Flamencas por derecho

Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Flamencas por derecho - Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Juana la Macarrona en los escenarios europeos (III)

El gran éxito de las gitanas en la Exposición depende, entre otros factores, de la renovación constante de su repertorio con bailes llenos de exotismo, como el “tango alegría” protagonizado por La Macarrona:

“Las Gitanas siempre llenan la sala en el Gran Teatro de la Exposición. Este éxito se explica por el hecho de que, al contrario que en otros espectáculos de la Exposición, que son siempre lo mismo, el programa de las Gitanas ofrece cada semana al público nuevas atracciones

Después del Tango, el Baile del Novio, la Alegría y el Ole gracioso andaluz, el gran éxito de la monísima Soledad, acaban de ofrecernos tres nuevos bailes que atraerán a todo el público francés y extranjero; un tango a cuatro por la Macarrona, Reyes, Pichiri y Dolores; una muy graciosa Sevillana, que bailan a las mil maravillas Chivo, Matilde, Sánchez y Soledad; y por último un Tango alegría lleno de carácter, que comienza la Macarrona, la estrella de la compañía, a la que se une en seguida el Chivo, y después toda la troupe. Los amantes de los bailes exóticos podrán pasárselo en grande” (L’Intransigeant, 9-10-1889). (1)

Juana la Macarrona

Juana la Macarrona

En ese número, la gran artista jerezana no sólo seduce al público con su terpsicóreo arte, sino que además se atreve a echarse un cantecito:

“… La Macarrona no era peor acogida en su tango alegría, que formaba como una especie de escena: ella comenzaba por cantar uno o dos cuplés, a los que seguía un paso cómico; después su baile se volvía tranquilo y casi lánguido, y luego se iba animando poco a poco, se desarrollaba en una suerte de crescendo, en evoluciones que pasaban casi al estado de convulsiones, y terminaba de una manera loca en una especie de arrebato furioso, de una audacia y una osadía extraordinarias” (Le Ménestrel, 11-5-1890).

Artistas con personalidad propia

Los otros integrantes de la compañía también disfrutan su momento de gloria. Cada uno tiene su estilo y ejecuta los bailes de manera diferente a los demás: “… todos esos pasos, generalmente tan sabrosos y originales, estaban lejos de parecerse, aparte de que cada bailaor y cada bailaora tenía su propia personalidad, bien definida” (Le Ménestrel, 11-5-1890).

Entre las mujeres destaca especialmente la joven Soledad, de catorce años de edad, que comparte protagonismo con La Macarrona. A decir de los cronistas, posee una extraordinaria belleza y baila con inmenso arte el Ole gracioso andaluz:

Soledad es bonita, con sus ojos nobles de joven halcón, con sus grandes cintas, una de las cuales le oculta la mitad del rostro, como una negra ala de cuervo; y, en el vito, hace piruetas apasionadamente, se inclina, se vuelve a levantar, parece estar aquí, salta allí, se extiende toda como la curva de un arco, y vuelve a llevar la cabeza hasta las rodillas, como si quisiera desabrocharse las ligas con los dientes” (L’Écho de Paris, 2-10-1889).

“Uno de los grandes éxitos era para Soledad en su ole gracioso; en él tenía meneos, saltos, movimientos de culo, giros de caderas, poses y actitudes unas veces extrañas y brutales, y otras flexibles y felinas, a las que su encantadora gracia y su vivacidad daban un sorprendente sabor” (Le Ménestrel, 11-5-1890).

Las Gitanas en la Exposición de París (Le Monde Illustré, 31-8-1889)

Las Gitanas en la Exposición de París (Le Monde Illustré, 31-8-1889)

Su hermana Viva, de sólo ocho años de edad, “es una culebra que tendría por cola dos sonoros pies” (L’Écho de Paris, 2-10-1889), y Matilde, la mayor de las tres hijas del Chivo, se mueve con una mezcla de sensualidad e inocencia en el baile del novio, “que comenzaba con una suerte de escena de pantomima y terminaba en una especie de jaleo muy animado” (Le Ménestrel, 11-5-1890).

Matilde se revuelve incansablemente; pero -sin hacerlo a propósito, imagino- ella añade a los más desenfrenados movimientos, a las torsiones menos excusables, la ingenuidad de una infancia que no tiene en absoluto el aspecto de saber lo que hace. Ella despierta la idea de una chiquilla que repetiría inconscientemente los propósitos y las maneras de cualquier compañera descarada; y eleva hacia el techo su pierna con un imperturbable candor; ¡pero la levanta muy alto!” (L’Écho de Paris, 2-10-1889).

