Flamencas por derecho

Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Flamencas por derecho - Mujeres que han dejado su impronta en la historia del flamenco

Josefa Vargas, la Terpsícore gaditana (III)

En junio de 1850, Pepa Vargas es agasajada con un nuevo beneficio en el Teatro de la Comedia. En esta ocasión, baila junto a Carlos Atané unas boleras del Hernani y la pieza denominada El Jaque, además de marcarse “con suma propiedad y donaire” (La Época, 25-6-1850) las seguidillas gitanas integradas en La Cigarrera de Cádiz.

Unos días más tarde se invierten los papeles y es la Vargas quien interviene en la función benéfica celebrada en el Teatro de la Ópera en honor de Atané. Completan el plantel de estrellas la Guy Stéphan y la Fuoco. A pesar de jugar fuera de casa, la gaditana vuelve a firmar una gran actuación.

“Las bailarinas españolas dejaron bien puesto el pabellón nacional en El Polo, Las Boleras del Capricho y La Contrabandista y las majas, lo que no fue poco en un teatro donde el baile estranjero (sic) es la afición dominante. La Vargas, que estrenó en El Polo un rico vestido glasé de plata, bailó con su gachonería de costumbre, y obtuvo estrepitosos aplausos. A sus pies cayó una lluvia de flores y una linda corona con una tarjeta” (La Época, 27-6-1850).

Pepa Vargas en El polo del contrabandista

Pepa Vargas en El polo del contrabandista

La Vargas y la Cámara, una pareja de arte

En julio de ese año se presenta por primera vez en el Teatro del Circo la compañía de bailes españoles dirigida por el señor Ruiz, que estrena Las mozas juncales, pieza protagonizada por Josefa Vargas y Petra Cámara. Completan el cartel de dicho coliseo las bailarinas Marie Guy Stéphan, Sofia Fuoco y Clotilde Laborderie, de modo que, una vez más, la competencia está servida entre el baile nacional y el extranjero. La gaditana vuelve a demostrar que su arte no tiene parangón.

“la Vargas y la Cámara, han rehabilitado, por decirlo así, el baile español, hasta ahora mirado con cierto desdén por la gente de buen tono. […] La Vargas fue muy aplaudida y obsequiada por sus entusiastas amigos con numerosos ramos de flores, en justo premio del primor con que ejecutó un baile nuevo para ella, y en cuyo estudio sólo había empleado muy pocas horas” (La Época, 9-7-1850).

Tras varias levantando pasiones en el Circo, las dos bailarinas andaluzas son honradas con una función benéfica, en la que toman parte sus colegas extranjeras, Sofia Fuoco y Marie Guy Stéphan. La Vargas y la Cámara, por separado, deleitan a sus admiradores con el Ole, que el público las obliga a repetir:

“Los ojos negros y las maneras provocativas de la hermosa Vargas y la picante mirada de la graciosa Cámara hicieron estragos que no son para dichos. Hubo joven a quien se le erizó el pelo y eso que le llevaba rizando, viejo que olvidó sus canas, sus juanetes y sus alifafes, y mozo que juró no casarse sino con muger (sic) que bailase el Ole.

Las dos majas andaluzas fueron estrepitosamente aplaudidas” (El Clamor Público, 30-7-1850).

Teatro del Circo de Madrid

Teatro del Circo de Madrid

En su segundo número, la de Cádiz vuelve a brillar con luz propia:

“la reina de la fiesta fue la graciosa Pepita Vargas, que en el Ole y en la Gaditana de la feria de Sevilla alborotó a sus muchos apasionados que la arrojaron infinitos ramos, pájaros, cintas, […] preciosas pulseras, una rica cadena de oro […]. Ésta se presentó vestida con la elegancia y el lujo deslumbrador con que eclipsa a todas sus rivales. En el segundo bailable vestía un nuevo y rico traje de raso blanco, bordado todo de sedas de colores” (La Época, 30-7-1850).

No obstante, crítica y público no siempre van de la mano, y mientras el respetable se rinde a los pies de la Vargas, hay quienes censuran su “entusiasmo frenético […], que nos recuerda incesantemente la embriaguez de las bacanales griegas” (La Época, 6-8-1850). Por su parte, la autoridad del Teatro Circo le recomienda “moderación en los pasos y jaleos del baile” (El Observador, 30-7-1850).

