Flamencas por derecho

Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Flamencas por derecho - Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Configuración del repertorio y la personalidad artística de Amalia Molina en la primera etapa del género de variedades* (IV)

2.3. Estrella coreográfica

Aunque hasta el momento nos hemos centrado en su faceta de cantaora y cupletista, no hay que olvidar que desde niña Amalia Molina había cultivado el arte de Terpsícore, algo que continuaría haciendo durante toda su vida. En sus números cantados solía incluir pasos de baile y también el toque de castañuelas, que dominaba como una auténtica maestra.

Amalia Molina. Colección Antonio Esplugas, ANC.

Amalia Molina. Colección Antonio Esplugas, ANC.

Por ejemplo, durante su estancia en Cartagena, los tangos, soleares y cuplés «los canta con un gusto singular y los adorna con su correspondiente parte de baile, donde se aprecia que no solamente es la primera hoy en España como cupletista, sino que también es difícil que nadie la aventaje como bailarina» (Fray-Cine, El Eco de Cartagena, 7-1-1908: 2).

Multitud de referencias tomadas de las hemerotecas coinciden en destacar, por encima de todas, su faceta coreográfica. Pocos días después de su debut en el Salón de Actualidades de Madrid, ya había quien señalaba que la Molina era «sin duda alguna de las mejores bailarinas de España» (El Liberal, 23-5-1904: 4).

Lo demostraba en los escenarios de variedades, donde además de ofrecer actuaciones individuales, con acompañamiento de guitarra u otro tipo de instrumentación, también formó parte de cuadros flamencos junto a grandes figuras del género.

Por ejemplo, en 1905, en el Salón Zorrilla de Madrid, «bailó unas sevillanas y un tango con toda la gracia que haya en Serva la vari [sic]» (El País, 10-12-1905: 3), junto a un elenco formado por las bailaoras Nicolasa González y la Paloma, y los cantaores Juanito Ríos, Luisa la de los Tangos y su admirado Antonio Chacón, acompañados a la guitarra por Miguel Borrull.

Amalia Molina

Amalia Molina (ABC, 23-3-1919).

Asimismo, fue contratada para actuar en fiestas organizadas por gentes de postín, deseosas de conocer el cante y el baile flamenco en su versión más auténtica, como la celebrada en 1907 en la Legación de México en Madrid:

[…] reunióse en el hermoso «hall» del hotel un cuadro completo del género formado por el famoso guitarrista Miguel Borrull, por el notable «cantaor» conocido por el «Mochuelo», las gentilísimas bailarinas hermanas Esmeraldas, y Amalia Molina, una de las «estrellas» del arte coreográfico andaluz.

[…] Sevillanas, tangos, peteneras, toda la gama de los géneros andaluz y flamenco, fue pasando ante los espectadores, sin que el cansancio rindiera los gentiles cuerpecitos de Amalia Molina y de las Esmeraldas (Monte-Cristo, El Imparcial, 13-3-1907: 2).

Amalia Molina (Revista de Varietés, 30-7-1914).

Amalia Molina (Revista de Varietés, 30-7-1914).

Por su formación clásica, junto a los maestros Pericet y Otero, la macarena rayaba a gran altura en las danzas de la Escuela Bolera, que en aquel tiempo aún compartían protagonismo con el baile flamenco en los escenarios. Con ese repertorio causó auténtica sensación en el Teatro Alcázar de México, donde cosechó excelentes críticas:

Si Amalia Molina se nos ha revelado como una coupletista de gran talento, y como una cantadora de flamenco que no tiene rival, más notable aún se nos ha revelado como bailarina, pues en el «baile inglés» no tiene igual; bailando boleros y malagueñas, ha alcanzado verdaderas y merecidas ovaciones, al grado de que la Molina es considerada hoy como superior bailando que cantando (El Imparcial, 15-8-1909: 3).

Pero bailando hay que desengañarse, que donde está Amalia Molina, todo se nubla, todo se convierte en nada. La bella sevillana ha causado una revolución en el Alcázar, con sus bailes, pues entusiasma tanta ligereza, tanto arte, tanta preciosidad en ademanes y figuras. Sus danzas nos parecen nuevas, y es que las [sic] imprime un sello especial que las hace seductoras. ¡Hay que ir a ver bailar a la encantadora Amalia Molina! (El Diario, 16-8-1909: 2).

Amalia Molina. Centro Andaluz de Documentación del Flamenco.

Amalia Molina. Centro Andaluz de Documentación del Flamenco.

Ese afán de la artista por hacer del flamenco y el cuplé un espectáculo culto y refinado también se reflejaba en su concepción de la danza: «Su baile, no es el desgarrado de otras artistas, no es el flamenco exageradamente achulapado de otras, no; Amalia Molina, baila con elegante finura y artísticos movimientos que agradan sumamente a sus muchos admiradores» (Carthago Moderna, 12-1-1908: 9).

Años más tarde, sería precisamente esa faceta coreográfica la que le abriría las puertas de los teatros europeos y la consagraría como estrella internacional, tras su triunfo al frente del ballet de la ópera Goyescas de Granados, que se estrenó en la Gran Ópera de París en diciembre de 1919.

2.4. El género de los cantes y bailes regionales

Las grandes inquietudes artísticas de la polifacética sevillana también la hicieron interesarse por los cantos y los bailes populares de las distintas regiones españolas, que poco a poco fue incorporando en su repertorio, y que terminaron convirtiéndose en un nuevo género, del que Amalia Molina puede considerarse creadora.

En la primera década del siglo XX ya se ve el germen de esa especialidad, que en años posteriores alcanzó un gran desarrollo. La primera referencia la encontramos en 1908, durante su actuación en el Palacio de la Ilusión de Salamanca, donde la artista, para agradecer al público su buena acogida, decidió obsequiarlo con «algunos cantos de esta tierra, que han sido dirigidos, en los ensayos, por el señor Bernal», y lo hizo ataviada con «un soberbio traje de charra» adquirido para la ocasión en la misma ciudad (El Adelanto, 28-11-1908: 2).

En 1910, en el Teatro Pradera de Valladolid, «cantó, vestida con típicos trajes de charra, asturiana y andaluza, bellas canciones de los respectivos países» (ABC, 10-12-1910: 10); y poco después interpretó, en el Salón Pradera de Santander, «unas preciosas canciones asturianas, a las que sabe dar todo el intenso sentimiento, el inconfundible matiz, que requieren tan deleitosas baladas norteñas» (El Cantábrico, 20-12-1910: 2).

