Flamencas por derecho

Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Flamencas por derecho - Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Concha la Carbonera… Y la gracia se hizo tango (II)

Tras varios meses de triunfos en Valencia y Barcelona, en octubre de 1879 Concha Rodríguez debuta en el Teatro de la Bolsa de Madrid. Desde el mes de mayo actúa en dicho coliseo una compañía flamenca por la que van pasando algunos de los artistas más destacados del momento: los bailaores Trinidad Cuenca, Antonio el Pintor o Antonia la Roteña; los cantaores Juan Breva y la Loca Mateo; o los guitarrista Paco de Lucena y Manuel Ponce, por mencionar sólo a algunos.

“El cante flamenco, que en Madrid cuenta tantos entusiastas, se ha avecindado en el teatro de la Bolsa. Allí se presenta todas las noches, con acompañamiento de palmoteo, rasguear de guitarra, zapateado y ¡joles! Y es de ver cómo el público le recibe cariñoso. Los aplausos le han hecho atrevido, y ayer se presentó por la tarde ofreciendo un programa de soleás, peteneras, seguidillas jitanas (sic), malagueñas y polos, que ni en Triana. La intentona ha salido bien. Hubo mucha gente y muchos aplausos” (El Liberal, 9-10-1879).

Concha la Carbonera (Foto incluida por Blas Vega en su libro Los cafés cantantes de Sevilla)

Concha la Carbonera (Foto incluida por Blas Vega en su libro Los cafés cantantes de Sevilla)

La Carbonera es anunciada por primera vez el 11 de octubre, junto a dos de sus inseparables compañeras de los últimos meses, las bailaoras Isabel Santos e Isabel Delgado:

“Mañana sábado, 11 de Octubre, se verificará en el teatro de la Bolsa el segundo concierto flamenco, en que tomarán parte el conocido profesor de guitarra D. Carlos García y las aplaudidas artistas del género flamenco, Isabel Santos, Isabel Delgado y Concepción Rodríguez (la carbonera)” (La Discusión, 10-10-1879).

No obstante, estas tres bailaoras sólo permanecen un par de semanas en el Teatro de la Bolsa, de donde son despedidas por su actitud poco respetuosa, según anuncia La Época:

“Atendiendo a las quejas de algunos concurrentes al teatro de la Bolsa, la empresa del mismo ha rescindido la escritura con las artistas flamencas Isabel Santos, Concha Rodríguez (Carbonera) e Isabel Delgado, hallándose dispuesta la misma a no consentir que por ninguno de los artistas contratados se falte a los respetos debidos al público. Aplaudimos estos propósitos” (La Época, 26-10-1879).

Por tierras andaluzas

A partir de esa fecha, la hemeroteca digital no nos ofrece demasiadas pistas de Concha la Carbonera. Ello no significa que la artista se haya retirado de los escenarios. Más bien nos inclinamos a pensar que posiblemente se encontrara en Sevilla, pues, como se sabe, la prensa de esta ciudad aún no puede consultarse en línea.

De hecho, en junio de 1881 el Diario de Córdoba la sitúa en la ciudad califal, junto a un grupo de artistas procedentes del Salón Filarmónico de Sevilla:

“SALÓN FILARMÓNICO DE SEVILLA EN CÓRDOBA

Concierto de cante y baile flamenco en el local situado en la calle del Gran Capitán inmediato a la casa del señor Marqués de Gelo, en que tomarán parte las célebres y simpáticas jóvenes Antonia Pachecho (a) La Roteña, Concha Rodríguez (a) La Carbonera, Encarnación Agreda, Isabelita Santos y la niña de 5 años admiración de todo el mundo Salud Vargas. Los incomparables Manuel Romero, cantador por soleares, seguidillas, polos, cañas, malagueñas, peteneras y cantiñas, y Manuel González, fiel intérprete del baile flamenco” (Diario de Córdoba, 5-6-1881).

Concha la Carbonera junto a otras bailaoras en El Burrero de Sevilla (Beauchy)

Concha la Carbonera junto a otras artistas en El Burrero de Sevilla (Beauchy)

Un año más tarde volvemos a toparnos con el nombre de La Carbonera en negro sobre blanco en la revista Asta Regia, que hace referencia a una actuación de la artista en el Teatro Eguilaz de Jerez. Se trata de un artículo bastante irónico que, más que informar sobre el evento, pone en entredicho la categoría del flamenco como manifestación artística:

“Iba a hacer punto final; pero me he acordado de nuestro teatro de Eguilaz y no quiero cometer la imperdonable omisión de no hablar de él.

Siempre estoy oyendo que los teatros están cerrados; pero ahora no se quejarán Vds.

Verdad es que no han actuado en él compañías notables líricas o dramáticas; pero ha lucido sus portentosas habilidades una compañía lírico-coreográfica de… cante y baile flamenco.

Y vayan Vds. a decir a un flamenco de pur sang que el Marrurro, el Mezcle y la Carbonera no son artistas y artistas notabilísimos, y la contestación será una puñalaíta hasta la mano con que tratarán de convencerles.

Nada, lectores míos: ¡viva el cante flamenco, suprema expresión del arte!

¡Vivan los toros, síntesis de la civilización y humanitarios sentimientos!

¡¡¡Vivaaaaaaa!!!” (Asta Regia, 8-5-1882).

La estrella del Burrero

En verano de 1885, Concha forma parte del elenco de la sucursal veraniega del Café del Burrero de Sevilla, establecida por Manuel Ojeda junto al Puente de Triana. Así lo atestigua el cartel anunciador de la inauguración de dicha nevería, incluido por Manuel Bohórquez en su libro El cartel maldito (1).

