“Ésta es la que hace muchos años reina en el arte de bailar flamenco, porque la dotó Dios de todo lo necesario para que así sea: cara gitana, figura escultural, flexibilidad en el cuerpo, y gracia en los movimientos y contorsiones, sencillamente inimitables”. Con estas palabras retrataba Fernando el de Triana a Juana la Macarrona, en su obra Arte y artistas flamencos (1935).
Juana Vargas de la Hera, que así se llamaba esta bailaora, vino al mundo en Jerez de la Frontera el 3 de mayo de 1870 y recibió las aguas bautismales tres días más tarde en la parroquia de Santiago. Su padre, Juan Vargas, era guitarrista y su madre, Ramona de la Hera, cantaora. Su hermana María también bailaba y cantaba, y juntas recorrerían muchos escenarios.
“Mi padre tocaba la guitarra y mi madre se cantiñeaba. Cuando yo tenía diez años, me llevaban a la Feria, me ponían encima de una mesa, donde yo bailaba, y luego pasaban la batea” (ABC, 15-12-1945), relata Juana. Su fama pronto llegó a la capital malagueña, donde fue contratada por dos años en el Café Siete Revueltas. Más tarde se trasladó a Barcelona, para actuar en el Café Alegría, siempre según el testimonio de la artista.
En 1886, se instaló por primera vez en Sevilla (1), en el Café de Silverio, donde coincidió con artistas de la talla de Fosforito, Antonio Chacón, Juana Antúnez, Rosario La Honrá y Mariquita Malvío, por citar sólo a algunos de sus compañeros de cartel. Fue allí donde la descubrió un cuñado del torero Mazzantini, que la llevó a Madrid por unos meses.
París, Berlín, Moscú…
La Macarrona se encontraba ya de vuelta en Sevilla, esta vez en el Burrero, cuando la requirieron para actuar en el Gran Teatro de la Exposición Universal de París de 1889. “Tenía yo entonces diecisiete años. Estuve tres meses. Mi padre tocaba la guitarra. Le bailé al zar de Rusia y a Isabel II, que estaba allí. Fuimos con un cuadro de gitanos. Ellos llegaron antes. Por mí fueron en un viaje especial, extraordinario, aparte de todos”, refiere Juana. “Aquello fue tremendo. Los periódicos hablaban cosas grandes de mí, de mi arte”.

Una de las Macarronas, en su juventud
Efectivamente, en la prensa de la época se pueden encontrar testimonios como el que nos ofrece La Ilustración Española y Americana, que el 18 de agosto de 1889 publica una crónica del espectáculo en que debutó la Macarrona, y atribuye las siguientes palabras al Shah de Persia: “Andad y decid a esa serpiente […] que la mejor de mis odaliscas palidece al lado de semejante estrella”.
Convertida ya en una afamada y reconocida bailaora, la siguiente etapa de su periplo la lleva de nuevo a Madrid, donde consigue un contrato en el Café Romero. Sin embargo, buena parte de las referencias sobre Juana que aparecen en la prensa de esos años tienen que ver con un hecho que va más allá de lo puramente artístico.
Así, en 1893 son varios los periódicos que se hacen eco del “rapto” –o, más bien, la huida- de la Macarrona con un adinerado capitalista. Ella misma lo contará años después, como una anécdota más de su etapa madrileña: “se enamoró de mí un banquero muy rico. Iba todas las noches. Me regalaba muchos brillantes. Y yo, mosita. Muchos regalos, pero yo honradita, ¿eh? Se gastaba un dineral en el café. Hasta que, a los dos años de hacerme el amor, me escapé con él. […] Pusimos casa, ¡qué casa!, y ya no trabajé más. Pero yo no me adaptaba”.
Los últimos años del siglo los pasó Juana entre Madrid y Sevilla, actuando en el Liceo Rius y en el Salón Variedades de la capital de España, así como en el Novedades hispalense, entre otros locales. Bailó ante grandes personalidades y volvió a pasear su arte por Europa. En 1895, la prensa contiene informaciones sobre el viaje a Berlín de una compañía integrada por dieciocho cantaores, bailaores y guitarristas flamencos, contratados por cuatro duros diarios cada uno.
“El espectáculo es nuevo para los alemanes, y a juzgar por lo que dicen de los gitanos españoles los referidos periódicos, el número que más agrada es el de los bailables sevillanos. […] La Macarrona, La Cotufera y las hijas del Ciego, hacen las delicias de los alemanes en los diferentes números de baile flamenco que ejecutan. De la Macarrona se ocupan bastante los periódicos” (La Correspondencia de España, 5-4-1895).