Amalia Molina con uno de sus trajes regionales

Amalia Molina con uno de sus trajes regionales.

En los años siguientes, aprovechando sus continuas giras por toda la geografía española, desarrolló un arduo trabajo de investigación en los pueblos, fiestas y romerías. Fue a buscar a los maestros más destacados de cada lugar, para estudiar in situ las canciones y las danzas populares, que luego interpretó en los escenarios convertidas en auténticas creaciones, pero sin perder su autenticidad: «Estudio las costumbres de cada pueblo y tomo de ellas lo más sano para llevarlo a la escena con el mejor arte posible», confesaba la artista (Diario de Burgos, 3-2-1916: 2).

Dentro de este nuevo género, inspirándose en el folclore regional, distintos compositores también fueron creando números exclusivos para ella, como las «Canciones asturianas» de Baldomero Fernández, los temas montañeses «Cantos de la tierruca» y «Peñas arriba» del maestro Pedro Vilches, «A Vizcaya» de Arocena y Alberdi, el cuplé «Ecos de Cantabria», la canción gallega «O gaiteriño» o la jota «Del vergel valenciano».

Amalia Molina, con traje de fallera valenciana (El Cine, 21-3-1914).

Amalia Molina, con traje de fallera valenciana (El Cine, 21-3-1914).

Asimismo, durante sus giras de los años 20 y 30 por América latina siguió ampliando el repertorio con la introducción de temas originarios de aquellas latitudes. Por mencionar solo algunos ejemplos, podemos citar el punto guajiro «Mi Cuba querida» y la canción criolla «Son oriental», ambas del cubano Eliseo Grenet; «El sombrero mexicano» y «La chiapaneca», del mexicano Juan Arozamena; o «El Tortillero» y «El rotito», del compositor chileno Osmán Pérez Freire (20).

Puede afirmarse, por tanto, que Amalia Molina fue precursora de artistas como Antonia Mercé, la Argentina, que años más tarde también buscó inspiración en el folclore regional español, latinoamericano e incluso filipino para la creación de muchos de sus solos de danza, con música sinfónica compuesta para ella por autores como Turina, Valverde, Esplá o Pittaluga:

Al sobrevenir la decadencia del cuplé […] se consolidó la soberanía de la canción española. […] El charlestón no consiguió anular el interés de las jotas bravías de Aragón, de las serenatas de Valencia, del cante jondo de Andalucía, de las ternuras de Galicia, de la poesía que palpita cuanto brota de ambas Castillas […].

Estas melodías populares, estilizadas, son las que en la actualidad sufren una nueva revisión y depuración, y sirven de temas a ilustres compositores para sus producciones, que aplaudimos en los grandes conciertos. Los cantos regionales conquistan mayor espacio estético, se hacen interpretar por las orquestas sinfónicas; pero el triunfo, entre los elementos culturales de hoy, se lo deben a las tonadilleras de ayer o a las que, como Amalia Molina […], permanecen hoy fieles a la orientación españolísima (Retana, “La estilización de los cantos regionales”, Blanco y Negro, 10-5-1931: 78).

Notas:

* Artículo publicado en Enclaves. Revista de Literatura, Música y Artes Escénicas, n.º 1, 2021, pp. 36-55. e-ISSN 2792-7350.

(20) Amalia Molina impresionó algunas de estas canciones en Nueva York para la casa Columbia.


Amalia Molina, el arte y la gracia de Sevilla que conquistan al mundo (III)

Tras una breve y exitosa gira por el extranjero, en octubre de 1905 Amalia Molina regresa a Madrid, donde permanece otra larga temporada trabajando en el Teatro de Novedades y, posteriormente, en el Central Kursaal. En ellos coincide con algunas de las artistas de varietés más afamadas del momento, como Candelaria Medina, La Fornarina, Nieves Gil, Pastora Imperio o Pepita Sevilla. La acompaña a la guitarra la genial Adela Cubas. Sin embargo, ninguna de esas grandes figuras logra hacer sombra a la joven sevillana, que sigue encandilando al público y a la crítica:

Amalia Molina es una andaluza de cepa: pequeña, flexible, morena, de ojos negros, brillantes y expresivos. En escena es nerviosa, inquieta, vivaracha, muy graciosa, y tiene un desparpajo que con razón sobrada podrían envidiarle muchas tiples del género inmediatamente superior.
[…] Es cupletista y bailarina, y sobresale especialmente en el género flamenco” (Nuevo Mundo, 8-3-1906).

Amalia Molina

La cantaora y bailaora Amalia Molina

Una presencia imprescindible en los mejores eventos

Durante más de un año, la artista sevillana, siempre muy solicitada, compagina sus actuaciones en los mencionados locales con la participación en distintos eventos. Así, en octubre de 1905, Amalia es la encargada de cerrar la fiesta en honor de la prensa francesa organizada en el Teatro Español por el semanario Blanco y Negro. La acompañan Adela Cubas y las bailarinas Pepita Martínez, Celia la Gaditana y Lucía Yárritu.

Una vez más, sus cantes conquistan a la prensa y entusiasman al auditorio, que le solicita sus famosos tangos de Los lunares de San Pedro:

Amalia Molina no tiene rival en el tiento de los lunares, en los tangos y en las granadinas” (El Liberal, 22-10-1905).

“La Srta. Cubas dibujó en la guitarra magistralmente aires andaluces, acompañando a la señorita Amalia Molina. Ésta arrebató a españoles y extranjeros; el auditorio no se cansaba de aplaudirla ni ella de bordar, con filigranas de estilo, coplas y más coplas” (Blanco y Negro, 4-11-1905).

Amalia Molina no es bonita: es pire (1), que dicen los franceses. Es la gracia femenina, encerrada en un cuerpo esbelto, menudo, cimbreante, de mujer, reflejada en unos ojos habladores, que iluminan un delicioso minois (2) de andaluza salada y picaresca. […]

Las sevillanas entusiasman al público. Y de repente suenan claras y ruidosas algunas voces extrañas, de misterioso sentido:
– ¡San Pedro! ¡San Pedro!
¿Qué es esto? ¿Quién invoca al celestial portero? Las voces que le llaman no parecen demasiado devotas: suenan a alegría de vivir, no a austeridades de oración. Amalia sonríe, levanta la cortina roja del escenario, y habla con un señor vestido de frac […]. Y suenan otra vez los crótalos y vuelven las sevillanas” (La Época, 26-10-1905).