En él también figuran, entre otros artistas, los bailaores Antonio el Pintor, Lamparilla, Juana Valencia y Juana Antúnez; los cantaores María la Serrana, Concha la Peñaranda, Juanaca, José León (La Escribana) y El Canario; y el guitarrista Antonio Pérez.

Trinidad la Cuenca (Foto de Emilio Beauchy)

Trinidad la Cuenca (Foto de Emilio Beauchy)

A esa época nos traslada Fernando el de Triana (2), que describe algunos de los números protagonizados por La Carbonera y su pareja artística en El Burrero, el cantaor José León, ‘La Escribana’. No se podía tener más arte ni más poca vergüenza. Tras leer el siguiente pasaje, no nos extraña tanto que el público del Teatro de la Bolsa se escandalizara con sus ocurrencias:

“En el cuadro artístico que actuaba en el famoso café del Burrero (sucursal), junto al puente de Triana, figuraban dos artistas que, aunque parecían hombre y mujer, se decían ‘comadre’.

Una era la extraordinaria y graciosísima bailaora Concha la Carbonera, y la otra o el otro, o lo que fuera (aunque yo me creo que de hombre no tenía más que la ropa), era conocido por la Escribana […].

Esta pareja de comadres, como ellas públicamente se decían, no pensaba más que en la chufla y en divertirse cuanto más, mejor, alegrándose con todo lo que fuera destruirse la naturaleza.

Pasaba el tiempo, y con motivo del fracasado movimiento revolucionario del 19 de septiembre de 1886, echaron a volar los poetas populares un sin fin de coplas de tango, y entre ellas, la que se aprendió de memoria la Carbonera y la cantaba al compás de un graciosísimo tango que ella misma se bailaba, en cuyo número era sencillamente inimitable, además de ponerle los pelos de punta al numeroso público que acudía diariamente a escuchar a Concha, porque a la letra le unía una música arrebatadora y sentimental. Este era el tango:

Al ver la pena que sufren,
ten compasión, Reina regente,
de esos infelices niños
por obedecer a sus jefes.
En los rincones de su morada
qué tristes están
muchos ancianos
que sólo tú puedes consolar.
Si hubieran muerto,
¡cuántas familias visten de luto!
De tu persona y tu buen corazón,
se espera el indulto.
Jesucristo perdonó
a los que le maltrataron:
perdónalos tú también
a los pobrecitos del regimiento de Garellano.

¡Cuánto dinero le dio esto al Burrero!

Juana Valencia, La Sordita (Foto de Antonio Esplugas, ANC)

Juana Valencia, La Sordita (Foto de Antonio Esplugas, ANC)

También se formó después una gran comparsa muy bien vestida de bandoleros, con las mismas artistas del cuadro flamenco, en cuyos pasillos cómicos se destacaban la Serrana, Fernanda Antúnez, su hermana Juana, la Carbonera, el maestro Pérez y la Escribana […].

… Cuando esto ocurría, ya se había instalado don Manuel Ojeda el Burrero, con el café de su nombre, a la calle de las Sierpes, núm. 11 […].

El escenario era tan amplio, que en más de una ocasión llegaron a lidiarse pequeños becerretes de casta, formándose la cuadrilla lidiadora con los mismos artistas […]. Después de la corrida, venía el gracioso diálogo entre las dos comadres: – ¿Cómo tiene usté tanto miedo, comadre? – decía la Carbonera. – ¿Miedo yo? Eso usté, que no gana bastante pa jabón. – ¡So esaboría! ¡Que estaba usté viendo que me iba a comé er toro y no fue ni pa meterle la capa pa lleváselo! – Eso es: yo le metía la capa ar toro y si er toro me metía a mí er cuerno, ¿usté me lo iba a quitá? ¡Ni en broma! Y menos con la jindama que usté tiene, que le sale por la punta del poco pelo que le queda. – Yo lo que sé, que hasta mala me estoy poniendo de los sustos que paso con er mardito toreo, porque yo quisiera ser como usté, que to lo toma a chufla, de to se ríe y de na le da miedo”.

En esa misma época, además de triunfar en el Burrero Sevillano, Cocha Rodríguez también deleita con su gracia y su desparpajo al público de otros lugares. Por ejemplo, en septiembre de 1885 se presenta junto a Paco el Sevillano en el Café El Universal de Vigo:

“Frente a la Iglesia se ha instalado un café, ‘El Universal’, donde ‘Paco el sevillano’, ‘La Carbonera’ y ‘El Poyo’ tocador de guitarra, hacen denoche (sic) las delicias de los aficionados al cante flamenco” (Gaceta de Galicia, 7-9-1885). (3)


NOTAS:
(1) Bohórquez, M., El cartel maldito. Vida y muerte del Canario de Álora, Sevilla, Pozo Nuevo, 2009.
(2) Rodríguez Gómez, Fernando (el de Triana), Arte y artistas flamencos, Madrid, Imprenta Helénica, 1935.
(3) Esta referencia también la aporta Alberto Rodríguez Peñafuerte en su blog Flamenco de papel.