El fandango que bailan las tres junto a su padre es “una de las cosas más curiosas que se pueden imaginar, por la fuerza, la fogosidad y, si puede decirse, el salvajismo al que se entregan” (Le Ménestrel, 11-5-1890).

Otra bailaora que llama bastante la atención, y no por su belleza, es Juana, una mujer vulgar, con “una fisonomía extraordinaria y un poco salvaje” (Le Ménestrel, 11-5-1890), que imprime al tango la mijita de ordinariez y descaro que no pueden faltar en ese baile:

Juana -la que grita: ¡Olé! y otras palabras que afortunadamente no se comprenden, con una enorme boca roja de bonitos dientes carnívoros, y con una voz que evoca la idea de un gozne de puerta que querría cantar-, Juana sorprende más de lo que encanta por el verbo arrabalero de sus gestos que envían la falda a todos los diablos y por las impúdicas semejanzas de sus contoneos. Pero, ¡Dios!, la sólida y valiente criatura, buena para ser la favorita de un bandido, ¡es casi como un bandido ella misma! Si nos citara en la esquina de un bosque, dudaríamos, divididos entre el placer de verla y el miedo a encontrarnos con ella” (L’Écho de Paris, 2-10-1889).

Concepción, Lola, Reyes, Dolores, Antonia o Pepa también merecen alguna mención por parte de los cronistas, especialmente esta última, cuyo tango bailado con Pichiri nada tiene que envidiar a la danza del vientre que las almées egipcias interpretan en otro lugar de la Exposición:

“… el bailaor Pichiri, un gran mozo de tez aceitunada, seco como una cerilla, que, sujeto por sus pantalones ceñidos, se contoneaba de la forma más extravagante. También estaba Pepa, una gorda alegre, una pícara consumada, rolliza como un pichón, con los brazos más bonitos del mundo […]. Para bailar, ella se plantaba sobre la oreja un sombrero de hombre; pero con Pichiri comenzaba una suerte de tango que todo el mundo aplaudió. Levantando con la mano izquierda su falda, como si temiera perderla, con el puño apoyado sobre su trasero extra-andaluz, ejecutaba una especie de danza del vientre, sugestiva de una forma distinta a la del meneo frío y mecánico de la calle del Cairo” (Le Ménestrel, 11-5-1890).

Pepa y Pichiri bailando el tango (Le Monde Illustré, 31-8-1889)

Pepa y Pichiri bailando el tango (Le Monde Illustré, 31-8-1889)

Opiniones encontradas

Paradójicamente, esta admiración que expresan los periodistas franceses hacia las gitanas españolas no coincide en absoluto con la visión de Emilia Pardo Bazán, corresponsal en París durante la Exposición, que plasma en un artículo sus impresiones sobre esas artistas:

“… las de la Exposición se pasan de feas, traperas, descocadas, inhábiles en bailar y aguardentosas en cantar. La estrella de la compañía es la Macarrona (¡vaya un nombre para gitana! ¡Si dijese Macarena!), la cual baila un poco mejor y no carece de sandunga; así es que los franceses la consideran una hurí, una Carmen, y se pirran por sus pataditas y sus quiebros. El resto de las gitanas repito que no colaría por acá, ni tiene que ver con las famosas bailadoras de Silverio y otras artistas de lo fino del género, en que caben muchos grados y hay seda y estopa.

Convencidas, tal vez por exhortaciones del empresario, de que el carácter es la exageración y la grosería, las gitanas del Campo de Marte toman cada postura y se permiten cada desplante, que abochorna” (La España Moderna, octubre de 1889).

No obstante, a pesar de ese descaro y esa osadía que se les atribuye, las gitanas también saben lo que es el miedo escénico, y así se pone de manifiesto cuando la reina Isabel II, exiliada en Francia, asiste a una de sus representaciones en el Gran Teatro de la Exposición. Afortunadamente, la oportuna intervención del regidor del teatro las ayuda a recuperar la confianza y a sumar un nuevo triunfo:

“Las gitanas del Gran Teatro de la Exposición intimidadas, eso nunca se había visto. Este hecho se produjo ayer tras la entrada en la sala de S. M. la reina Isabel, que visitaba el Campo de Marte, acompañada de una de sus damas de honor y de dos chambelanes.

Fue necesario que el regidor subiera la moral de las bailaoras, que por fin se decidieron a comenzar sus bailes. Su Majestad disfrutó mucho con ellas y les aplaudió repetidas veces. Por lo demás, las gitanas se superaron y la representación terminó con el entusiasmo que ponen habitualmente en sus bailes estas españolas morenas” (Le Gaulois, 13-10-1889).


NOTA:
(1) La traducción de todos los textos extranjeros es nuestra.