Nueva temporada en el Instituto

Durante el mes de agosto se suspenden los espectáculos públicos en la Villa y Corte, y las empresas teatrales aprovechan para reorganizar sus plantillas. Una vez concluida su colaboración con Petra Cámara, “[l]a Vargas vuelve a su teatro favorito, al Instituto, y el empresario, Sr. Dardalla, la ha autorizado para formar a su gusto la compañía de baile” (La Época, 8-8-1850).

En el mes de septiembre, tras una breve gira por el norte, la gaditana reaparece en el Teatro de la Comedia, rodeada de un elenco con sabor andaluz: “la bella y graciosa Pepita Vargas acaudillará a las majas de más rumbo que encierra Sevilla, haciendo las veces de su jefe de estado mayor la Adelina Guerrero” (La Época, 27-8-1850).

Petra Cámara

Petra Cámara

En esta nueva temporada, la artista se muestra más polifacética que nunca. No sólo baila, sino que también compone alguna pieza e incluso hace sus pinitos como actriz. Los éxitos no se hacen esperar:

“El cuerpo de baile agradó también a los concurrentes, especialmente la simpática Vargas, que con su sombrerillo andaluz y su proverbial gracia ejecutó con gran soltura La Bailaora é Jerez […]. La Pepita Vargas cada día va demostrando mayores adelantos en los bailes gráficos nacionales, en los que tiene pocas rivales” (La Época, 17-9-1850).

“TEATRO DE LA COMEDIA.- […] Un día de toros en el puerto, bailable nuevo, compuesto por la señorita Vargas” (El Clamor Público, 3-10-1850).

“En la pieza andaluza La Cigarrera de Cádiz desempeñó la parte de protagonista la Pepita Vargas, siendo muy aplaudida por la gracia y las admirables disposiciones que reveló en la ejecución de su papel. Hace tiempo que la célebre bailarina manifiesta una decidida afición a la carrera dramática” (La Época, 8-10-1850).

A finales de octubre, tras superar un amago de ruptura de contrato -por “cuestión de maravedises” (La España, 1-10-1850)- y un “ataque cerebral” (La Época, 23-10-1850), el Teatro de la Comedia obsequia a Josefa Vargas con un beneficio. En el programa figura la comedia andaluza El Tío Pinini, que se compone de varios bailables, entre ellos El Ole y el Polo nuevo, ambos ejecutados por la protagonista del evento. La segunda parte de dicha obra se lleva a escena unas semanas más tarde, e incluye también seguidillas gitanas.

Tras varios meses de reinado en el Instituto, Josefa Vargas emprende un misterioso viaje a París. Los posibles motivos esgrimidos por la prensa van desde el ingreso en un convento hasta la asistencia a un colegio para perfeccionar su educación. Sólo ella lo sabe.

Marie Guy-Stéphan bailando el jaleo

Marie Guy-Stéphan bailando el jaleo

A su regreso a Madrid, en junio de 1851, la artista vuelve a presentarse en su teatro de cabecera con el bailable Los toros del puerto, compuesto por el Sr. Guerrero. Durante el reducido número de sesiones en que participa, la Vargas también interviene en otras piezas, como La Cigarrera de Cádiz o El Tío Pinini, en las que sigue demostrando sus extraordinarias dotes artísticas:

“La Vargas, en la Cigarrera de Cádiz, escelente (sic) como actriz, y en el zapateado y el Ole del Pinini, tan macarena y graciosa como siempre” (La Época, 14-6-1851).

Pocas referencias encontramos sobre Pepa Vargas en la prensa española hasta que en marzo de 1852 se anuncia su contratación “por la empresa del teatro francés, para bailar en los teatros de París, Londres y Bruselas” (El Heraldo, 11-3-1852). Sin embargo, es de nuevo en Madrid donde reaparece la gaditana, tras casi un año de ausencia. En esta ocasión, el escenario elegido es el Teatro de la Cruz y donde sus muchos admiradores la esperan con entusiasmo. Ella no les defrauda:

“El público en general también la ha aplaudido, haciéndola una y otra noche repetir el Ole, que baila con tan picante gracia.

En el baile La Maja de rumbo, la Vargas ejecuta con gran primor pasos dificilísimos, y sobre todo viste un traje el más rico, elegante y macareno que ha vestido jamás bolera alguna en el mundo. Este lujo en el vestir, no común en nuestras artistas coreográficas, unido a su natural y reconocida belleza, la constituyen en el verdadero y legítimo tipo de la bailarina española” (La Época, 2-4-1852).


Josefa Vargas, la Terpsícore gaditana (II)

Durante los primeros meses de 1850, Pepa Vargas sigue triunfando en el madrileño Teatro de la Comedia con bailes como el Vito, el Jarabe o las Sevillanas, además de demostrar sus buenas dotes de actriz en piezas como La flor de la canela. La gaditana también se prodiga en fiestas privadas y en academias de baile, sola o formando pareja con Carlos Atané.