Trinidad “La Cuenca”, una estrella de fama internacional (I)

Durante los seis meses de andadura de nuestro blog, han pasado por estas páginas cantaoras, bailaoras y guitarristas que, a pesar del olvido en que el tiempo ha sumido a muchas de ellas, en su momento fueron grandes estrellas de la escena flamenca. Sin embargo, la que hoy presentamos las supera a todas, al menos en lo que a fama y proyección internacional se refiere. Se trata de la bailaora y guitarrista malagueña Trinidad “La Cuenca”, toda una pionera, que encandiló con su arte al público europeo y americano de finales del siglo XIX.

Trinidad Huertas, la CuencaTrinidad Huertas, la Cuenca

Trinidad Huertas Cuenca nació el 8 de mayo de 1857, en el número doce de la malagueña calle Jinetes, según reza en su partida de nacimiento, localizada por Manuel Bohórquez (1).

Inició su carrera artística cuando aún era una niña en su Málaga natal. El Avisador Malagueño nos ofrece el siguiente testimonio de una de sus primeras actuaciones, a los once años de edad:

“Nos escriben de Carratraca que la compañía flamenco bailable que actuaba en el café cantante situado en la calle de esta redacción, y que por consiguiente tan buenos ratos nos ha dado (Dios se lo perdone), está haciendo un verdadero furor en aquel pueblo, sobre todo la niña Cuenca que, según parece, baila con mucho estilo y arte, tanto por la escuela flamenca (y no de pintura) como en los graciosos bailes nacionales” (24-7-1868).

Según se desprende de esta información, a pesar de su corta edad, la joven apunta maneras. Por otro lado, también observamos que, desde el principio, Trinidad Huertas prefiere hacerse llamar por su segundo apellido, tal vez para diferenciarse del guitarrista murciano del mismo nombre.

Durante los años setenta, la Cuenca se presenta en distintos escenarios de Málaga (café de la Independencia), Almería (Casino Almeriense y Teatro Principal), Murcia o Jerez de la Frontera (Teatro Eguilaz), entre otras localidades.

En junio de 1879, la prensa sitúa a Trinidad Cuenca en Madrid, concretamente en el Teatro de la Bolsa, donde forma parte de un espectáculo dirigido por el mismísimo Silverio. El elenco es el siguiente:

Teatro de la Bolsa. En este teatro (calle del Barquillo, núm. 7) empezaron ayer, sábado, las funciones de canto y baile flamenco, habiéndose al efecto contratado la compañía siguiente, especial en su género y tan completa cual nunca se ha presentado en ésta. Director: don Silverio Fanconeti. Bailaoras y cantaoras: Trinidad Cuenca (La Bonita), Francisca (La Pastorcilla), La Niña del Malé, Luisilla (La Gaditana) y Pepa (La Cordobesa). Bailaores y cantaores: Antonio (El Pintor), Antonio Pérez (El Jerezano), José Caro (El Carito) y José Lara (Larita). Tocaor: Antonio Pérez (El Barbián)” (La Iberia, 1-6-1879).

Silverio FranconettiSilverio Franconetti

En los meses de agosto, octubre y noviembre de ese mismo año, La Cuenca vuelve a anunciarse en el citado teatro, donde comparte cartel con los cantaores Carmen Montaño, la Loca Mateo, Joaquín Mendoza y Manuel Romero; el guitarrista Paco de Lucena; y la bailaora Antonia la Roteña. La prensa publica el programa de las actuaciones, en las que Trinidad interpreta distintos palos flamencos, como alegrías o zapateados.

Primera aventura parisina

Poco después, la artista pone rumbo a París, junto a una compañía de cante y baile flamenco organizada por el Sr. Calzadilla, empresario del Teatro Athéneum. El espectáculo, en el que también intervienen otra figuras flamencas del momento, como la cantaora Dolores la Parrala y el guitarrista Paco de Lucena, se compone de tres cuadros de costumbres populares, denominados Un domingo en la playa de Málaga, Una plantación en Cuba y Una noche después de la corrida. El diario La Mañana ofrece la siguiente descripción de los mismos:

“En el primer cuadro aparece una plaza de Málaga con ventorrillos a derecha e izquierda. Majos y gitanas beben, cantan y bailan para celebrar alegremente el domingo. El guitarrista Paco de Lucena toca variaciones y aires nacionales que merecen los honores de la repetición. La Srta. Cuenca, vestida de majo, toma tan a conciencia su papel, que anima el cuadro con su galantería para con las damas y su juego escénico incesante y gracioso. […]

El segundo cuadro representa una plantación de Cuba y contribuye a dar variedad al espectáculo una serie de escenas, danzas y cantos populares de no escaso interés. […]

En el último, consagrado a costumbres andaluzas, aparecen toreros, majos y manolas divirtiéndose en un café de Sevilla, después de una corrida de toros. La escena que más interesa a los parisienses es la que simula todos los lances de una corrida, perfectamente imitada por la señorita Cuenca” (21-2-1880).

Otros diarios españoles también se hacen eco del gran éxito cosechado por el espectáculo:

“La compañía de cante y baile flamenco que organizada por el Sr. Calzadilla fue a París, ha hecho su debut en el teatro del Ateneum, de la calle de los Mártires. El público ha hecho una gran ovación, especialmente a la primera pareja de baile señorita Gómez y Sr. Prous, al guitarrista Paco y la Parrala que, según dicen en París, es considerada como una excelente contralto que canta admirablemente las malagueñas” (La Iberia, 15-1-1880).

“La compañía de baile española, bajo la dirección inteligente del Sr. Calzadilla, está haciendo furor, y el teatro del Atheneum se ve lleno todas las noches. […] Este personal compuesto de veinte individuos, ha sido escogido con mucho esmero y discreción, y las escenas hispano-americanas que ofrecen al público francés, son de gran verdad, de mucho carácter, y están ejecutadas con un brío y una propiedad sorprendentes. Todas las noches reciben nuestros compatriotas estrepitosos aplausos del público” (Diario Oficial de Avisos de Madrid, 21-1-1880).