Amalia Molina (Nuevo Mundo, 8-3-1906)

Amalia Molina (Nuevo Mundo, 8-3-1906)

Una artista flamenca de primera fila

Dos meses más tarde, sobre las tablas del Salón Zorrilla tiene lugar otro acontecimiento artístico de primer nivel, una velada de cante y baile flamenco con el siguiente elenco: las bailaoras Nicolasa González y la Paloma; los cantaores Antonio Chacón, Juanito Ríos, el Niño de Jerez, y Luisa la de los Tangos; y el guitarrista Miguel Borrull. “Y para que la velada fuera completa, la popular Amalia Molina, bailó unas sevillanas y un tango con toda la gracia que hay en Serva la vari” (El País, 10-12-1905).

En una entrevista concedida años más tarde, Amalia expresa su admiración hacia el cantaor jerezano:

“- ¿Cuál ha sido su maestro de canto flamenco?
– ¡Chacón!… Es el que más me gusta. Yo lloro oyendo cantá a Chacón… Juan Breva también se traía lo suyo. A mí el flamenco me gusta cantarlo al piano… ¡Qué sé yo!… A la guitarra me huele a aguardiente y en orquesta a champagne” (Nuevo Mundo, 23-3-1917).

A la intensa y exitosa actividad desarrollada por Amalia Molina en la Villa y Corte hay que sumar sus escapadas a otras ciudades, como Barcelona o Murcia, así como una breve tournée por Portugal. Números como El Cocotero, El hoyito o el imprescindible Los lunares de San Pedro obligan a la artista a repetir en numerosas ocasiones. Su popularidad es tal que incluso varios príncipes extranjeros acuden al Central Kursaal a disfrutar de su espectáculo.

El cantaor Antonio Chacón

El cantaor Antonio Chacón

En marzo de 1907, no han pasado ni tres años de su debut en Actualidades y la joven sevillana ya se ha convertido en la estrella indiscutible de los mejores saraos. Buena prueba de ello es su presencia en el cuadro flamenco contratado por el embajador mexicano para agasajar a sus ilustres invitados. En él figuran también el cantaor El Mochuelo, el guitarrista Miguel Borrull y las hermanas Esmeraldas. La crónica publicada por el diario El Imparcial permite hacerse una idea sobre la exclusividad del espectáculo:

“Las tres juveniles artistas daban una nota de color a aquel cuadro aristocrático, de suprema elegancia, con sus pañuelos de Manila bordados en sedas de vistosos colores, con los rojos claveles y las peinetas de concha sujetando sus oscuras cabelleras y con la picante hermosura de sus cabezas goyescas.

[…] las figurillas de acuarela se movieron garbosas y rítmicas al compás de la guitarra magistralmente tañida, y las coplas melancólicas o jocundas acompañaban los movimientos de las gentiles bailaoras. Y las manos enguantadas y aristocráticas aplaudían el arte y la gracia encarnados en aquellas lindas chiquillas de pies menudos y ojos de fuego. Sevillanas, tangos, peteneras, toda la gama de los géneros andaluz y flamenco fue pasando ante los espectadores, sin que el cansancio rindiera los gentiles cuerpecitos de Amalia Molina y de las Esmeraldas” (13-3-1907).

Unos días más tarde, en la Fiesta del Sainete, la artista baila unas sevillanas boleras junto a La Argentina, Carmen Díaz, Pepita Sevilla y las hermanas Esmeraldas. Ésta es una de sus últimas actuaciones antes de pasar por el quirófano para someterse a una “seria operación” (Heraldo de Madrid, 16-4-1907), que la mantiene apartada de los escenarios durante varios meses. (3)

Un artista sencilla y decente

En enero de 1908, completamente restablecida, Amalia retoma su apretada agenda con una gira por provincias, comenzando por la costa mediterránea. Ciudades como Cartagena, Murcia, Alicante o Málaga son algunos de sus destinos.

Pepita Sevilla (Cánovas, París)

Pepita Sevilla (Cánovas, París)

En una época en que las estrellas del género ínfimo recurren al descaro y la provocación, y muchas de ellas se convierten en auténticos objetos eróticos, la prensa murciana elogia una vez más la sencillez de la artista sevillana, que no ha de servirse de tales estrategias:

“A la Amalia Molina no es necesario ir a verla trabajar a la sección de una hora determinada para apreciar en ella sus encantos, puesto que con igual modestia se presenta en las primeras horas del espectáculo, que al final de éste. Tampoco tiene que recurrir como otras a ciertos recursos para agradar al público, pues su trabajo es por sí solo sugestivo y arranca a los morenos haciéndose aplaudir tanto cuanto quiere, sin emplear como ya decimos, frases ni ademanes propios de la moderna sicalipsis” (El Eco de Cartagena, 7-1-1908).

Tal vez por eso sus espectáculos son muy apreciados por las mujeres, pues, a diferencia de otras artistas, la Molina es una chica “decente”, digna del público más selecto y refinado (4). Amalia está sobrada de arte, especialmente en el género flamenco. Con su cante y su baile, ella sola se basta para llenar el escenario y arrancar al auditorio sonoras ovaciones:

“El couplet de la mantilla, las soleares y el tango de los lunares, los canta con un gusto singular y los adorna con su correspondiente parte de baile, donde se aprecia que no solamente es la primera hoy en España como cuplestista, sino que también es difícil que nadie la aventaje hoy como bailarina” (El Eco de Cartagena, 7-1-1908).

Canto es el suyo, que si elogiarlo pudiéramos como se merece, no encontraríamos palabras para ello […].

Su baile, no es el desgarrado de otras artistas, no es el flamenco exageradamente achulapado de otras, no: Amalia Molina, baila con elegante finura y artísticos movimientos que agradan sumamente a sus muchos admiradores” (Carthago, 12-1-1908).

