaro, destacó por su gran talento como bailarina, también en el Teatro Real (1).

Manuela Perea, La Nena (por G. Herbert Watkins, National Portrait Gallery, Londres)

Manuela Perea, La Nena (por G. Herbert Watkins, National Portrait Gallery, Londres)

Desde su más tierna infancia, Isabel demostró buenas dotes para la danza, arte que empezó a cultivar de la mano de su progenitora. No le costó adquirir la técnica, si bien poseía, de manera natural, otras cualidades tanto o más importantes para su desarrollo artístico y profesional, como “la auténtica calidez andaluza, la animación y la energía impaciente que caracteriza a todas las hijas de este bonito país” (The New York Clipper, 19-4-1862) (2).

Sus primeros pasos como artista

Según esa misma fuente, a los trece años de edad Isabel Cubas fue contratada como bailarina solista en Madrid, y pasó varios años bailando en la corte y en los primeros teatros españoles. Sin embargo, la joven pronto se sintió “encerrada […] en unos límites que ansiaba ampliar” (The New York Clipper, 19-4-1862).

A finales de los años 40, la prensa sitúa a Isabel en ciudades como Murcia o Palma de Mallorca. En el coliseo de la capital balear, trabaja como segunda bolera y forma pareja con el señor Alonso. El programa de las funciones suele incluir obras dramáticas y números de baile, como las “Boleras a cuatro” o “Las mollares de Sevilla”. En ocasiones, la joven comparte cartel con su padre, el Señor Cubas. Veamos algunos ejemplos:

“… A continuación se bailará por la señorita Cubas y el señor Alonso el vals de la Locura; dando fin con la pieza de gracioso en un acto, nueva también, nominada El Vizconde Bartolo, cuyo protagonista desempeñará el señor Cubas” (El Genio de la Libertad, 25-4-1848).

El fandango en el Teatro San Fernando de Sevilla (Gustave Doré)

El fandango en el Teatro San Fernando de Sevilla (Gustave Doré)

“Función a beneficio de doña Isabel Cubas, segunda bolera de este teatro.

Sinfonía

El célebre drama en cuatro actos, titulado JORGE EL AMADOR.

Seguirán las Boleras a cuatro.

Dando fin con el cuadro de costumbres andaluzas, en un acto, escrito expresamente para este teatro con el título de LA AZUCENA, y en el cual, por requerirlo así su argumento, se bailarán Las mollares de Sevilla” (El Balear, 12-2-1849)

La crítica le dedica elogios como éste: “Dª Isabel Cubas nos parece tan buena bolera como Dª Antonia Martín, y no vemos inconveniente en que alterne alguna noche con el Sr. Tenorio; cosa que el público recibiría con agrado” (La Palma, 27-5-1849).

En 1855, Isabel figura como primera bailarina en la compañía del Teatro Principal de Valencia, dirigida por Ambrosio Martínez (El Enano, 25-9-1855). El 29 de noviembre de ese año, se la puede ver en el “cuadro bailable ‘La linda jerezana’”, durante una función a beneficio del actor Antonio Pizarroso, en la que también se interpretan el “jaleo de la pandereta”, fandangos y “boleras jaleadas” (3).

De Valencia… a Europa

Según los datos aportados por Aliston Brown, es entonces cuando Isabel Cubas inicia su periplo internacional, comenzando por el teatro de Turín, junto a una compañía de bailarines españoles. Posteriormente obtiene un sonado triunfo en Milán, en “presencia del emperador Francisco José y de la elite de la sociedad milanesa”. Seis noches de actuación a la semana no son suficientes, y “cientos de personas se quedan cada noche a las puertas del teatro” (The New York Clipper, 19-4-1862).

La malagueña y el torero (Gustave Doré)

La malagueña y el torero (Gustave Doré)

Tras conquistar al público de Venecia, en mayo de 1856 la Cubas debuta en Bucarest. Allí despierta la admiración del Príncipe Ghika y su esposa, que la invitan a “interpretar los bailes favoritos del soberano, El Ole y La Madrileña” (The New York Clipper, 19-4-1862). De allí viaja a Rusia y llena durante cinco meses el teatro de Odessa.

Ancho es el mundo

Después de pasar unos meses en España, Isabel Cubas retoma su gira mundial en Constantinopla:

“Llegó en diciembre de 1857 y permaneció allí hasta mayo de 1859. Tanto los fríos musulmanes como los extranjeros se encendieron con la belleza y la gracia de la Señora Cubas. Bailó repetidamente en el teatro privado del Sultán y también para las dos hijas de Abdul Medjid; y recibió numerosas invitaciones de los nobles turcos” (The New York Clipper, 19-4-1862).