La ParralaLa Parrala

La prensa francesa del momento tampoco escatima en elogios para el espectáculo, al que dedica no pocas líneas. En general, las crónicas publicadas en el país galo coinciden en destacar el tercero de los cuadros, por ser el más novedoso y atractivo para el público parisino, que acude en masa al teatro a fin de contemplar esa simulada corrida de toros, en la que Trinidad Cuenca interpreta el rol protagonista. Vestida de majo, la bailaora se mueve con gracia y soltura, y ejecuta ágiles zapateados mientras simula todas y cada una de las suertes del toreo. Veamos algunas de esas crónicas:

“Nada más curioso y más pintoresco que esta compañía. Para empezar, todo en ella es absolutamente español. Los decorados, el vestuario, las mujeres, los toreros y los boleros, todos llega directamente desde Sevilla. Se canta, se baila, se habla y se gesticula como en España. […] Los trajes son de una extraordinaria riqueza. Las estrellas de la compañía son las señoritas Gómez y Cuenca. La primera baila con una agilidad sorprendente y la segunda imita con una precisión destacable todos los ejercicios de los toreadores y de los toreros. Es un espectáculo de los más atractivos y por el cual realmente vale la pena darse un largo paseo” (Gil Blas, 17-1-1880) (2).

“… la atracción principal del espectáculo es el último cuadro de la noche. Como en los precedentes, se canta, se baila y se tocan las castañuelas. Lo único que tiene de particular es su corrida de toros. No hay nada más palpitante que ese terrible combate. Un valiente torero, representado por una pequeña española regordeta y muy agradablemente vestida con un traje ceñido, nos ha hecho experimentar todas las emociones de la plaza. Primero el juego de la capa; después viene el picador a caballo armado con su larga pica. Comienza la lucha, terrible; los espectadores españoles jadean. Se oye un grito… pero el picador herido pronto es recogido por dos toreros; un banderillero, que quizás entiende que el animal no ruge lo suficiente, le pincha dos banderillas en el cuello. Por último, el matador pone fin a nuestra ansiedad dándole al toro, después de varios pases brillantes, el golpe mortal, con grandes aplausos del auditorio. La parte española del público patalea. Está completo. A este combate sólo le falta un pequeño accesorio: el toro” (Le Figaro, 15-1-1880).

“¡Un rincón de Andalucía en la calle de los Mártires! […] Se trata también de cuadros muy pintorescos y llenos de colorido local, de escenas interesantes de las costumbres de Andalucía, que podrían hacernos creer que, en un abrir y cerrar de ojos, hemos sido transportados al otro lado de los Pirineos. Un domingo en la playa de Málaga, Una plantación en Cuba y Una noche en la corrida de toros son los tres cuadros, muy atractivos, que componen el espectáculo. El último, sobre todo, merece una mención muy especial, con su entrada de los toreros, cantando la marcha de las corridas de toros, Pan y toras (sic.), los bailes españoles de los majos y las manolas y el simulacro de un combate bien ejecutado por la Srta. Cuenca y, uno tras otro, el picador, los banderilleros y el matador. […] En conjunto, una velada muy agradable y un espectáculo muy curioso de ver” (Le Tintamarre, 25-1-1880, del francés).

Paco de LucenaPaco de Lucena

Es tal la aceptación de este espectáculo por el público parisino que, después de dos meses, aún sigue representándose en el Athéneum. El corresponsal de El Imparcial aporta nuevos detalles y curiosidades sobre el mismo, y describe en profundidad cada uno de los cuadros, especialmente el tercero, en el que siguen residiendo las claves de su éxito:

Cuadro tercero: costumbres de Andalucía. Es el delirio de lo cómico. La escena representa un salón en Sevilla la noche de un día de toros. Como en España todo el mundo es por fuerza gitano, contrabandista o torero, la gente se reúne en el patio y, siguiendo sin duda alguna severa ley de la etiqueta andaluza, va entrando en el salón formada en cuadrilla y entonando la marcha del Pan y Toras (para que no se asuste el público, se ha creído conveniente convertir en toras los toros de la célebre marcha). Mr. Paco de Lucena, coge la guitarra y principia a tocar, mientras al compás bailan unos cuantos monsieurs y mademoiselles.

Pero no tardan los bailarines en cansarse; hay allí, sin embargo, y por fortuna, un buen mozo que va a salvar el honor español, haciendo ver a esos gabachos lo que semos la gente de la tierra. El buen mozo se llama mademoiselle Cuenca, tiene un cuerpo bonito hasta dejárselo de sobra, y va a emprender la diversión favorita de las veladas sevillanas; ¡va a jugar al toro!

Con airoso paso da primero la vuelta al redondel y saluda a la presidencia. Coge luego la capa y se la tira al toro, llamándole a la lucha. Un bailarín se acerca y hace de picador de a caballo (!), sosteniendo en una mano las riendas y en la otra la pica de combate: la lucha principia, el toro embiste, y de una cabezada hiere al caballo del picador, simpático personaje que se levanta ayudado por dos toreros entre la conmiseración de las damas de palcos y butacas. Llegan los banderilleros, armados cada uno de dos banderas (!) con punta de hierro; se lanzan sobre el animal y se las hunden en el cuello (¡bárbaros!). Toca por último su turno al matador, que armado de espada y bandera (¡ni que fuera cada torero una casa recién acabada!), obliga al toro a aceptar la lucha, le persigue y acaba por tenderle de un volapié o de una arrancando.