“… continúa cosechando justísimos y merecidos aplausos la sin par y elegante bailarina y coupletista Amalia Molina, pues en su trabajo tiene una gran especialidad que consiste en cantarse unas malagueñas de inimitable y exquisito gusto, y muy bien traídas, por cierto, que le valen justas y delirantes ovaciones” (Carthago, 19-1-1908).

Amalia Molina (Manuel Company, 1905)

Amalia Molina (Company, 1905)

NOTAS:

(1) pire: peor.
(2) minois: carita, palmito.
(3) La Revista Ibero-Americana de Ciencias Médicas ofrece algunos datos sobre la intervención a la que es sometida la artista: “Amalia Molina, 20 años, Madrid, soltera. Operada el 9 de abril de 1907. Salpingo-ovaritis quística izquierda con peri-auexitis. Iguales lesiones en los anejos derechos. Extirpación bilateral, dejando solamente un trozo del ovario izquierdo que encontramos sano” (agosto de 1908)
(4) Unos meses más tarde, en una entrevista concedida al diario gallego El Noroeste, la artista se muestra satisfecha por la admiración que despierta entre el público femenino:

Amalia Molina préciase de gustar a las damas. Yo creo que gusta más a los hombres, pero ella lo acaba de explicar.
– Los espectáculos para hombres han decaído. Hay que buscar a las señoras” (10-12-1908).


Rosario la Mejorana, la revolución del baile de mujer

Rosario Monje, La Mejorana, nació en 1858 en el gaditano barrio de la Viña, en en seno de una familia gitana de gran tradición flamenca. Era sobrina de la Cachuchera, que destacaba especialmente en el cante por soleares.

En los años 70 del siglo XIX, Rosario ya reinaba en los más prestigiosos cafés cantantes sevillanos, el de Silverio y el del Burrero. Fue precisamente en uno de ellos donde conoció a Víctor Rojas, un sastre de toreros, que la apartaría para siempre de los escenarios. Fruto de su unión, nacerían dos grandes artistas, la inigualable y polifacética Pastora Imperio, y el guitarrista Víctor Rojas.

Varias décadas más tarde, el cantaor Francisco Lema, Fosforito, recordaría a la que fuera su compañera de cartel con estas palabras:

“La Mejorana, ‘bailaora’ de buten, platino del arte de los ‘pinreles’, que enloquecía con sus giros, y las ‘puñalás’ de sus ojos verdes traían sin sosiego al mundo entero, coincidió conmigo en el mismo café [del Burrero], y recuerdo que, aparte de no alternar, cobraba cuatro duritos” (El Heraldo de Madrid, 13-11-1929).

Rosario Monje, la MejoranaRosario Monje, la Mejorana

Sin embargo, parece ser que la retirada de Rosario Monje no fue inmediata o, al menos, definitiva, ya que en 1882, La ilustración española y americana la menciona como una de “las bailaoras flamencas de más fuste”, junto a “Dolores Moreno, Isabel Santos, las hermanas Rita y Geroma Ortega, la Lucas, la Violina” (30-7-1882).

En años posteriores, también encontramos en prensa varias referencias a distintas actuaciones de la artista:

“El dueño del café cantante de Siete Revueltas [de Málaga] ha contratado a la renombrada bailaora conocida por la Mejorana y al célebre cantador de malagueñas Antonio Chacón, los que debutan esta noche.
Los dos proceden de Sevilla, donde han dejado muchas simpatías y más de una vez hemos leído en la prensa de aquella capital grandes elogios del mérito de sus trabajos” (La unión mercantil, 6-12-1887).

“Los aficionados a darse un par de pataístas y a cantar por lo jondo y sentimental tienen en el Centro de Recreo desde esta noche, a la ‘Mejorana‘, la ‘Coquinera‘ y la ‘Palomita‘ que en compañía de ‘Carito’ y otras notabilidades flamencas, harán las delicias y levantarán el entusiasmo en los afectos al espectáculo” (Diaro de Córdoba,
19-10-1890).

Según Manuel Ríos Vargas (Antología del baile flamenco, 2002), en 1896, Rosario Monje recibió un homenaje en el madrileño Liceo Rius. Tres años más tarde, esta vez en el Salón de Variedades, la artista fue beneficiaria de “una gran función de cante y baile andaluz, dirigida por el célebre Chacón”, en la que tomaron parte algunas de las primeras figuras flamencas del momento, como el Chato de Jerez, las Macarronas, las Borriqueras o Miguel Borrull, entre otros (El Imparcial, 19-3-1899).

La Mejorana con sus hijos, Pastora Imperio y Victor RojasLa Mejorana con sus hijos, Pastora Imperio y Victor Rojas

La renovación del baile

A pesar de la brevedad de su carrera, Rosario la Mejorana dejó una huella profunda en la historia del arte flamenco. Su gran belleza, así como la majestusidad y elegancia de su baile seguían siendo recordados varios lustros después de su muerte. Fernando el de Triana, en su obra Arte y artistas flamencos (1935), le dedicaba estas palabras:

“No era mejor que las mejores, pero no había ninguna mejor que ella. […] Su cara era blanca como el jazmín; de su boca, los labios eran corales […] y, cuando se reía, dejaba ver, para martirio de los hombres, un estuche de perlas finas, que eran sus dientes; su cabello, castaño claro, casi rubio; sus ojos, no eran ni más ni menos que dos luminosos focos verdes; y como detalle divino para coronar su encantadora belleza, era remendada, pues sus arqueadas y preciosas cejas y sus rizadas y abundantes pestañas, eran negras, como negras eran las ‘ducas‘ que pasaban los pocos hombres que tenían la desgracia […] de hablar con ella siquiera cinco minutos”.

Sobre su atractivo físico no deja ninguna duda el cantaor trianero. No obstante, la Mejorana fue mucho más que una cara bonita sobre un tablao. Si ha pasado a la historia, ello se debe también a las innovaciones que introdujo en el baile de mujer.

A Rosario se le atribuye el haber sido la primera en vestir la bata de cola, prenda que solía combinar con el mantón de Manila. Otra de sus aportaciones al baile flamenco consistió en levantar los brazos más de lo que venía siendo habitual hasta el momento, lo que le confirió una especial elegancia y majestuosidad. También se la considera pionera en el baile por soleá.

