Si los baúles de la Piquer han pasado a la historia como los más paseados a lo largo y ancho de la geografía española y americana, lo cierto es que los de la Molina no se quedan atrás. Desde su regreso de tierras americanas, su vida transcurre en un constante ir y venir, de teatro en teatro, de ciudad en ciudad y de aplauso en aplauso.
Con un ritmo frenético, sin apenas descansar, Amalia recorre una y otra vez las distintas regiones españolas, con breves paradas en Madrid, donde sigue teniendo su residencia. Sin embargo, lejos de cansarse de ella, el público espera con impaciencia la próxima visita de la artista, ávido por conocer las variaciones de su repertorio y su puesta en escena, que son objeto de una continua renovación.

Amalia Molina (Nuevo Mundo, 3-4-1915)
Sus actuaciones se cuentan por éxitos. En cuanto la artista aparece sobre el proscenio, las palmas echan humo, por utilizar una expresión bastante común en aquella época, y la crítica se rinde a sus pies. Sería harto aburrido transcribir aquí todos y cada uno de los elogios que cada día le dedican los papeles. Como muestra, reproducimos la crónica de su presentación en el Teatro Sanchís de Gijón:
“No habían terminado los aplausos al decorado, cuando la orquesta preludió los primeros compases de la hermosa canción ‘Alma española’, y apareció en la escena la clásica, la imponderable Amalia Molina; el público la ovacionó en tal forma, que ella estuvo varios minutos saludando al ‘respetable’, que con tanto entusiasmo la recibía.
Nos cantó varias de sus creaciones, y en todas era interrumpida por aplausos y ¡oles! lanzados desde todos los ámbitos del Teatro.
Pero cuando la ovación llegó al delirio fue en el momento que con su estilo insuperable y propio brotaron de su garganta las armoniosas frases de sus ‘Marianas’, en las que no hay quien la iguale; el entusiasmo era tan grande que Amalia se adelantó a las candilejas, y verdaderamente emocionada habló al público, dando las gracias por el recibimiento” (Eco Artístico, 25-10-1912).
A Sevilla por Semana Santa

Amalia Molina le canta saetas al Gran Poder (Blanco y Negro, 30-3-1919)
En esta vorágine de trabajo, la polifacética sevillana siempre encuentra tiempo para regresar a su ciudad natal en Semana Santa, donde devoción y obligación se funden en una saeta al paso de su Cristo del Gran Poder y su Esperanza Macarena, imágenes por las que siente gran fervor. Así lo manifiesta en distintas entrevistas a lo largo de su carrera:
“A mi Sevilla. Eso no lo falto yo por na. Ya puedo estar donde esté, para Semana Santa estoy en mi tierra. Me parece que si no le cantaba unas saetas al señó del Gran Podé, se me vendría encima alguna desgrasia” (El Día, 22-8-1917).
“Todos los años venía a cantar saetas. Aunque me cogiera en La Habana. Atravesaba la mar, y en la madrugada del Viernes Santo ya estaba yo en la calle Sierpes cantando. Mis saetas eran todas de los hermanos Quintero. […] Fíjate en esta saeta de Serafín y de Joaquín. ¡Una cosa!:
Benditas las golondrinas
que vienen de dos en dos
a quitarle las espinas
a Jesús, hijo de Dios”
(ABC, 7-7-1944).
“Ésta que voy a cantá […] es la copla que toítos los años, sin fartá uno, le canto al zeñó del Gran Podé en cuantito que sale… Ya hase muchos años que esta saeta mía es la primera que oye el probetico Jezú… […]
¿Dónde va, hermoso clavé?
¿Dónde va tú, buen Jezú,
que tan cargado te ve
con esa pesada Cru
siendo tú el Gran Podé?
[…]

Esperanza Macarena, por la que Amalia siente gran devoción
Ahora, la que siempre le canto a la Virgen de la Esperansa de mi barrio… escuchen ustés:
Mirarla por dónde viene
tan hermosa y tan serena
la Virgen de la Esperansa,
honra de la Macarena.
[…]
Es tan bonita y tan gitana la Virgen de la Esperansa, que yo, cuando estoy delante de ella y le canto saetas, me dan ganas de salirle por bulerías. En cambio, viendo el Gran Podé, casi no puedo cantarle porque rompo a llorá. También a la Esperansa de Triana le canto. A ésa le digo yo: […]
Mare mía de la Esperansa,
no llores ni tengas penas,
que tu cara es más bonita
que la de la Macarena”
(Nuevo Mundo, 23-3-1917).
Amalia, en el top ten de las artistas de varietés
A estas alturas de su meteórica carrera, Amalia Molina es una artista más que consolidada, que puede medirse, tanto en fama como en salario, con las mejores de su tiempo: “Pastora Imperio, La Goya, Amalia Molina, La Argentina, La Argentinita […], Lulú y dos o tres más, son aplaudidas y celebradas con estrépito, y ganan en un día más que las primeras tiples en una semana” (El Liberal, 2-3-1913).