La gente aplaude, vuelve a empezar la zambra y el jaleo, y le telón cae sobre los últimos compases de un bailoteo desenfrenado” (8-3-1880).

NOTAS:

(1) Recientemente, Faustino Núñez ha publicado, en el blog “el Afinador de Noticias  la partida de nacimiento de María de los Dolores Asunción (Trinidad) Huertas Cuenca, nacida en Málaga el 21 de julio de 1851, de los mismos padres que Trinidad María de la Concepción Bernarda Huertas Cuenca, a quien pertenece el documento encontrado por Manuel Bohórquez. Núñez plantea la duda de si ‘nuestra’ Trinidad Cuenca sería la primera o la segunda de las hermanas, ya que, entre la variedad de nombres que ambas acumulan, figura el de Trinidad. No obstante, y a falta de confirmación, optamos por pensar que debe de tratarse de la segunda, que es quien lleva dicho nombre en primer lugar. Por otra parte, de haber nacido en 1851, en 1868 tendría 17 años, por lo que no sería ya una “niña”, apelativo con el que se refiere a ella la prensa en ese mismo año.

(2) La traducción de todos los textos de periódicos extranjeros es nuestra.


Rita la Cantaora, un mito muy real

Si ha existido una mujer en la historia del flamenco cuyo nombre se asocia indefectiblemente al atributo de cantaora, ésa es, sin duda, Rita… “Rita la cantaora”.

Rita la Cantaora (<em>Estampa</em>, 8-6-1935)Rita la Cantaora muestra la bata que lució en su última actuación (Estampa, 8-6-1935)

Aunque hay quienes puedan pensar que se trata de un personaje de ficción, de una mera metáfora creada para dar sentido al popular dicho -“Eso lo va a hacer Rita la cantaora”-, lo cierto es que Rita existió y, según hemos podido comprobar, su fama fue merecida, pues no en vano se convirtió en una de las artistas flamencas más destacadas de su tiempo. De hecho, y por mencionar sólo un ejemplo, en 1885 el periódico El Enano le dedicaba un largo poema, del que reproducimos algunas estrofas:

“Del pueblo andaluz señora,
todo el elogio merece,
que su mirar enamora,
que una rosa que florece
es Rita la Cantaora.

[…]

Su bello rostro es moreno,
con su sonrisa me encanta,
y de placeres me lleno,
es redonda su garganta
y es curvilíneo su seno.

Su talle airoso se mueve
lo mismo que una piragua;
nadie a igualarla se atreve
y desliza su pie breve
como una linfa del agua.

[…]” (El Enano, 3-8-1885).

Rita Giménez García nació en 1859 en Jerez de la Frontera, si bien algunos autores, como Núñez de Prado, la creen oriunda de Sanlúcar de Barrameda. Desde muy joven destacó por sus dotes para el cante y el baile flamenco, que pronto se convirtieron en su medio de vida.

Rita interpretaba con maestría los cantes considerados mas difíciles, sobre todo las malagueñas y soleares, y derrochaba gracia a raudales en los palos festeros, especialmente en las bulerías de su tierra. Incluso era capaz de marcarse unos pasos de baile en sus propias actuaciones. Según distintas fuentes, precisamente las envidias suscitadas por esa superioridad de la cantaora podrían encontrarse en el origen del referido dicho, que se extendió por toda España y sigue usándose en nuestros días.

La estrella de los cafés cantantes madrileños

Rita desarrolló la mayor parte de su trayectoria profesional en Madrid, donde se convirtió en una figura destacada de los cafés cantantes. En una entrevista concedida a la revista Estampa en 1935, ella misma relataba cómo fueron sus comienzos en la capital de España:

“Una ve me oyó un agente teatrá, y me contrató. Trabajé por primera ve con las Macarrona y Juan Breva. […] Era en la caye Arcalá, mismamente aonde está ahora la Equitativa. Entonse había un solá; en é hasíamo teatro de verano” (Estampa, 8-6-1935).

El cantaor Juan BrevaEl cantaor Juan Breva

Así, pues, Rita debutó en el Café Romero, junto a algunas de las estrellas más rutilantes del universo flamenco de la época, como las bailaoras Juana y María Vargas, las Macarronas, y el cantaor Juan Breva. En aquellos gloriosos años, la cantaora también coincidió con Francisco Lema, Fosforito, las hermanas Coquineras o la Paloma; y, ya en los años veinte, compartió escenario con Manuel Pavón y Manuel Escacena, entre otros artistas.

La prensa de la época se hace eco de algunas de sus actuaciones. Así, por ejemplo, sabemos que en marzo de 1892 Rita participó en una función benéfica celebrada en Madrid. El espectáculo consistía en la representación de la obra Mi mismo nombre y en la actuación de un cuadro flamenco integrado por grandes artistas, como el cantaor Juan Breva, la bailaora Pepa Gallardo, la Coquinera o el guitarrista Paco de Lucena, además de la propia Rita.

En agosto de ese mismo año, en el madrileño Circo de Parish se representa la pantomima La feria de Sevilla, con la participación de la bailarina Soledad Menéndez y, “en el cante y baile flamenco, Juan Breva y Rita la de Jerez” (El Heraldo de Madrid, 9-8-1892).