Pastora ImperioPastora Imperio

Distintos autores han destacado la originalidad de bailaora, que provocó una auténtica revolución en los cafés cantantes de la época:

“Su figura era escultural y cuidaba siempre de vestir los colores que más la hermoseaban, pero siempre su bata de cola, de percal, y su gran mantón de Manila. Preciosos zapatos calzaban sus diminutos pies, y ya no sabemos más; pues al Café de Silverio había quien llegaba muy temprano para coger un asiento delantero con el fin de verle a La Mejorana siquiera dos dedos por encima de los tobillos, y a las cuatro de la mañana, cuando terminaba el espectáculo, se marchaba a la calle sin haber logrado su propósito” (Fernando el de Triana).

“La extraordinaria majeza que sabía darle a su bata de cola, ese aire especial y tan gaditano, cuando se arrancaba por alegrías producía verdadero alboroto entre los que la escuchaban. Ella misma se hacía son y se cantaba… Terminaba las alegrías, no como hoy, en bulerías, sino en el mismo estilo con que empezó, compases estos dificilísimos para concluir en este estilo de baile. Había que llegar muy temprano para poder coger un sitio, pues muchos se marchaban sin poderla ver” (Manuel Moreno Delgado, Aurelio, su cante, su vida, 1964).

Rosario Monje es la primera que levantó mucho los brazos en la danza, prestando con ello a la figura femenina extraordinario aire y majestad. La novedad, que ocasionó en principio gran sorpresa, fue aceptada enseguida por la afición y los profesionales inteligentes, creándose así toda una nueva estética del flamenco para bailaoras” (Fernando Quiñones, De Cádiz y sus cantes, 1974).

Por todo ello, se puede afirmar que la Mejorana creó escuela. La artista gaditana sentó las bases de una nueva concepción del baile flamenco, que encontraría una muy digna continuadora en la figura de su hija, la genial Pastora Imperio, quien se mostraba orgullosa de la herencia recibida:

“Mi madre era ‘la Mejorana‘, la mejor artista de baile flamenco que pisó los ‘tablaos’; la que ha movido los brazos con más salero en el mundo. De ella nació todo el baile flamenco. Ella ha sido el tronco, y de él nació este tronquillo que, bueno o malo, está muy conforme, porque con ser hija de ella ya tengo bastante” (Pastora Imperio, en La Nación, 25-7-1918).

Era tal la fama de Rosario, que su figura no está exenta de leyenda. Así, hay quienes mencionan su rivalidad con Rita Ortega, La Rubia, otra gran bailaora de los cafés cantantes de la época. Según Rafael Ortega, sobrino de esta última, ambas se desafiaron ante un grupo de aficionados, para ver quién conseguía más adeptos. “Bailaron, sin zapatos, hasta que no pudieron más. Y al día siguiente, Rita, con sus dieciocho años, murió” (Crónica, 10-3-1935).

Rita Ortega, la RubiaRita Ortega, la Rubia

Los cantes de la Mejorana

Además de todo lo mencionado, la faceta creadora de Rosario Monje excede al ámbito de la danza. Al igual que otras artistas de la época, la Mejorana solía cantarse y hacerse son mientras bailaba; y, parece ser que no se le daba nada mal. De hecho, todavía hoy son conocidas sus bulerías y cantiñas, a las que incorporaba, de su propia cosecha, juguetillos como los siguientes:

“Yo soy blanca y te diré
la causa de estar morena:
que estoy adorando a un sol
y con sus rayos me quema”

“Dormía un jardinero
a pierna suelta
dormía y se dejaba
la puerta abierta.
Hasta que un día
le robaron la rosa
que más quería”

Es más, podemos afirmar que los cantes de la Mejorana poseían vocación de universalidad, pues sirvieron de inspiración a Manuel de Falla para componer su obra más conocida, El amor brujo. De labios de la madre de Pastora Imperio, el músico “escuchó soleares y seguiriyas, polos y martinetes, de los cuales captó ‘la almendrilla’, como decía ella, la esencia de la música andaluza, y entonces se dio de lleno a la tarea, hasta terminar la obra en un tiempo brevísimo” (Antonio Odriozola, ABC, 22-11-1961).

Rosario la Mejorana falleció en la capital de España el 13 de enero de 1920. Dos días más tarde, El Heraldo de Madrid se hacía eco de la triste noticia y dedicaba estas líneas a la singular artista gaditana:

“La madre de Pastora murió anteayer, ‘martes y 13’, y ayer fue enterrado su cadáver en la Sacramental de San Lorenzo. ¡La madre de Pastora! Era una mujer de gran simpatía, de vivo ingenio, de cierta pequeña filosofía, pequeña y profunda a un mismo tiempo” (15-01-1920).

La misma publicación incluía también un poema de Antonio Casero, del que reproducimos algunos versos:

La Mejorana
Hoy lloran los gitanillos
y los flamencos de raza;
se ha muerto la ‘bailaora’
Rosario, ‘La Mejorana’;
el baile puro cañí
hoy luce la negra gasa;
ella fue en pasados tiempos
la que bailó con más gracia
los ‘panaderos’, los ‘polos’
y ‘seguirillas’ gitanas,
y bordó el tango castizo,
y lució mejor la bata
de volantes, y de cola,
muy relimpia y planchada
el moño bajo caído,
con el clavelito grana […]”


Rita la Cantaora, un mito muy real

Si ha existido una mujer en la historia del flamenco cuyo nombre se asocia indefectiblemente al atributo de cantaora, ésa es, sin duda, Rita… “Rita la cantaora”.

Rita la Cantaora (<em>Estampa</em>, 8-6-1935)Rita la Cantaora muestra la bata que lució en su última actuación (Estampa, 8-6-1935)

Aunque hay quienes puedan pensar que se trata de un personaje de ficción, de una mera metáfora creada para dar sentido al popular dicho -“Eso lo va a hacer Rita la cantaora”-, lo cierto es que Rita existió y, según hemos podido comprobar, su fama fue merecida, pues no en vano se convirtió en una de las artistas flamencas más destacadas de su tiempo. De hecho, y por mencionar sólo un ejemplo, en 1885 el periódico El Enano le dedicaba un largo poema, del que reproducimos algunas estrofas:

“Del pueblo andaluz señora,
todo el elogio merece,
que su mirar enamora,
que una rosa que florece
es Rita la Cantaora.