En junio de 1859, Isabel llega a Egipto. A través de un diario alemán conocemos la impresión dejada por española en los últimos lugares que ha visitado:

“… la Sra. Isabel de Cubas, bailarina española, […] ha hecho durante mucho tiempo las delicias de estos países hasta el punto que […] uno de nuestros amigos nos escribía a propósito de su partida: ‘¡Nuestra bailarina española se va a marchar, qué pena! Entrábamos en calor con ese baile vivo y palpitante, con esa mímica ardiente, con las llamas de esos bonitos ojos, nuestros hielos se estaban derritiendo; […] Nuestros fríos nos van a parecer mucho más duros tras haber disfrutado durante cuatro meses de los rayos de sol de Andalucía’” (Magdeburgische Zeitung, 12-8-1860) (4).

Pepa Vargas en el Ole (J. Vallejo, 1840)

Pepa Vargas en el Ole (J. Vallejo, 1840)

Ante una reunión de damas de la buena sociedad de Alejandría, “la Sra. Cubas ejecutó ‘la cachucha’ y ‘la flor de Andalucía’, dos bailes españoles en los que hizo maravillas”. La crítica elogia “su gran talento, que, acompañado de la flexibilidad de sus poses y de la sonrisa más encantadora y graciosa del mundo”, la convierten en “una de las primeras bailarinas de Europa” (Magdeburgische Zeitung, 12-8-1860). La acompaña quien será su pareja artística en los escenarios de todo el mundo, el bailarín Juan Ximénez.

Triunfo en el Lyceum de Londres

Durante el año 1859, Isabel también baila en El Cairo, Malta y Túnez, antes de debutar en el Lyceum Theatre de Londres a finales de diciembre. Como es habitual en esa época, Cubas y Ximénez actúan en los intermedios entre dos obras, o bien sus números se insertan en alguna de las piezas representadas.

La española destaca por su exótica belleza y su físico rotundo, grandioso, en las antípodas de la delicadeza que caracteriza a las bailarinas de otras escuelas. El suyo es un baile de fuerza, más de brazos que de pies. También llama mucho la atención la riqueza y el colorido de su vestuario:

“Doña Isabel Cubas es una belleza puramente española tanto por sus rasgos como por su complexión. Su figura es grandiosa y su estilo, imponente […]. Su baile destaca por su fuerza más que por su agilidad, y depende más de la gesticulación y la postura de las partes superiores del cuerpo, que a veces giraban y oscilaban como un péndulo, que de los pies. Al mismo tiempo, su dominio de las extremidades inferiores era incuestionable, y ejecutó pasos que, tanto por su grandiosidad como por la facilidad y firmeza con que fueron ejecutados, resultaron realmente asombrosos. Pero no fue ‘baile’ en el sentido que estamos acostumbrados a asocial al término. No fue esa actuación clásica, elegante e irresistible que hemos admirado con tanta frecuencia en Taglioni, Héberlé, Carlotta Grisi y otras de la escuela terpsicórea pura…” (Morning Chronicle, 31-12-1859).

“Sus vestidos […] eran a la vez sencillos y caros, y se distinguían por un contraste de color que evidenciaba el gusto más apropiado” (The New York Herald, 23-1-1860).

Petra Camara en el baile La Granadina

Petra Camara en el baile La Granadina (por M. Pineda)

El día de su debut, Isabel y Juan ejecutan un baile aragonés en pareja, en el que el mayor protagonismo recae sobre ella, mientras que él no es más que “un hábil secundario” (Morning Chronicle, 31-12-1859). La Cubas destaca por “su estilo expresivo, su voluptuoso abandono, su fascinante coquetería y su chispeante gracia”, que conquistan “rápidamente el favor de los espectadores” (The Era, 1-1-1860). En su segunda intervención, la española vuelve a triunfar con la Cachucha:

“Después la bailarina, que se había acompañado previamente con las castañuelas, se presentó en la Cachucha y usó su abanico con perfecta elegancia andaluza. Este contrato puso de relieve un afán por parte de los organizadores de hacer su programación lo más fuerte posible y el éxito que acompañó a su debut fue categórico” (The Era, 1-1-1860).

Aunque es inevitable la comparación con las boleras andaluzas que han pasado anteriormente por los escenarios londinenses, Isabel Cubas demuestra estar a la altura de las más grandes:

“La señora es guapa y bien formada, elegante y vivaz, y dice mucho de su talento que, aunque llega después de Nena Perea, ha causado una impresión sin duda favorable” (Reynold’s Newspaper, 22-1-1860).

“En el teatro del Liceo de Londres están alcanzando un gran éxito una bailarina y un bailarín españoles, Isabel Cubas y Juan Jiménez. Dice un periódico de aquella capital, que al lado de la Cubas, la Cámara, la Vargas y la Nena, son palurdas bailando con zuecos” (La Correspondencia de España, 11-2-1860).