Entre 1984 y 95, Rita aparece en varias ocasiones en el cartel del Liceo Rius, siempre junto a artistas de primerísimo nivel. Veamos algunos ejemplos:

“El viernes 25 se celebrará en el Liceo Rius una función extraordinaria de cante y baile andaluz, bajo la dirección del conocido cantaor José Barea. En esta función tomará parte todo lo más distinguido del gremio de cantaores y bailaores existentes en Madrid. Con decir que entre los artistas de ambos sexos figuran entre otros la Macarrona, Rita García, las Borriqueras, Matilde Prada, el Breva, el Malagueño, Barberán, Medina y Barea, basta para que los aficionados a este género estén de enhorabuena” (El Heraldo de Madrid, 23-5-1894).

“Esta noche, en el Liceo Rius, gran festival de cante y baile andaluz, organizado y dirigido por el célebre Juan Breva. Bailarán las Borriqueras, la Paloma, Luis Pérez y el Pichiri; cantará Rita García, por el estilo de Chacón y Fosforito, y por los suyos propios el Breva, el de Jerez, Barea y José Calvo. […]” (El Imparcial, 11-12-1894).

“Mañana por la noche, en el Liceo Rius […]. Bailarán las Macarronas, la Borriquera, Adela Ayala, Dolores López, Manuela Romero, Luis Perea y el Pichiri. Cantarán Rita García, Adela Ayala, Félix Magán, Paco el Malagueño, Revuelta, el Tuerto de Madrid y otros. […]” (El Imparcial, 31-1-1895).

“Liceo Rius. Hoy martes, gran función de cante y baile andaluz por los más afamados artistas del género. Bailarán las Macarronas, Carmen la de Pichiri, María Malvido y Lola Sánchez, cuñada del célebre Silverio. Cantarán Rita García, insustituible en malagueñas y seguirillas; Antonio Ortega, conocido en el siglo flamenco por Juan Breva; José Barea y el Fosforito […]” (El Imparcial, 5-7-1895).

Cafe Imparcial, de MadridCafe Imparcial, de Madrid

Dos años más tarde, esta vez en el Salón Variedades, volvemos a encontrar a “la tan aplaudida y simpática cantadora Rita García” (El Día, 16-6-1897), que comparte escenario, una vez más, con María la Macarrona, Salud Rodríguez y José Barea, entre otros artistas.

En 1901, en un reportaje publicado por la revista Alrededor del mundo, se hace referencia a Rita como una de las mejores cantaoras flamencas del momento. En 1902, la artista vuelve a presentarse en el Variedades, junto a Paca Aguilera; y, en 1906, forma parte del cuadro flamenco del Café del Gato.

A través de un reportaje publicado en 1929 en El Heraldo de Madrid, sabemos que “la Rita de Jerez”, en sus años de esplendor, también hizo gala de su arte en otros locales de la capital de España, como el Café Imparcial, al que “en pleno apogeo de sus facultades vino a hacer suerte, ganando tres duros diarios” (13-11-1929).

De la gloria al olvido

En 1904, en su obra Cantaores Andaluces, Núñez de Prado destacaba las excelentes cualidades artísticas de Rita, a quien comparaba con el mismísimo Antonio Chacón:

“La popularidad de su nombre es inmensa, y generales las simpatías de que goza, y esto lo debe tanto a sus cualidades de artista, como al atractivo de su carácter alegre, comunicativo […]. Es justamente admirada, y aun más justamente aplaudida, porque dentro de ella hay algo que no pertenece a la generalidad, que no es vulgar, que lleva consigo […].

Es difícil, muy difícil, encerrar en las grandiosidades majestuosas del malagueño de Chacón los caprichosos jugueteos del cante de Rita, sin que el contraste se haga notar de manera antipática, y sin embargo, ella ha conseguido hacer esto, y lo ha hecho con un tacto tan exquisito, que su labor es un merecido triunfo, lo que constituye la mejor ejecutoria de su alma de artista”.

Pocas referencias más encontramos sobre esta cantaora, hasta la publicación de la mencionada entrevista en Estampa, firmada por Luisa Carnes, quien presenta a la protagonista con estas palabras:

Rita la Cantaora, de tan famosa, llegó a ser para la nueva generación sólo un refrán. ‘¡Anda, que te vea Rita la Cantaora!’ ¿A quién no le han dicho esto alguna vez? Pero Rita no es sólo un refrán. Rita, que ha sido en su época la más famosa cantaora de flamenco, es hoy una viejecita simpática, que vive consagrada al cuidado de su casa humilde y al amor de sus cuatro nietos” (8-6-1935).

El cantaor Franciso Lema, FosforitoEl cantaor Franciso Lema, Fosforito

La anciana cantaora, que reside en Carabanchel Alto, además de recordar su debut en los escenarios madrileños, relata a la periodista la última de sus actuaciones, que tuvo lugar en 1934 en el Café Magallanes, junto a otras viejas glorias del flamenco:

“Como ahora no hay má que niño en esto der flamenco… una mujé, que le gustan estas cosas, se decidió a formar un cuadro de viejo. Y me yamaron. Aparesimo en un café de Magallane casi toos los antiguos. Ayí estaban Las Coquinera, Fosforito, y no me acuerdo de cuántos má. […]

Mire usté, cuando aparesimo, to se gorvían grito y viva a nosotros. Desían: ‘¡Vivan los viejos!’ ‘¡Viva la solera der cante y der baile!’ Era mu emosionante. Yo yevaba una farda blanca y negra y una blusa blanca; no se la enseño porque la tengo lavá. Y, claro, mi clavelito. Que aquí lo conservo. […]

lo del año pasao no se me orviará mientras viva. Tos los viejos reuníos. ¡Aquello! Ahora no hay más que buena vose, y fandanguillos, cosa fina, pero na… Se acabó la sabiduría der cante y del baile”.