Amalia Molina en uno de sus decorados (Eco Artístico, 25-12-1913)
El eco de sus triunfos llega incluso a la prensa norteamericana. En 1913, la revista Variety publica un artículo en el que analiza la precaria situación de las bailarinas de nuestro país y destaca a unas cuantas privilegiadas cuyos cachés, tanto en España como en el extranjero, se sitúan muy por encima de la media. En esta “primera división” de las variedades figura, entre otras, Amalia Molina:
“Las que bailan en Madrid, Sevilla y Barcelona sueñan con un contrato en el extranjero, dado que los salarios que se cobran en los cafés cantantes son, con pocas excepciones, ridículamente bajos. En las ciudades más pequeñas las bailarinas no esperan encontrar mejores condiciones. Son mayormente gitanas, o gitanas de origen morisco, criadas en el analfabetismo y con un concepto rudimentario de la vida.
A estas chicas los bajos salarios que se pagan en los cafés les parecen suficiente y dan la bienvenida al cambio que supone dejar de lado las penosas tareas del hogar. […]
Como excepciones a la regla, en la actualidad hay varias bailarinas españolas que se han hecho un nombre y piden altos salarios, tanto en sus lugares de origen como -especialmente- en el extranjero. […] Basta con citar a las más conocidas (en orden alfabético, para no despertar envidias): Argentina, Amalia Molina, Candelaria Medina, Conchita Ledesma, Dora la Gitana, La Chelito y Pepita Sevilla” (Variety, 1913). (1)
Amalia versus Pastora
Las comparaciones son odiosas, y con frecuencia la crítica suele contraponer la figura de Amalia y la de su paisana la Imperio, tal vez por los paralelismos existentes en las carreras de ambas: se trata de dos muchachas sevillanas, de humilde cuna y más o menos coetáneas, que emigran a Madrid en busca del éxito y consiguen triunfar en el mundo con un repertorio de lo más variado.

Pastora Imperio
Desde la óptica de nuestro días, se impone la escultural Pastora, con esos ojos verdes que todavía hoy quitan el aliento a más de uno. Sin embargo, los papeles de la época no necesariamente se decantan por la hija de la Mejorana, de quien destacan su atractivo físico por encima de sus dotes artísticas, a diferencia de lo que sucede con su paisana. Veamos algunos ejemplos:
“Pastora Imperio como artista es una de tantas; tan graciosa o más que ella es Amalia Molina, y, lectores, Amalia Molina no ‘abusa’ en el sueldo, y Amalia Molina lleva la última palabra de la escenografía y el decorado, y ver a Amalia Molina bailarse una jota o unas seguidillas vale todo el dinero del mundo” (Eco artístico, 15-9-1914).
“Amalia Molina representa principalmente el Arte andaluz. Pastora Imperio, representa principalmente, el arte gitano. La primera da forma con su arte a la finura y a la gracia esencial del alma andaluza. La segunda reviste de forma artística la cínica contorsión con que se encoge de hombros la degeneración espiritual de la raza gitana […]. El arte de Amalia es incomparablemente superior al de Pastora. ¿Cómo han podido comparar a estas dos artistas? […]
Triunfa Pastora más ruidosamente que Amalia. Andalucía es más gitana que andaluza.
¡Si la menuda artista tuviera el cuerpo de la artista gitana!” (Andalucía, 1-4-1917).
A pesar de todo, ni la envidia ni la rivalidad se cuentan entre los defectos de Amalia, que tiene fama de ser una compañera ejemplar. Lo dice ella misma, en una entrevista concedida a Margarita Nelken -“A mí no me gustan los infundios, ni las calumnias, ni todas esas cosas del teatro. Yo nunca he reñido con ninguna ni he hablado mal de ninguna” (El Día, 22-8-1917)-; y lo corroboran quienes han tenido ocasión de tratarla, como el periodista Juan del Sarto:
“Un rasgo, entre muchos, de la bondad de Amalia Molina, era cómo hablaba de sus compañeras. Las elogiaba y a algunas las admiraba sinceramente. Yo no he oído nunca decir cosas tan bonitas, tan amables y tan merecidas como le oí decir a Amalia refiriéndose a la Goya, a Pastora Imperio, a Raquel Meller, a la Argentina, a la Argentinita…” (Imperio, 18-9-1956).
…
NOTA:
(1) La traducción de todos los textos extranjeros es nuestra.