Entre 1915 y 1920 son pocas las referencias a la Macarrona que encontramos en la prensa: varias actuaciones en el Kursaal Central de Sevilla; en Barcelona, en la inauguración del Villa Rosa de Miguel Borrull; en San Sebastián, junto a Pastora Imperio, en la fiesta privada de una condesa…

La bailaora Juana la Macarrona
En enero 1922 se estrena en el Ideal Rosales de Madrid el espectáculo “Ases del arte flamenco”, en el que destaca “la reina de las reinas del baile flamenco, la formidable Juana la Macarrona”. Unos meses más tarde, la genial bailaora es invitada por Manuel de Falla a actuar ante los cuatro mil espectadores del Concurso de Cante Jondo que se celebra en Granada coincidiendo con las fiestas del Corpus. Allí comparte escenario con los artistas más destacados del panorama flamenco del momento, como Manuel Torre, La Niña de los Peines, Antonio Chacón y el guitarrista Ramón Montoya.
Días más tarde, Ramón Gómez de la Serna escribe en las páginas de El Liberal a propósito de dicho acontecimiento: “La Macarrona es la superviviente del baile jondo y ha quedado consagrada como la única. Es que es maravillosa e inimitable, porque no sólo su danza, sino el tamaño y el color de su falda se atienen a la medida antigua”.
Dicha actuación da un nuevo impulso a la carrera de Juana Vargas. El 23 de marzo de 1923, coincidiendo con la demolición del antiguo Café Novedades de Sevilla, A. Rodríguez de León publica un artículo en El Sol, en el que rememora los buenos tiempos de aquel local “donde la Macarrona ejercía el sacerdocio de su baile ‘jondo’, que era espasmo trágico y contorsión de angustia; donde la línea adquiría prestigios arrogantes y relieves supremos, porque el baile era la danza del sentimiento hecho carne tentadora, armoniosa y febril”.
En abril de 1925, la prensa sitúa a Juana la Macarrona en Sevilla, donde actúa con la Mejorana y el Niño de Marchena en el Hotel Alfonso XIII, en una fiesta organizada por el Comité de la Exposición Iberoamericana, a la que asisten grandes personalidades. Unos días más tarde vuelve a codearse con la más alta sociedad, sus majestades incluidas, en el Palacio de las Dueñas, junto a La Niña de los Peines, Antonio Chacón, Ramón Montoya, la Pompi y el Niño de Marchena, entre otros artistas.
Un amago de retirada
Los tiempos van cambiando y hay que adaptarse a ellos. En 1926, la que fuera reina de los cafés cantantes vuelve a recorrer la geografía española con un espectáculo de ópera flamenca producido por el empresario Vedrines. Ese mismo año anuncia su retirada de los escenarios, “porque estas piernas mías que han sido de bronce, van siendo ya de alambre” (El Correo de Andalucía, 3-3-1926).