Pepa Vargas en el Ole (J. Vallejo, 1840)

Pepa Vargas en el Ole (J. Vallejo, 1840)

En primavera de ese mismo año, es tal la fiebre por el baile en la Villa y Corte, que la prensa lamenta la marcha de la Vargas a Burdeos, probablemente motivada por “graves y recientes disgustos”. Asimismo, destaca su gracia, su belleza y sus aportaciones al arte coreográfico, especialmente en lo que se refiere a la indumentaria:

“Una nos quedaba, la graciosa Pepita Vargas, la bailarina que, si reconocía superiores en el arte, no los tenía en la belleza y en la gracia, la sílfide gaditana que ha sostenido por más de un año la concurrencia al Instituto de los hombres políticos y mercantiles más notables de Madrid, la voluptuosa bolera que ha dado celebridad al Polo y al Vito, la elegante y lujosa artista coreográfica que ha introducido la riqueza y el buen gusto en los trajes macarenos, generalizando el uso de la airosa chaquetilla; y esta mujer sandunguera, esta bailarina matona, la hemos perdido. Anteayer, y sin previos anuncios, tomó la silla-correo de Bayona, y se dirige a Burdeos a trastornar a los franceses […] con sus quiebros y sus meneos” (La Época, 6-4-1850).

Con esta pérdida, que se suma a la de Manuela Perea y Petra Cámara, el cetro de la danza queda en manos de las estrellas foráneas que siguen triunfando en la escena madrileña:

“El baile nacional, que no hace muchos meses era el encanto de los madrileños, va cediendo el campo al baile francés. El Circo de la plaza del Rey roba sus antiguos abonados al teatro de la calle de las Urosas; la Fuoco, la Guy, la Laborderie, hacen olvidar a la Nena, a la Vargas, a la Petra Cámara” (La Época, 6-4-1850).

Vargas versus Nena

En mayo de 1850, Josefa Vargas regresa a la capital de España, donde es esperada como agua de mayo tanto por el público como por la empresa del Teatro de la Comedia, que acaba de contratar a Manuela Perea y ve en la posible competencia entre ambas artistas la única manera de hacer frente a las extranjeras que triunfan en el Circo.

Manuela Perea, la Nena (Bacard, 1854)

Manuela Perea, la Nena (Bacard, 1854)

“Por fin la empresa del Instituto ha ajustado para capitanear su compañía de baile a la resaladísima Pepita Vargas, estableciendo entre ésta y la Nena una noble competencia, semejante a la de los dos astros estranjeros (sic) que brillan en la plaza del Rey” (La Época, 9-5-1850).

La reaparición de la gaditana sobre las tablas del Instituto constituye un éxito rotundo:

La Vargas.- Anoche, después de su viaje a Francia, volvió a aparecer en el teatro de la Comedia esta simpática y macarena sílfide. Al presentarse en la escena, un aplauso general se oyó en toda la sala, lloviendo sobre la protagonista del baile infinito número de coronas y ramilletes. Bailó en el Contrabandista y los majos, el jaleo del barrio del mundo nuevo, en el que fue estrepitosamente aplaudida, y el jaleo de la Zandunga; y después de concluida la primera comedia, volvió a presentarse en el Polo del Contrabandista, en el que consiguió un triunfo completo” (La España, 11-5-1850).

Con la rivalidad entre la Vargas y la Nena, que actúan en días alternos, el baile se convierte en el principal atractivo del Teatro del Instituto, en el que la comedia ha pasado a un segundo plano. Aunque hay quienes piensan que “como mujer hermosa, la Vargas puede sostener la competencia con la Nena; como bailarina no podrá sostenerla nunca” (La Ilustración, 11-5-1850), es indiscutible que las dos -cada una en su estilo- andan sobradas de facultades para ganarse al respetable:

“ambas son buenas; ambas tienen méritos y cualidades que las distinguen y las hacen brillar: […] La Vargas tiene hermosa figura, gran ejecución, mucha firmeza, y toda la sal de Andalucía. La Nena, que también es lindísima, tiene mucha gracia, finura, elegancia, buenas maneras y escelente (sic) escuela de baile” (La Época, 22-5-1850).