También data de esa época su viaje a Rusia, si hacemos caso a César González Ruano, que en 1947 escribe lo siguiente en La Vanguardia: “Juana, ‘la Macarrona’, contaba a todos que había bailado a ‘los Zares de las Rusias’, y esto que quedaba pintoresco, barroco y lejano, era la pura verdad. Yo he conocido a Fabián de Castro, que, como guitarrista, se fue con ella a las Rusias, y con ella triunfó. […] actuó en el Palacio Imperial de los Zares, en mil ochocientos ochenta y tantos, y en un gran café”.
Nuevo siglo y nuevos triunfos de la Macarrona
Madrid, Sevilla y París siguen siendo las principales paradas en la ruta de Juana la Macarrona durante los primeros años del siglo XX. Locales como el Salon de Actualidades y el teatro Eslava de la capital de España son testigos de sus éxitos.
Entre 1908 y 1909, la bailaora viaja a París en varias ocasiones. Es “contratada por una reunión de franceses para actuar una sola noche ante ellos” (El Globo, 11-6-1908), y más tarde se presenta en el Pré Catalán, donde canta, baila y hace las delicias del público:
“Salta sobre la mesa el Faíco y se baila un tango desenfrenado, mientras la Macarrona -nuestra legendaria institución flamenca– dándose un golpe en el ala del cordobés y sonando los palillos grita: ‘¡Caballero!, ¡caballero!’
– ¡Ole!– exclama la concurrencia de señoritos de frac y muchachas de toilettes de baile… […] – En tanto, la Macarrona se ha preparado la ‘salida’ y continúa:
‘Fue mi madre una gitana,
y mi padre un caballero
de ésos que pelan borricos
en Puerta del mataero…’
Nadie la entiende; pero ¡no importa! Ha puesto la cara pícara, ha guiñado los ojos a tres o cuatro señoritos, hace un ruido infernal con las manos y con los pies, y todo el mundo la aplaude…” (Blanco y Negro, 11-7-1908)
De nuevo en Madrid, en 1911 presenta con gran éxito su espectáculo “Una fiesta en Sevilla” en el Teatro Romea, junto al bailaor Rafael Ortega; y triunfa en el Trianón Palace, con “Fiesta andaluza”, dirigido por la guitarrista Adela Cubas. “No se cansaban los espectadores de aplaudir ni la artista cañí de bailar y cantar farrucas, chuflas, garrotines y todos los bailes del género flamenco, en los que la Macarrona resulta insuperable por el carácter, la gracia y el clasicismo” (Heraldo de Madrid, 17-6-1911).
Vuelve a París un año más tarde, invitada por Julia Borrull a la inauguración de un restaurante flamenco, y ofrece un recital en el Olympia. Triunfa de nuevo en el Romea madrileño, y en 1914 recala otra vez en Sevilla, en el Salón de Novedades, donde comparte escenario con artistas como la Malena, la Sordilla, la Melliza, la Roteña, la Trini, Rita Ortega, la Macaca o la Junquera. Pablillos de Valladolid, en la revista Por esos mundos, describe así el baile de la Macarrona en el Novedades:
“Álzase de su silla con la majestuosa dignidad de una reina de Saba. Soberbiamente. Magníficamente. Sube los brazos sobre la cabeza como si fuese a bendecir el mundo. Los hace serpentear trenzando las manos, que doblan las sombras sobre las sombras de sus ojos. Ha llegado al fondo del tabladillo, y tras el revoleo de su falda almidonada, oculta al tocaor. Y así parece que del mismo cuerpo de la Macarrona brotan los acordes trágicos de la guitarra. Desde el fondo avanza redoblando su taconeo sobre el tabladillo, del que se alza el polvo como una nube que fuese a elevar hacia el cielo a la bailaora. Lentamente, con una cadencia religiosa, desciende los brazos hasta doblarse a la altura del vientre, que avanza en una lujuriante voluptuosidad. […]
Gira. Se expande por el escenario el amplio vuelo almidonado de la gran cola blanca del vestido de batista. […] Sobre su cara de marfil ahumado, la blancura agresiva y sucia de sus ojos, y sobre su pelo negro y mate, se desmaya un clavel que cae rendido de estremecimientos en el redoble final de aquellos pies de maravilla calzados con zapatillas de carmín, como si hubiese un charco de sangre a sus pies.
[…] La Macarrona se transfigura. Su cara negra, áspera, de piel sucia, cruzada de sombras fugitivas, entre las que relampaguean los ojos y los dientes, se ilumina […]. Es tan grande la belleza de la línea del cuerpo, que arrolla la fealdad de la cara. Sin duda que el espíritu de esta mujer en otra carne bailo en el palacio de un faraón. Y en la corte de Boabdil”.
…
NOTA:
(1) Según el padrón de Sevilla, en 1889 Juana Vargas (19 años) vivía en el número 78 de la Alameda de Hércules, junto con sus padres -Juan Vargas Monge y Ramona de la Hera Valencia-, su hermano Vicente (también de 19 años) y su hermana María (de 9 años).
En 1902, la bailaora aparece censada junto a sus padres y su hermano en el número 1 de la calle Torrejón.