Una vez más, se repite la historia de tantas y tantas artistas que, tras haber saboreado las mieles del éxito y el triunfo, terminan sus días olvidadas y en la miseria. “Lo púe ser to”, se lamenta Rita. “He vivío como una reina […] Y ahora soy más probe que las ratas. […] Tuve a mi vera a muchos hombres, que me hubieran elevao… y me casé con un vorquetero de Carabanché. ¡La vía! Si uno supiera er fin que le aguarda en eya, ya viviría de otro mo”. Y qué mejor manera de expresar sus penas que a través del cante. La anciana Rita regala a la periodista un par de coplas de su repertorio:

“Males que acarrea el tiempo,
quién pudiera penetrarlos,
para ponerle remedio
antes que viniera el daño”

“Tengo mi ropita en venta,
yo tengo mucha fatiga,
nadie me la quié comprá
y a mí er venderla me obliga”

En 1936, en plena Guerra Civil, por motivos de seguridad, la población de Carabanchel Alto es evacuada, y Rita es acogida, junto a su familia, en la pequeña localidad castellonense de Zorita del Maestrazgo. Allí fallece, a la edad de 78 años, el 26 de enero de 1937.


Dolores la Parrala, una cantaora de leyenda

Dolores Parrales Moreno, más conocida como “Dolores La Parrala”, nació en 1845 en Moguer (Huelva), hecho del que dejó constancia en una de sus letras:

“Moguereña soy, señores,
y lo llevo mucho a gala
porque en todas las naciones
la Parrala es la que gana”

Dolores la Parrala (Foto de Beauchy)

Dolores la Parrala (Foto de Beauchy)

Inició su carrera artística como cantaora en su localidad natal, en el café cantante de la Plaza del Marqués. Sin embargo, fue en Sevilla donde completó su formación. Según Fernando el de Triana (Arte y artistas flamencos, 1935), Dolores llegó a la capital hispalense “cuando no cantaba más que unas malagueñitas de aquéllas que decían:

Pobrecitos los mineros,
qué desgraciaítos son,
que trabajan en las minas
y mueren sin confesión”

La Parrala adquirió gran fama en el Café de Silverio, que fue su maestro y principal referente. No en vano, esta artista ha sido considerada una de las más fieles transmisoras de los cantes de Franconetti, especialmente de las seguiriyas que, a su vez, enseñó al cantaor Antonio Silva el Portugués, de quien fue profesora. La admiración de Dolores por la figura de su mentor quedó patente en la siguiente letra:

“¡Como Silverio se muera,
se acabó el cante flamenco!”

Dolores Parrales fue “la cantaora más general que se ha conocido”, en palabras de Fernando el de Triana. Según este autor, “tenía predilección por los cantes machunos”, algo que puede considerarse todo un halago, si tenemos en cuenta que en aquella época se entendía que las mujeres eran más aptas para decir aquellos cantes que requerían un menor despliegue de facultades.

La Parrala ejecutaba con facilidad gran variedad de palos, como la serrana, el polo, la malagueña, la liviana, los fandangos de su tierra, la seguiriya y la soleá, de la que fue maestra indiscutible. Su pasión por el flamenco la llevó también a indagar en las raíces de este arte, con el fin de rescatar cantes ya perdidos, como la “Canción del Sereno” o el “Pregón del Pescadero”, que interpretaba con mucha gracia.

Su periplo por los cafés cantantes

Dolores la Parrala

Dolores la Parrala

Durante las últimas décadas del siglo XIX, la prensa sitúa a Dolores la Parrala en diferentes lugares de la geografía española, e incluso en París, donde actuó junto al afamado guitarrista Paco de Lucena y a la bailaora Trinidad Huertas, La Cuenca. Así, el blog Flamenco de papel reproduce una breve reseña del espectáculo, publicada en La Iberia el 15 de enero de 1880, que da cuenta de la buena acogida del mismo: “El público ha hecho una gran ovación, especialmente a la primera pareja de baile señorita Gómez y Sr. Prous, al guitarrista Paco y la Parrala que, según dicen en París, es considerada como una excelente contralto que canta admirablemente las malagueñas, causando la admiración del público”.

Diez días más tarde, el 25 de enero de 1880, el Diario de Córdoba de Comercio, Industria, Administración, Noticias y Avisos publica una información similar: “Sigue ‘Paco’ el guitarrista, -y la ‘Parrala’ contralto, -y la bailarina Gómez- y Prous el de los saltos,- alborotando franceses – de París en un teatro”.

El 8 de marzo de ese mismo año, El Imparcial ofrece más detalles sobre el espectáculo, que sigue en cartel en el teatro de la calle Taitbout de la capital francesa: “El primer cuadro es de costumbres andaluzas, y representa un domingo en la caleta de Málaga. […] Un tocaor (Mr. Paco de Lucena) coge la guitarra y principia la juelga. Mademoiselles Trini y Dolores y monsieur Pasquiro emprenden un baile que en Francia se llama castagnias. […] todas las noches se rompen unas cuantas docenas de guantes aplaudiendo los vitos, los jaleos, las tiranas, los zapateados, las soleás y los fandangos […]”.