Escena de baile español (N. Maurin, 1810)

Escena de baile español (N. Maurin, 1810)

Rivales y amigas

Otra cualidad de la que pueden presumir las dos artistas es el compañerismo. De hecho, la competencia pronto se torna en amistad y colaboración entre ambas, que actúan juntas por primera vez con motivo del beneficio celebrado en honor de la Vargas el 28 de mayo de 1850. El espectáculo se desarrolla en un ambiente de gran cordialidad entre ésta y su compañera, que protagonizan una noche memorable:

“Bailaron La Zandunga con tanta maestría y tanta gracia, que ambas pueden estar seguras de que si es posible hacer tanto, no puede hacerse más. Los apasionados cubrieron la escena de flores y coronas, que la Vargas cedía con empeño a la Nena, y que ésta rehusó con laudable modestia. Pidiose con entusiasmo la repetición del baile, y nuevamente fueron aplaudidas con estrépito. Pero el gran triunfo fue en El Polo, donde rivalizaron en maestría, en garbo y en gentileza. La Vargas estuvo graciosa, como siempre, y arrebató al público de una manera indecible; la Nena sostuvo dignamente la competencia” (La Época, 29-5-1850).

Unos días más tarde la función se repite, esta vez a beneficio de Manuela Perea. Juntas protagonizan el bailable Las majas de rumbo y posteriormente, por separado, cada una de ellas baila El Ole. El éxito vuelve a ser rotundo y, si bien ha quedado claro sobre las tablas que la supuesta rivalidad entre ambas artistas no es tal, ésta continúa viva en los papeles, que siguen sin ponerse de acuerdo sobre quién es mejor artista.

“[E]l esbelto talle de la Nena, su apuesta figura, la elegancia y delicadeza de sus movimientos” siguen teniendo numerosos adeptos, que la “comparan […] con una deidad mitológica cuya vista seduce y alarma, pero sin ofender nunca” (El Clamor Público, 6-6-1850).

Escena de baile bolero

Escena de baile bolero

Por su parte, Josefa Vargas es considerada “la bolera más salerosa y simpática de cuantas han pisado la escena madrileña […]; la que se distingue entre todos por sus arranques propiamente meridionales” (La España, 8-6-1850). Ésta, que puede presentarse ante nuestros ojos como una cualidad positiva, no termina de convencer a ciertos críticos, que “tachan de algo libre el modo de bailar de la Vargas” (El Clamor Público, 6-6-1850), cuyas “maneras y miradas no son del agrado de todo el mundo” (La España, 13-6-1850).

La flamenquería de la Vargas

Sin embargo, en un momento histórico en que el baile flamenco, tal y como lo conocemos hoy, aún se encuentra en pañales, por sus “bellas formas, […] su mirada provocativa y el natural desenfado de sus maneras” (El Clamor Público, 6-6-1850), Pepa Vargas parece anticiparse en mucho mayor medida que la Nena al arte de figuras como la Macarrona o la Mejorana, reinas indiscutibles de la época dorada del flamenco.

De hecho, es precisamente la Vargas quien brilla con más luz en aquellos bailes de procedencia gitana o ‘egipciana’, mientras que otras tratan de imitar lo que ella ejecuta de un modo totalmente natural:

“¿qué bolera es la que con más esactitud (sic) puede recordarnos a las gavasis de Egipto? La Josefa Vargas, bolera con todo el trapío de tal, salerosa, bien plantada, ágil, flexible, de fisonomía expresiva, que envidiaría la gavasis más presumida del Cairo: la Vargas, mejor que ninguna otra, puede brillar en esos bailes en los que no son los pies los que más se mueven. […]

La Nena es fina, elegante y graciosa en sus movimientos. Hay mucha corrección en su manera de bailar; pero esta misma corrección da cierta frialdad a su baile, salvo aquellos momentos en que su fisonomía se anima con cierta gachonería que se acerca a la supuesta mirada provocativa que sus partidarios achacan a la Vargas. […]

El baile de la Nena es el resultado del estudio; el de la Vargas es natural, espontáneo” (La España, 13-6-1850).

Además de todo lo mencionado, a Pepa Vargas hay que reconocerle un mérito más, el de regenerar el baile español en la escena madrileña y elevar el estatus de las artistas:

“La Vargas es la que ha rehabilitado el baile nacional en Madrid, y ella también la que ha mejorado la condición de las de su clase y si no, dígasenos: qué ganaba antes de su venida a la corte la mejor bolera de nuestros teatros, y qué cantidad es la que disfrutan en el día las de primo cartello.

Para producir semejante revolución en los teatros, preciso es tener un mérito real y verdadero, y contar con facultades físicas que no todas poseen” (La España, 13-6-1850).