[…]

Su bello rostro es moreno,
con su sonrisa me encanta,
y de placeres me lleno,
es redonda su garganta
y es curvilíneo su seno.

Su talle airoso se mueve
lo mismo que una piragua;
nadie a igualarla se atreve
y desliza su pie breve
como una linfa del agua.

[…]” (El Enano, 3-8-1885).

Rita Giménez García nació en 1859 en Jerez de la Frontera, si bien algunos autores, como Núñez de Prado, la creen oriunda de Sanlúcar de Barrameda. Desde muy joven destacó por sus dotes para el cante y el baile flamenco, que pronto se convirtieron en su medio de vida.

Rita interpretaba con maestría los cantes considerados mas difíciles, sobre todo las malagueñas y soleares, y derrochaba gracia a raudales en los palos festeros, especialmente en las bulerías de su tierra. Incluso era capaz de marcarse unos pasos de baile en sus propias actuaciones. Según distintas fuentes, precisamente las envidias suscitadas por esa superioridad de la cantaora podrían encontrarse en el origen del referido dicho, que se extendió por toda España y sigue usándose en nuestros días.

La estrella de los cafés cantantes madrileños

Rita desarrolló la mayor parte de su trayectoria profesional en Madrid, donde se convirtió en una figura destacada de los cafés cantantes. En una entrevista concedida a la revista Estampa en 1935, ella misma relataba cómo fueron sus comienzos en la capital de España:

“Una ve me oyó un agente teatrá, y me contrató. Trabajé por primera ve con las Macarrona y Juan Breva. […] Era en la caye Arcalá, mismamente aonde está ahora la Equitativa. Entonse había un solá; en é hasíamo teatro de verano” (Estampa, 8-6-1935).

El cantaor Juan BrevaEl cantaor Juan Breva

Así, pues, Rita debutó en el Café Romero, junto a algunas de las estrellas más rutilantes del universo flamenco de la época, como las bailaoras Juana y María Vargas, las Macarronas, y el cantaor Juan Breva. En aquellos gloriosos años, la cantaora también coincidió con Francisco Lema, Fosforito, las hermanas Coquineras o la Paloma; y, ya en los años veinte, compartió escenario con Manuel Pavón y Manuel Escacena, entre otros artistas.

La prensa de la época se hace eco de algunas de sus actuaciones. Así, por ejemplo, sabemos que en marzo de 1892 Rita participó en una función benéfica celebrada en Madrid. El espectáculo consistía en la representación de la obra Mi mismo nombre y en la actuación de un cuadro flamenco integrado por grandes artistas, como el cantaor Juan Breva, la bailaora Pepa Gallardo, la Coquinera o el guitarrista Paco de Lucena, además de la propia Rita.

En agosto de ese mismo año, en el madrileño Circo de Parish se representa la pantomima La feria de Sevilla, con la participación de la bailarina Soledad Menéndez y, “en el cante y baile flamenco, Juan Breva y Rita la de Jerez” (El Heraldo de Madrid, 9-8-1892).

Entre 1984 y 95, Rita aparece en varias ocasiones en el cartel del Liceo Rius, siempre junto a artistas de primerísimo nivel. Veamos algunos ejemplos:

“El viernes 25 se celebrará en el Liceo Rius una función extraordinaria de cante y baile andaluz, bajo la dirección del conocido cantaor José Barea. En esta función tomará parte todo lo más distinguido del gremio de cantaores y bailaores existentes en Madrid. Con decir que entre los artistas de ambos sexos figuran entre otros la Macarrona, Rita García, las Borriqueras, Matilde Prada, el Breva, el Malagueño, Barberán, Medina y Barea, basta para que los aficionados a este género estén de enhorabuena” (El Heraldo de Madrid, 23-5-1894).

“Esta noche, en el Liceo Rius, gran festival de cante y baile andaluz, organizado y dirigido por el célebre Juan Breva. Bailarán las Borriqueras, la Paloma, Luis Pérez y el Pichiri; cantará Rita García, por el estilo de Chacón y Fosforito, y por los suyos propios el Breva, el de Jerez, Barea y José Calvo. […]” (El Imparcial, 11-12-1894).

“Mañana por la noche, en el Liceo Rius […]. Bailarán las Macarronas, la Borriquera, Adela Ayala, Dolores López, Manuela Romero, Luis Perea y el Pichiri. Cantarán Rita García, Adela Ayala, Félix Magán, Paco el Malagueño, Revuelta, el Tuerto de Madrid y otros. […]” (El Imparcial, 31-1-1895).

“Liceo Rius. Hoy martes, gran función de cante y baile andaluz por los más afamados artistas del género. Bailarán las Macarronas, Carmen la de Pichiri, María Malvido y Lola Sánchez, cuñada del célebre Silverio. Cantarán Rita García, insustituible en malagueñas y seguirillas; Antonio Ortega, conocido en el siglo flamenco por Juan Breva; José Barea y el Fosforito […]” (El Imparcial, 5-7-1895).

Cafe Imparcial, de MadridCafe Imparcial, de Madrid

Dos años más tarde, esta vez en el Salón Variedades, volvemos a encontrar a “la tan aplaudida y simpática cantadora Rita García” (El Día, 16-6-1897), que comparte escenario, una vez más, con María la Macarrona, Salud Rodríguez y José Barea, entre otros artistas.

En 1901, en un reportaje publicado por la revista Alrededor del mundo, se hace referencia a Rita como una de las mejores cantaoras flamencas del momento. En 1902, la artista vuelve a presentarse en el Variedades, junto a Paca Aguilera; y, en 1906, forma parte del cuadro flamenco del Café del Gato.

A través de un reportaje publicado en 1929 en El Heraldo de Madrid, sabemos que “la Rita de Jerez”, en sus años de esplendor, también hizo gala de su arte en otros locales de la capital de España, como el Café Imparcial, al que “en pleno apogeo de sus facultades vino a hacer suerte, ganando tres duros diarios” (13-11-1929).

De la gloria al olvido

En 1904, en su obra Cantaores Andaluces, Núñez de Prado destacaba las excelentes cualidades artísticas de Rita, a quien comparaba con el mismísimo Antonio Chacón:

“La popularidad de su nombre es inmensa, y generales las simpatías de que goza, y esto lo debe tanto a sus cualidades de artista, como al atractivo de su carácter alegre, comunicativo […]. Es justamente admirada, y aun más justamente aplaudida, porque dentro de ella hay algo que no pertenece a la generalidad, que no es vulgar, que lleva consigo […].