La Macarrona bailando en el Trianón Palace (Nuevo Mundo, 24-9-1911)
Juana abre una academia de baile en Sevilla, en un corral de vecinos de la Alameda de Hércules. Sin embargo, no se retira del todo. En 1927 vuelve a actuar en Madrid, en el Certamen Nacional de Cante Flamenco que se celebra en el Monumental Cinema.
“Ver bailar a la Macarrona es como asomarse al campo y aspirar auras de huerto florido, después de haber respirado el aire turbio y viciado de un antro. Qué garbo, qué presencia, qué elegancia […] ¡Que tiene años! ¡Que está gorda! ¡Y qué! Que vengan mocitas a mejorar aquella danza”, escribe José O. de Quijano en el Heraldo de Madrid (1-10-1927).
En 1929, Juana Vargas actúa en el Principal Palace de Barcelona, con un cuadro flamenco dirigido por Paco Aguilera. Un año más tarde regresa a la ciudad condal, donde participa en los actos flamencos que se celebran con motivo de la Exposición Universal de 1930. Baila también en el espectáculo de despedida de Pastora Imperio, en el Circo Barcelonés y, posteriormente, en el Teatro Vital Aza de Málaga.
Tras una incursión en el cine, en la película Violetas imperiales (Henry Roussel, 1932), Juana la Macarrona se embarca en una nueva gira, con la compañía de La Argentinita. El montaje se compone de varios números, entre ellos “Las calles de Cádiz” y “El café de Chinitas”. El espectáculo cosecha grandes éxitos en España y también en París, donde se estrena en 1934, en la Salle des Ambassadeurs. En él intervienen Pilar López, Rafael Ortega, La Malena y La Macarrona.
En 1936, Juana baila en una fiesta organizada en el Alcázar de Sevilla para agasajar al Gran Visir. Dos años más tarde vuelve a salir de gira con el espectáculo “Las calles de Cádiz”, esta vez presentado por Concha Piquer junto a artistas como La Niña de los Peines, Rita Ortega o su inseparable Malena. A finales del 38 se presenta en el Gran Teatro Cervantes de Sevilla, y en 1940 sigue cosechando éxitos en distintas ciudades españolas. Éstas serían su últimas actuaciones, pues esas piernas “de alambre” de la Macarrona, como ella misma las definía en 1926, contaban ya con 70 años y muchos achaques.
El declive de la Macarrona
En 1942, Pepe Marchena organizó, en el hotel Colón de Sevilla, una fiesta homenaje a Juana Vargas, que celebraba así sus bodas de oro con el arte flamenco. Dos años más tarde, la Macarrona realizó su segunda, y última, incursión en el cine, con un pequeño papel en la película Eugenia de Montijo, de José López Rubio.

La Macarrona en su madurez, cuadro de Alfonso Grosso
En diciembre de 1945, el diario ABC se hacía eco de la difícil coyuntura por la que atravesaba la bailaora, quien confesaba: “muchas joyas, muchos brillantes he tenido. Pero lo que pasa en la flamenquería, como no tenemos cabeza pa na, cuando volví la cara, ya tenía aquí la vejez y la enfermedad”.
Unos meses más tarde, con el fin de recaudar fondos para aliviar en lo posible la precaria situación económica de la Macarrona, el Sindicato Provincial del Espectáculo de Sevilla le organizó un nuevo homenaje en el Teatro San Fernando, en el que participaron numerosos artistas. Aquélla fue la última vez que se la pudo ver sobre un escenario.
“La famosa ‘bailaora’ quiso corresponder con el inicio de un baile. Cosa brevísima, pues la edad y los achaques no permitieron ya otra cosa. Pero sólo en la manera de alzar los brazos los viejos sintieron avivarse los recuerdos del pasado y los jóvenes pudieron columbrar un destello de la gloria que se fue” (ABC de Sevilla, 9-3-1946).
En abril de 1947, en plena Feria de Sevilla, el baile de La Macarrona cesó para siempre. “Murió en su cama, en el barrio, como es de ley, y sin molestar más que lo justo a cuatro vecinos. Esos cuatro vecinos, en una tarde de feria, la acompañaron allá donde se crían las malvas” (La Vanguardia, 17-04-1947).
Según las crónicas de la época, Juana Vargas murió sola y olvidada. Sin embargo, muchas décadas después, aún resuena el eco de sus tacones sobre el escenario. La Macarrona fue la reina indiscutible de los cafés cantantes. Bailó con mucha gracia por todos los estilos, si bien fue en las alegrías, los tangos y las soleares donde más destacó, por su braceo majestuoso, sus desplantes, su flexibilidad y su dominio de la bata de cola.
“Daba gozo verla con el mantoncillo de espuma y la pulquérrima bata de cola, atrancándose en los primeros compases de la danza para detenerse de improviso, erguida y soberbia, los brazos en alto y los faralaes del vestido como un pedestal de nieve en torno a sus pies ágiles y taconeantes, hasta que ‘entraba en falseta’. La artista iba luego desperezándose con desmayo y gachonería, para acabar en giros rapidísimos entre el repiqueteo de las ‘pataítas’, mientras su hermana echaba al aire coplas ‘por alegrías’:
Los voluntarios de Cái
fueron a coge coquinas,
y a la primera descarga
tiraron las carabinas,
para enlazar, entre palmas de broma, con el tanguillo saleroso:
Cómpreme osté una levita,
osté que gasta castora,
que es prenda que da la hora
gorviéndola del revés…”
(Diario Madrid, 7-2-1968).