Ese mismo año, el 4 de agosto, el diario La Provincia, de Alicante, anuncia la actuación de Dolores con las siguientes palabras: “Si quieren Vds. que les den el opio, no tienen más que ir al teatro Español. Allí se canta una soleá que no hay más que oír. De peteneras y otros cantes no hay que hablar. La Parrala es el mejor argumento que se puede emplear para saber hasta qué extremo es delicioso oír el canto flamenco del teatro Español”.

En 1884 la artista pasó una larga temporada en el Café de la Plaza de la Marina de Granada, donde también cosechó grandes éxitos, junto a figuras de la talla de Juana la Macarrona. Otros locales en los que trabajó en aquella época, si bien no hemos podido constatar las fechas, fueron el malagueño Café de Bernardo, en las Siete Revueltas, y el madrileño Café Imparcial. En ambos coincidió con Juan Breva, entre otras grandes figuras del momento.

Dolores la Parrala (Foto de Beauchy)

Dolores la Parrala (Foto de Beauchy)

En septiembre de 1912, el periódico El Papa-Moscas, de Burgos, anuncia que “Para otoño se renovarán los cantantes del Cine viniendo a la ciudad del Cid… y de los chicos revoltosos, el célebre Paquiro, la Parrala, la Charrúa y la Cucandita”. En esa época la artista cuenta ya con 67 años de edad, lo que nos hace pensar que se mantuvo activa prácticamente hasta el final de sus días.

Dolores la Parrala falleció en Huelva en 1915, tras regalar a su gran amigo Fernando el de Triana un último cante, según él mismo relata:
“Como vivíamos en la misma casa de la calle del Puerto, […], me llamó junto a la silla en que estaba sentada, y me dijo: -Arrímate aquí, que voy a cantarte la última seguiriya de mi vida; tú me cantarás la última malagueña que yo te oiré, porque el lunes cuando tú vuelvas, ¡óyelo bien!, ¡ya me habré muerto! […] aunque a malas penas podía respirar, haciendo un supremo esfuerzo, bordó esta letra con incontenible facilidad:

De estos malos ratitos
que yo estoy pasando,
tiene la culpa mi compañerito,
por quererlo tanto”.

El nacimiento del mito de la Parrala

Aparte de estas escasas referencias, pocos son los datos que se conocen con certeza sobre la vida de Dolores la Parrala, que ya en su época estuvo rodeada de un halo de misterio y confusión. Como se ha visto, la prensa de la época la sitúa actuando en París junto al guitarrista Paco de Lucena, al que varias fuentes identifican como su compañero sentimental, mientras que otras lo vinculan con su hermana, Trinidad la Parrala.

Recientemente, varios autores siembran nuevas dudas a este respecto. Así, según Manuel Bohórquez, en el Padrón Muncipal de Sevilla de 1888 aparece Trinidad la Parrala como “amancebada” con el “tocador” Antonio Sol. Por otra parte, el blog “Horizonte Flamenco” afirma que en la partida de defunción del guitarrista de Lucena figura como viuda la señora Eusebia Olmedo Díaz… Misterios sin resolver.

Una de las Parralas y Paco de Lucena

Una de las Parralas y Paco de Lucena

Volviendo a la artista moguereña, en su obra Cantaores Andaluces (1904), Guillermo Núñez de Prado hace de ella un retrato demoledor. Aunque reconoce su gran calidad artística, prefiere centrarse en otros aspectos mucho más morbosos, relacionados con su supuesta fama de devora-hombres. Así, si bien afirma que Dolores la Parrala “es la cantaora más popular dentro de las soleares y la más original”, y que está “dotada de una belleza poco común y de unas facultades artísticas menos generales todavía”, éstas son prácticamente las únicas concesiones que realiza.

A decir de este autor, la Parrala pretendía resarcir al género femenino de todas las afrentas infligidas por los hombres, para lo cual adoptaba un comportamiento típicamente varonil, y especialmente censurable por tratarse de una mujer. Así, tras describir con todo lujo de detalles el cruel comportamiento de esta “hembra terrible”, Núñez de Prado relata el supuesto romance que mantuvo con un industrial madrileño, con quien llegó casarse sólo por dinero, para abandonarlo una vez dilapidada su fortuna.

Éste y otros episodios componen la leyenda negra de Dolores Parrales, que está marcada por la tragedia, la pasión y el misterio. De hecho, existen dudas sobre la veracidad de las historias que se le atribuyen, así como una cierta confusión con la figura de su hermana Trindad, que también era cantaora. Según Fernando el de Triana, el único defecto artístico de esta última consistía en tener una voz “algo dura”, a pesar de lo cual triunfó en los cafés cantantes de toda España.

En cualquier caso, esté o no justificada la fama de femme fatal de la Parrala, ello no debe restarle un ápice de su calidad como artista, que parece de sobra demostrada, a juzgar por los testimonios de quienes la conocieron. De hecho, en 1922, en la conferencia que pronunció con motivo del Concurso de Cante Jondo de Granada, Federico García Lorca mencionó a Dolores la Parrala como una de las grandes soleareras de su época. Un año antes, el poeta ya había expresado su admiración por la cantaora onubense en una de las viñetas flamencas de su “Poema del cante”, titulada “Café cantante”:

“Lámparas de cristal
y espejos verdes.

Sobre el tablado oscuro,
la Parrala sostiene
una conversación
con la muerte.
La llama
no viene,
y la vuelve a llamar.

Las gentes
aspiran los sollozos.
Y en los espejos verdes,
largas colas de seda
se mueven”.