Es difícil, muy difícil, encerrar en las grandiosidades majestuosas del malagueño de Chacón los caprichosos jugueteos del cante de Rita, sin que el contraste se haga notar de manera antipática, y sin embargo, ella ha conseguido hacer esto, y lo ha hecho con un tacto tan exquisito, que su labor es un merecido triunfo, lo que constituye la mejor ejecutoria de su alma de artista”.

Pocas referencias más encontramos sobre esta cantaora, hasta la publicación de la mencionada entrevista en Estampa, firmada por Luisa Carnes, quien presenta a la protagonista con estas palabras:

Rita la Cantaora, de tan famosa, llegó a ser para la nueva generación sólo un refrán. ‘¡Anda, que te vea Rita la Cantaora!’ ¿A quién no le han dicho esto alguna vez? Pero Rita no es sólo un refrán. Rita, que ha sido en su época la más famosa cantaora de flamenco, es hoy una viejecita simpática, que vive consagrada al cuidado de su casa humilde y al amor de sus cuatro nietos” (8-6-1935).

El cantaor Franciso Lema, FosforitoEl cantaor Franciso Lema, Fosforito

La anciana cantaora, que reside en Carabanchel Alto, además de recordar su debut en los escenarios madrileños, relata a la periodista la última de sus actuaciones, que tuvo lugar en 1934 en el Café Magallanes, junto a otras viejas glorias del flamenco:

“Como ahora no hay má que niño en esto der flamenco… una mujé, que le gustan estas cosas, se decidió a formar un cuadro de viejo. Y me yamaron. Aparesimo en un café de Magallane casi toos los antiguos. Ayí estaban Las Coquinera, Fosforito, y no me acuerdo de cuántos má. […]

Mire usté, cuando aparesimo, to se gorvían grito y viva a nosotros. Desían: ‘¡Vivan los viejos!’ ‘¡Viva la solera der cante y der baile!’ Era mu emosionante. Yo yevaba una farda blanca y negra y una blusa blanca; no se la enseño porque la tengo lavá. Y, claro, mi clavelito. Que aquí lo conservo. […]

lo del año pasao no se me orviará mientras viva. Tos los viejos reuníos. ¡Aquello! Ahora no hay más que buena vose, y fandanguillos, cosa fina, pero na… Se acabó la sabiduría der cante y del baile”.

Una vez más, se repite la historia de tantas y tantas artistas que, tras haber saboreado las mieles del éxito y el triunfo, terminan sus días olvidadas y en la miseria. “Lo púe ser to”, se lamenta Rita. “He vivío como una reina […] Y ahora soy más probe que las ratas. […] Tuve a mi vera a muchos hombres, que me hubieran elevao… y me casé con un vorquetero de Carabanché. ¡La vía! Si uno supiera er fin que le aguarda en eya, ya viviría de otro mo”. Y qué mejor manera de expresar sus penas que a través del cante. La anciana Rita regala a la periodista un par de coplas de su repertorio:

“Males que acarrea el tiempo,
quién pudiera penetrarlos,
para ponerle remedio
antes que viniera el daño”

“Tengo mi ropita en venta,
yo tengo mucha fatiga,
nadie me la quié comprá
y a mí er venderla me obliga”

En 1936, en plena Guerra Civil, por motivos de seguridad, la población de Carabanchel Alto es evacuada, y Rita es acogida, junto a su familia, en la pequeña localidad castellonense de Zorita del Maestrazgo. Allí fallece, a la edad de 78 años, el 26 de enero de 1937.


Antonia la Coquinera, genial bailaora y musa de pintores (y II)

Durante los meses de abril y mayo de 1898, la Coquinera figura en el cuadro de cante y baile andaluz que acompaña las representaciones del sainete La buena sombra, en el madrileño teatro de la Zarzuela. El éxito obtenido en la primera función convierte en imprescindible la presencia de los artistas flamencos:

“… para que los extranjeros puedan conocer el clásico baile y cante andaluz, para esta sola noche se ha contratado un notable cuadro de artistas de este género, en el que figuran las célebres bailaoras Matilde Prada y Antonia Gallardo (La Coquinera), además de los celebrados artistas andaluces Antonio Sierra y José Castellano” (La Época, 16-4-1898).

“ En el último cuadro, hubo un numero de cante y baile flamenco, en el que tomaron parte las bailadoras Matilde Prada y Antonia Gallardo, a las que no se cansaba el público de aplaudir. El baile tuvieron que repetirlo hasta cuatro veces, cosechando no pocos aplausos. La empresa ha contratado a las celebradas bailarinas para que tomen parte todas las noches en la obra” (El Día, 16-4-1898).

“La empresa, en vista del buen éxito obtenido por las bailaoras del genero flamenco Matilde Prada y la Coquinera, ha contratado a varios artistas de cante y baile andaluz, que actuarán todas las noches en el último cuadro de La buena sombra” (Diario Oficial de Avisos de Madrid, 20-4-1898).

El 16 de mayo, la obra se representa “a beneficio de las aplaudidas Matilde Prada y Antonia Gallardo, la Coquinera” (El Liberal,16-5-1898).

En abril de 1900, Antonia figura en el Gran Cuadro de Baile Flamenco que actúa en el Café Concierto Novedades de Sevilla, junto a las bailaoras Juana Valencia, Juana Antúnez y María Malvío, y al cantaor Antonio Cordero. Tres años más tarde se encuentra en el Salón Filarmónico, donde comparte escenario con Pepa Oro, Enriqueta ‘la Macaca‘, Carmen ‘la Pichira‘ y Carlota Ortega, entre otros artistas.

La gracia y el atractivo de esta artista cautivan a propios y extraños, incluido el pintor holandés Kees van Dongen, que en 1906 la convierte en protagonista de su óleo “Antonia la Coquinera”, que se conserva en el Museo Hermitage de San Petersburgo.