NOTAS:
(1) En “lista de los actores y actrices que han de representar en los teatros de esta capital en el próximo año cómico, que dará principio el día primero de pascua de Resurrección del presente año de 1929, y terminará el martes de carnaval de 1830”, figuran Pedro y Juan Cubas, como actores cómicos, y Josefa Alfaro, en el cuadro de baile (Diario Oficial de Avisos de Madrid, 18-4-1929). En 1830 vuelven a anunciarse los tres en la capital de España y en 1831, sólo los padres de Isabel (Juan Cubas y Josefa Alfaro).
(2) El artículo se titula “Señora Isabel Cubas” y lo firma Col. T. Aliston Brown (The New York Clipper, 19-4-1862).
La traducción de todos los textos extranjeros es mía.
(3) Esta referencia la aporta Manuel Ruiz Lagos en su artículo sobre “Antonio Pizarroso y García Corvalán”.
(4) Aunque el Madgeburgische Zeitung la reproduce un año más tarde, la crónica está fechada en Alejandría el 23 de junio de 1859.


Una fiesta en Sevilla – La Nena*

La famosa historia de la bailarina Pepita Durán y del diplomático inglés que ha circulado estos días por la prensa, ha traído a mi memoria el recuerdo de otra artista coreográfica que aún vive y que gozó de justa fama allá por los años de 1860 a 1866.

Me refiero a la Nena.

Manuela Perea, la Nena (Bacard, 1854)

Manuela Perea, la Nena (Bacard, 1854)

La Nena que es para mí como para otros muchos un recuerdo de mi juventud, un soplo de brisa perfumada de esa Andalucía en cuyas fiestas, bailes y cantares se conserva aún el reflejo de nuestras costumbres antiguas y características.

Una mañana apareció en los carteles del teatro del Circo de la plaza del Rey, el anuncio de Una fiesta en Sevilla, baile genuinamente español puesto en escena por el maestro Moragas, y en el que tomaría parte la célebre e incomparable bailarina.

Ni una localidad quedó sin vender en el despacho. Paso por alto la comedia que se representó antes del baile y entro de lleno en el relato de éste. Al levantarse el telón aparecían algunas parejas de mujeres bailando al son de un guitarrillo en una habitación tan escueta, tan pobre y vieja, que daba grima. Yo hubiera querido ver en su lugar uno de aquellos patios de los corrales de Andalucía, con sus arcadas medio árabes, sus barandales de madera, sus tiestos de alelíes, su parra que trepa por las columnas y cuyos pámpanos cuelgan como verdes pabellones, y aquí el brocal de un pozo, y más allá las enjalmas de una caballería o los trastos de un apero.

Después que las boleras terminaron su paso, apareció la Nena.

Manuela Perea, La Nena (Victoria & Albert Museum, Londres)

Manuela Perea, La Nena (Victoria & Albert Museum, Londres)

La Nena, tan airosa, tan ligera, tan esbelta, rebosando gracia, derramando sal, pero ¡oh dolor! vestida poco más o menos como una de esas hadas o sílfides de los bailes franceses, que ya por entonces comenzaban a estar de moda. Un traje blanco, todo blanco, muy corto, muy hueco, con muchas gasas, muchas cintas y tules, ésa era su toilette, que toilette debo llamarle.

Tras una corta escena de música, comenzó un ole muy gracioso. Decir con palabras lo que era el ole bailado por la Nena, es punto menos que imposible. Aun viéndola no se comprendía tanta ligereza, tanta, desenvoltura, tanta exactitud en los pasos más difíciles. Luego vino un cambio de lugar y lo que era habitación mezquina transformóse en calle. Los que han visto una calle de Sevilla, una de aquellas calles tan maravillosamente descritas por Bécquer con sus casas de todas formas y tamaños, sus balcones con macetas de flores semejantes a pensiles colgados, sus ventanas con celosías verdes, enredaderas de campanillas azules, sus tapias obscuras, por las que rebosa el follaje de los jardines en guirnaldas de madreselvas, allá en el fondo un arco que sirve de pasadizo, con su retablo, su farol y su imagen, aquí los guardacantones de mármol sujetos con anillos de hierro, en lontananza las crestas de los tejados, los aéreos miradores, los chapiteles de los campanarios y los extremos de mil y mil veletas caprichosas; los que han visto, vuelvo a repetir, una de estas calles, debieron como yo cerrar los ojos y figurársela allá en su imaginación.

Manuela Perea, La Nena (por G. Herbert Watkins, National Portrait Gallery, Londres)

Manuela Perea, La Nena (por G. Herbert Watkins, National Portrait Gallery, Londres)

Para fortuna de todos, apenas se operó el cambio cuando la Nena tornó á aparecer. Cuando esta bailarina estaba en escena, no se miraba á la decoración, se miraba á ella, y ella, por más que se ataviase á la francesa, era andaluza de ley, desde la punta del pie al cabello. Lástima que en el paso mímico de este cuadro se recordase más de lo debido la música de las sílfides de la ópera italiana.