"Antonia la Coquinera" (1906), por Kees van Dongen“Antonia la Coquinera” (1906), por Kees van Dongen

Entre Madrid y Sevilla

En 1908 volvemos a encontrar la pista de Antonia Gallardo en el Novedades sevillano:

“Ahora trabajan en dicho local los siguientes artistas:
Tocador de guitarra, José Triana, ‘El Ecijano‘.
Cantadores: Antonio Valiente, ‘El Macareno‘, uno de los más famosos y que más se distinguen en el género andaluz, y José Pérez, ‘El Tiznao‘.
Bailadoras: Magdalena Seda; Antonia Gallardo, ‘La Coquinera‘; Juana Junquera; Rita Ortega.
Cantadora: Teresa Seda, ‘La Jerezana‘. […]
Este cuadro, tan completo y numeroso, no lo puede costear ningún establecimiento de Madrid de la índole referida” (El Globo, 3-10-1908).

En septiembre de 1911, también en Sevilla, la revista Eco Artístico informa sobre el debut en el salón Pasarela del Cuarteto Andalucía, dirigido por Víctor Rojas e integrado por “Antonia Gallardo y María Benítez y el bailador del género andaluz Antonio Ramírez, que son muy aplaudidos” (15-9-1911).

En abril de 1912, la prensa vuelve a situar a Antonia la Coquinera en la capital de España, en el teatro Madrileño, donde permanece varias semanas. En octubre de 1913 se presenta en el salón Primera de Jerez, donde es muy bien recibida:

“Este Salón de varietés abrió sus puertas el 12 del actual con el imprescindible cuadro flamenco. Antoñita la Coquinera, popular y simpática bailadora, en unión de las cantadoras por ‘lo jondo’ La Pompi y Sebastianita, son aplaudidísimas a diario por los asiduos concurrentes a este Salón” (Eco Artístico, 5-10-1913).

Unos meses más tarde, la bailaora regresa al lugar donde debutara en Madrid una década antes, el antiguo Café de la Marina. La prensa la sitúa en dicho local en distintas ocasiones entre los meses de enero y junio de 1914, junto a las bailaoras la Paloma, la Camisona y María la Macarrona, el guitarrista Ramón Montoya, y el cantaor Manuel Escacena, entre otros artistas.

Antiguo Cafe de la Marina (Revista Estampa, 1935)Antiguo Cafe de la Marina (Revista Estampa, 1935)

La siguiente referencia periodística que encontramos sobre Antonia Gallardo hace alusión a la velada benéfica celebrada en el salón Olimpia de Madrid en favor de la artista. El evento tuvo lugar el 29 de agosto de 1925, y en él participaron su hermana Josefa la Coquinera, Rita Ortega, la Gabrielita, Estampío, Fosforito, Manuel Vallejo, el Cojo de Málaga, el Mochuelo y Ramón Montoya, entre otras personalidades del mundo del flamenco. “Tomó parte en el espectáculo la beneficiada, que obtuvo un éxito grande” (La Libertad, 2-9-1925).

El declive de la artista

A partir de ese momento, son escasas las apariciones públicas de la bailaora, que ya supera los cincuenta años de edad. En 1925 actúa en el teatro Romea, junto a Manuel Vallejo y Manuel Centeno, y al año siguiente hace lo propio en el Kursaal y en el Maravillas.

En 1927, Antonia Gallardo, Faíco y Angelillo son las estrellas principales del espectáculo de ópera flamenca que se presenta en el teatro Goya con motivo de las fiestas populares del barrio del Puente de Vallecas. Un año más tarde se celebra una función similar “a beneficio de la afamada bailarina Antonia ‘la Coquinera’”, en la que toman parte “muchos tocadores y cantadores, todos ellos premiados en diversos concursos” (La Libertad, 10-6-1928).

En 1933, La Vanguardia anuncia el estreno del ballet El amor brujo en el Liceo de Barcelona. En el reparto figuran, entre otras artistas, las Coquineras, en el papel de “viejas gitanas” (22-11-1933). Un año más tarde, Antonia Gallardo, junto a Rita García, Fosforito y Estampío, forma parte del cuadro de “viejas glorias” que actúa con gran éxito en el Café Magallanes. En 1935, en un reportaje publicado en la revista Estampa, Rita la cantaora rememora aquella actuación: “Mire usté, cuando aparesimo, to se gorvían grito y viva a nosotro. Desían: ‘¡Vivan los viejos!’ ‘¡Viva la solera der cante y der baile!’” (8-6-1935).

En ese mismo reportaje, que incluye entrevistas a algunos de los otrora “emperaores del cante y del baile flamenco”, se informa sobre el reciente fallecimiento de Josefa la Coquinera, y sobre la actual situación de su hermana Antonia, que reside en Cuatro Vientos (Madrid), donde “está al frente de un bar de camareras, en compañía de su cuñado, tipo magnífico de gitano trianero, esposo de la difunta Coquinera y ex camarero de los más famosos colmados de Madrid”.

Antonia la Coquinera en su bar de Cuatro Vientos. Revista Estampa, 1935Antonia la Coquinera en su bar de Cuatro Vientos (Revista Estampa, 1935)

La bailaora recuerda, no sin cierta nostalgia, los años dorados en que mostraba su arte ante la flor y nata de la sociedad madrileña:

“Había muncha juerga ayí. Se cuenta y no se acaba. Muncha gente del palasio, pariente der rey… […] Nos pagaban después, según la voluntá de ca cuá. Por ejemplo, desían: ‘Ahí van quinientas -o setesientas, según- pa los flamenco’. Y lo repartíamo entre toos. Y ayí sí que había reunío señorío…
To se gorvían marquese y condese y reverensia. Entonse se respetaba ma a la artista que hoy. Hoy, por dos cochino duro, creen que tien derecho a to. Entonse había el señorito que mandaba regalo y regalo cuando le gustaba una mujé. A mí había uno que tenía finca, y que ca vez que iba a casa me mandaba pa Seviya to lo mejón” (Estampa, 8-6-1935).

En 1942 nos dejó para siempre esta gran bailaora, inspiradora de poetas y musa de pintores, cuyo arte y belleza le valieron elogios como éste: “Ver bailar a la Coquinera fue un sueño, metía cantaor y guitarra en su baile y los dirigía como una orquesta, no he visto bailar mejor” (Manolo Heras, Niño de Madrid)*.

* Citado por Antonio Cristo Ruiz, “Las Coquineras del Puerto”, Revista de Flamencología, 1999.