Vuelve á sonar la campanilla que anuncia otra mutación y aparece el lugar de la fiesta: uno de esos ventorrillos andaluces, con su toldo á la puerta, sus tapias blancas y su cerca de tableros mal unidos; á donde se dirije (sic) la maja en seguimiento de su amante, después de vacilar un segundo entre los celos y el orgullo. En este cuadro tuvo lugar el paso del velo, paso que yo hubiera llamado de la mantilla, porque blanca o negra, mantilla fue, y mantilla manejada con todo el salero de la tierra de María Santísima, la que sacó la Nena, y tras las blondas de la cual se veían brillar a intervalos sus ojos negros como el azabache.

Después de un corta escena de si me conoces, si no te conozco, la maja que sorprendió á su amante infraganti delito de coquetería, se descubrió airada; pero su ira duró poco, sus celos fueron como aquellas flores del cantar, hoy son flores azules, mañana serán miel.

Y en verdad que el abrazo, señal de reconciliación con su amante, debió ser miel, y miel muy superior a la de la misma Alcarria.

Manuela Perea, La Nena (por R. J. Lane, National Portrait Gallery, Londres)

Manuela Perea, La Nena (por R. J. Lane, National Portrait Gallery, Londres)

En este punto comenzó lo mejor del baile.

La Nena, desembarazada de la mantilla, bebió algunas cañas á la salud de los presentes, y comenzó un zapateado de buten. A este zapateado non plus de la gracia y del salero de la tierra, siguieron unas boleras bailadas a la perfección por la Nena y Moragas.

Al comenzar esta parte con que terminaba el espectáculo, todo lo hizo olvidar aquella mujer con su rumbo y su trapío, y su maravillosa e inconcebible agilidad. Se olvidaron las decoraciones, los pasos mímicos, los comparsas vestidos de color de ante, la toilette afrancesada que vestía; porque ella, la Nena, era la encarnación de Andalucía, ella que huye y vuelve, que se repliega sobre sí misma y se crece, que ahora da un desplante que levanta en peso, después una vuelta que aturde y fascina.

Ésa era la Nena, ésa era la Nena, guardadora fiel de las tradiciones andaluzas; de esas tradiciones que comenzaron a perderse hace cuarenta años, y de las que hoy día no queda más que un recuerdo.

La civilización ¡oh! la civilización es un gran bien; pero, al mismo tiempo es un rasero prosaico, que concluirá por hacerle adoptar á toda la humanidad un uniforme.

España progresa, es cierto; pero, a medida que progresa, abdica de su originalidad y de su pasado.

Manuela Perea, la Nena (por Guy Little, Victoria & Albert Museum, Londres)

Manuela Perea, la Nena (por Guy Little, Victoria & Albert Museum, Londres)

Los trajes, las costumbres, y hasta las ciudades se transforman y pierden su sello característico y primitivo.

Toledo para los amantes de las glorias y las leyendas de los siglos que han sido, y Sevilla para los entusiastas de las costumbres características de un país, debieran dejárnoslas intactas, siquiera para muestra. Pero no: llegará un día en que Toledo vea por tierra su histórico y extraño Zocodover; un día en que sus calles estrechas, tortuosas y llenas de sombra y de misterio, se transformen en boulevares, vendrá un tiempo en que el pueblo andaluz vestirá con blusa y gorra, como los obreros catalanes, trasunto fiel de los franceses; habrá más moralidad, más ilustración; en vez de reunirse en bulliciosas zambras á las puertas de los ventorrillos, acudirán al teatro; en vez de comprar los romances de los siete niños de Écija, y cantar cantares flamencos, leerán periódicos y tararearán aires de ópera; todo esto es mejor, seguramente, pero menos pintoresco, menos poético; dejad, pues, que mientras se regocija el pensador y el filósofo, lloren su pérdida el pintor y el poeta.

El pintor y el poeta, que sienten no ver salir aún de las antiguas fortalezas, y haciendo crugir (sic) el colgadizo puente con la pesadumbre de un caballo de hierro, al señor feudal que marcha al combate precedido de su pendón de ricohombre y escoltado por su mesnada.

El pintor y el poeta, que desearían ver aún en los desiertos anfiteatros luchar a los atletas desnudos y volar a bellísimas Aspasias con el seno levantado por la fatigosa respiración en pos del premio de la carrera…

Eduardo de Lustonó

Noviembre 1901

* Artículo publicado en El Liberal de Sevilla el 26 de noviembre de 1901. Ha sido localizado por José Luis Ortiz Nuevo y se encuentra disponible en el Centro Andaluz de Documentación del Flamenco de Jerez de la Frontera.